Todo tiene su final. La finitud del cuerpo a través del psicodrama

 Por Juan Camilo Arias Castrillón

“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos.” Antonio Machado.

La sesión Todo tiene su final de la Nueva Escuela de Pensamiento Fernando González que realizamos el sábado 9 de abril fue una de las experiencias estéticas más complejas de las que he tenido el placer de participar y dirigir.

El encuentro con la muerte siempre es una experiencia angustiosa y se vivió el ambiente tenso desde el inicio. Las incitaciones artísticas del comienzo de la sesión dispusieron los cuerpos para el encuentro con lo ominoso y las formas propias de elaboración que tenemos de estas, algunos la enfrentaron como encontrándose con una vieja amiga, otros miraron expectantes, otros se aventuraron a dejarse tocar por una extraña, y otros simplemente le huyeron al encuentro.

Representamos una escena de muerte por enfermedad en la cual el médico le comunica a un paciente que su muerte es inminente, tarea nada fácil y que logra tras muchos rodeos y tecnicismos; finalmente es solo separándose de la sensibilidad humana que logra decírselo. Un acompañante asiste al paciente y le pregunta ¿Qué quiere? Dispuesto siempre a satisfacer los últimos deseos del moribundo que solo quiere ir a su finca y que lo dejen tranquilo. La familia del paciente entra en escena a “acompañar” al paciente, sin embargo llama la atención que varias personas que habían asumido el rol de familia no entraron en la escena en el momento en que la familia aparece, incluso algunos que logran entrar de pronto desaparecen ante la angustia de “tener que estar ahí para el paciente”.

De la sesión del sábado surgen dos asuntos importantes: 1. Las formas de encuentro y elaboración de experiencias de muerte y 2. Las maneras de poder y control que se ponen en juego en las experiencias de muerte.

Todos los seres humanos estamos llamados al encuentro con la muerte, propia o ajena. Y en consonancia, todos tenemos formas diferentes de encontrarnos con esa experiencia, enfrentándola, viviéndola, huyéndole, entre otras. Cada una de ellas es igualmente válida y no existe (y si lo existiera no sería posible seguirlo al pie de la letra) un ideal de cómo debe uno comportarse frente a la muerte.

Por otra parte el estado ha tenido como función procurar el cuidado de sus ciudadanos, incluso a costa de obligarlos a vivir en contra de su voluntad y sus deseos. Un disciplinamiento de los cuerpos que llega hasta el lecho de muerte. Se convierte en un imperativo ético buscar la forma propia del buen morir.

Para nosotros los mortales reflexionar sobre la muerte, y las experiencias de muerte, se vuelve menester no solo como ejercicio ético de encuentro con la propia muerte, sino también como ejercicio político de elaboración de las muertes de otros cercanos, e incluso lejanos.

La vida es un constante de nacimientos y muertes. La muerte es también todas esas pequeñas muertes que experimentamos a diario, la finalización de cualquier asunto en el que invertimos capital emocional es en sí misma una pequeña muerte. Por eso se hace necesario tomarse unos minutos para pensar en la muerte, dejarse morir por un rato, pues mientras la muerte es nosotros somos con ella, somos en ella.