Fratelli Tutti: un llamado a la unidad

Para nadie es un secreto que la sociedad occidental asiste desde hace varias décadas al derrumbe de la Cristiandad, ese proyecto medieval que pretendía construir una “civilización” cristiana y expandirla por todo el mundo. El catolicismo, particularmente, se cae a pedazos, la secularización de la sociedad y la laicidad de los Estados modernos han traído como resultado que los números de nuevos creyentes vayan a la baja, a la vez que por todo el mundo aumentan las denuncias contra sacerdotes y religiosos por abusos sexuales, malos manejos económicos y por relacionarse con personas y asuntos non sanctos que dejan entrever un doble rasero moral donde se  juzga con severidad las conductas indebidas de sus fieles y con indulgencia las de sus ministros.

No en vano, en el último cónclave salió elegido papa el cardenal argentino Jorge Bergoglio, un tipo bonachón, con gran carisma, cercano a las personas y no muy amigo de los protocolos. Su elección fue una buena jugada de la alta jerarquía eclesiástica para intentar limpiar la imagen de la Iglesia, recuperar su credibilidad ante el mundo y acercar su mensaje y su propuesta de vida a las personas del común. Además, no hay que olvidar que Latinoamérica es el último bastión de la Iglesia Católica con alrededor de 425 millones de fieles, así que, otra tarea del pontífice es la de frenar la fuga en masa de católicos a las sectas protestantes que pululan en esta región del mundo.

Hay que reconocer que el pontificado de Francisco, aunque carente de reformas profundas, ha sido rico en signos, sus palabras y sus gestos han despertado la simpatía de muchos, inclusive de no creyentes, pero también le han generado ulceras a la extrema derecha católica que durante bastante tiempo ha promovido discursos de odio y defendido regímenes totalitarios que atentan contra las libertades individuales. Francisco es un papa de amores y odios, basta mirar las reacciones que han suscitado sus últimas declaraciones sobre su apoyo a las uniones civiles de parejas homosexuales, una postura que no es nueva en Bergoglio, pues siendo cardenal en Buenos Aires realizó la misma defensa a la ley de unión civil, no así con la del matrimonio igualitario.

En su última carta encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos) publicada a inicios de octubre, el papa argentino ha sabido poner el dedo en la llaga para denunciar la hipocresía con que muchos cristianos viven su fe, además, en ella hace un análisis detallado de la realidad que vivimos hoy como humanidad, aborda temas como la desigualdad, el racismo, la crisis ecológica, la violencia, la inmigración, la pobreza, la discriminación hacia la mujer, el hambre, la esclavitud, el populismo político, la trata de personas, las guerras, el desempleo, la especulación financiera, la pena de muerte, el papel de la tecnología en el mundo contemporáneo y la función social de la propiedad. Su diagnóstico es claro: “Vemos como impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca”.

 La diversidad de temas que aborda este texto están enlazados por un hilo conductor claro, es necesario adoptar la actitud del buen samaritano para abrirnos a los demás y reconocer en el otro un prójimo que necesita de mí y yo de él, independientemente de su origen, nacionalidad, religión, ideología, lengua o cultura; nadie puede sobrevivir solo, necesitamos unos de otros. Para posibilitar este encuentro es necesario erradicar esa “tentación” de construir muros, que terminan aislándonos y dejándonos sin horizontes; la propuesta es realizar el ejercicio contrario, salir de nosotros mismos y reconciliarnos con aquellos que están a nuestro alrededor, este precisamente es el primer paso para consolidar la fraternidad humana, la cual requiere no solo de buenas intenciones sino hechos concretos, se me ocurre que también podría ser el antídoto perfecto contra los nacionalismos  que acechan nuestras democracias.

Sin lugar a duda, este documento es tan religioso como político. Como dato curioso, en él se menciona 63 veces la palabra “política”, la cual es superada únicamente por “Dios” que aparece 76 veces. Francisco no ahorra palabras para denunciar las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y la falta de garantías para ejercerlos en muchos lugares del mundo donde se pretende imponer un modelo cultural único, marginalizar a los débiles y eliminar a quienes piensan y viven de una forma distinta. El Estado está en la obligación de velar por el bienestar de todos los ciudadanos, especialmente de quienes más lo necesitan, por ello, es necesario que la política no esté al servicio de unos pocos y rindiendo culto al “dogma de fe neoliberal”, pues el dinero y el mercado por sí solos no son la respuesta a todos nuestros problemas.

Más allá del tema religioso, con el que podemos o no comulgar, sin excusar los muchos crímenes que ha cometido a lo largo de la historia la Iglesia Católica como institución y sabiendo de antemano lo anacrónicas de muchas de sus posturas, considero que Francisco acertó con el llamado que hace en Fratelli Tutti a la unidad de todos los seres humanos por encima de nuestras diferencias. Vivimos tiempos convulsos, el panorama político, social y económico es preocupante, estamos sumidos en la incertidumbre y esto nos lleva a percibir al otro como un enemigo, por consiguiente, todo mensaje que nos recuerde el valor y la dignidad de la vida humana, que llame a reconocernos como iguales y a unirnos para salir adelante juntos creo que debe ser por lo menos escuchado.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

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