El pasado jueves 24 de noviembre, en el histórico Teatro Colón de Bogotá, Juan Manuel Santos en representación del Estado colombiano, y las FARC-EP representada por Rodrigo Londoño Echeverri, que en sus épocas de guerrillero perseguido por la ley era conocido con el alias de Timochenko; firmaron el último acuerdo de paz, el final, el definitivo después de seis años de negociación, dos de manera clandestina y cuatro bajo los reflectores de la desinformación.
Para llegar a esa firma trascendental el camino recorrido fue muy largo y culebrero. El proceso de paz sufrió altibajos durante seis años que se concretó. Ataques de un lado y del otro, violaciones de los ceses de hostilidades y secuestros que peligraron el anhelo de paz de los colombianos. Quizás el momento más tensionante fue el 2 de octubre de este año, cuando los colombianos no aprobaron dicho acuerdo en las urnas.
Londoño y Santos procedieron como se debía. Con una paciencia admirable, se reunieron con los sectores que no aprobaban el acuerdo y formaron uno nuevo que incluía sus propuestas, aunque igualmente lo rechazaron. Pero los colombianos, los mismos que dijeron NO el pasado 2 de octubre, apoyan una salida al conflicto sin más contratiempos.
Los guerrilleros farianos ya están concentrados en las veredas, ya sólo queda que lleguen las Naciones Unidas y les entreguen sus armas. Hasta aquí, los estamentos oficiales hicieron su trabajo. Las delegaciones del Gobierno y las FARC dijeron “misión cumplida” y le entregaron a la sociedad colombiana la tarea más difícil de cumplir en todo este proceso de paz.
El tránsito de los combatientes guerrilleros a la vida civil es un intrincado convenio de tolerancia y aceptación. La FARC están ya desmovilizadas mentalmente y dispuestas a ser parte del mundo civil. El problema yo lo veo desde el otro lado. La sociedad todavía no acepta a los exguerrilleros entre ellos. Por lo menos, eso parece.
Durante el último mes, el país ha visto sorprendido el asesinato de líderes de DD.HH. de manera constante y selectiva. Durante todo el tiempo de negociación en La Habana, las Bacrim no ahorraron palabras en amenazar a los miembros de las FARC una vez se resocialicen. Éste fue un punto del acuerdo de paz: la protección de los exguerrilleros. Éste es un aviso tenebroso: “aquí los esperamos para matarlos”.
Eso es de esperar. Pero lo más triste y preocupante es la actitud del colombiano de a pie frente a los reinsertados. Vivimos en un país de retrógrada ignorancia. Las FARC no sólo se van a encontrar con paramilitares dispuestos a matarlos, sino que tendrán vecinos que quieran destruirlos moralmente. Aún hoy, existen colombianos que no pueden oír de Piedad Córdoba, Petro o Robledo sin calificarlos de “guerrilleros hijueputas” o más extremo aún, de “terroristas”. Aún existen colombianos que consideran a la izquierda democrática como la expresión de la demencia política, y a quienes la defienden como razas humanas con las que no se debería compartir el mismo aire.
Es decir, la resocialización de los guerrilleros estará limitada por el imaginario popular que aún los considera criminales en funciones. Y los medios como RCN Televisión, donde es evidente su sesgo editorial; o movimientos políticos como el Centro Democrático, quienes propiamente aceptaron que engañaron a la población para no refrendar el acuerdo anterior; en nada ayudan a crear una cultura de respeto, tolerancia y aceptación que son las palabras que deben caracterizar a la Colombia de mañana.
Porque, quiéranlo o no, esos combatientes de las FARC tendrán su espacio en la sociedad civil a pesar de las adversidades que aquí menciono. Nosotros aceptaremos a esos exguerrilleros, les daremos la bienvenida, obviamente esperamos que reparen como victimarios, pero no seremos nosotros quienes los victimicen ahora. ¿Acaso no es ésa la razón por la que las guerras se perpetúan?, la constante revictimización.
A esas personas que sólo le quieren hacer imposible su transición a los reinsertados, que uno creería que son sólo los viejitos -pero se decepciona al saber que también hay jóvenes con ese propósito-, entiendan que la época de la segregación y el sectarismo no se repetirá en Colombia, y si les cabe alguna duda de ello, sólo miren el comportamiento de la inmensa mayoría de la juventud colombiana. Los actos simbólicos en la Plaza de Bolívar, la encerratón humana que se hizo en el Congreso para la inmediata refrendación del acuerdo final, las marchas y manifestaciones apoyando la paz con las FARC. Todo eso es un mensaje directo al pueblo colombiano. Preparémonos para vivir entre sociedad.