Es diverso y variado lo que se escribe de política, sobre las alteraciones diarias del contexto político colombiano. Las narraciones de cada hecho son caldo de cultivo en el día a día, y desde las mentes de distintos analistas, la coyuntura es fuente diaria de opinión. Se crean realidades diversas. Hay una riqueza de contenidos que nutren percepciones. La política tiene un presente, bueno o malo, según del bando o del fanatismo que se mire, pero la historia, esa sí que es rica y nutrida, enigmática y singular, la cual está ávida de ser evocada.
No soy tan preciso, -estoy seguro-, para dibujar la historia política de Colombia. Mis palabras son poco diestras y mis datos pueden ser refutados. Pero dejo que mis manos tecleen un poco tratando de vivir desde lo que recuerdo, de esas pocas lecturas y libros inconclusos tal vez, que me he arriesgado a leer, de esa historia, que hoy me atrevo a adjetivar: ilustre y tremenda. Todo esto, de manera tan resumida que puede ser atrevido dejar detalles, pero este texto así lo permite: corto.
En búsqueda de la riqueza de las Indias, por fortuna o desdicha de nuestros ante pasados, Cristobal Colón y su gente, en 1492 y después de cuatro viajes, descubre a América. A partir de ese momento nos colonizan, gobiernan, se apropian, dirigen y como consecuencia de actos de opresión, trabajo excesivo y maltrato, esa población que allí habitaba, la indígena, disminuye. Y eso que lo más preciado para el reinado español era Perú y México, no el Virreinato de la Nueva Granada (territorios de Panamá, Ecuador y Venezuela actualmente). Se ondea la grandeza o el yugo español fundando Bogotá años después, en 1538, como capital de ese territorio encontrado, por el también conquistador y cronista español, Gonzalo Jiménez de Quesada. En 1526, había sido colonizada Santa Marta, la cual quedará por la eternidad, como la localidad dominada más antigua, por los ibéricos.
Siendo el siglo XVIII, los nacidos en la tierra americana, después de tantos años de monarquía absoluta, comienzan a refutar y alzar una que otra voz en contra del régimen español: el declive del dinamismo económico en el Virreinato de la Nueva Granada era evidente, a causa de normas españolas que evitaban el ejercicio viable de la vinicultura y la manufactura de telas, pilares de la industria en aquellos tiempos para nuestros antepasados. El trabajo lo ejercían los americanos y el beneficio era para España.
Por eso, en 1781, llega un primer y memorable antecedente independentista, en el cual la gente del común a través de asambleas populares se organizan y se arman de palos y machetes, en la llamada Revolución de los comuneros, en contra de los españoles, pidiendo mayores garantías económicas, y es necesario tener en cuenta que no querían un cambio en el sistema político. Al final esta revolución es aplacada, y la causa, entre muchas, es por falta de liderazgo.
La idea de independencia ya rondaba en las mentes de algunos nuevos líderes, y en 1793, Antonio Nariño, un comerciante, intelectual y poco relacionado con la anterior revuelta, distribuye entre los habitantes, copias de la declaración de los DDHH, provenientes de la homóloga revolución francesa, cuyo lema aún queda grabado en los ideales del mundo occidental: libertad, igualdad, fraternidad. Por si fuera poco, Napoleón en 1808, le quita legitimidad y hace ver débil ante los americanos al Rey de España Fernando VII al apartarlo de su mandato, e intentar instalar a uno de sus hermanos en reemplazo (José I).
El 20 de julio de 1810 comienza el periodo pre-independentista, con el grito de independencia: en unísono ricos, pobres y criollos en contra del gobierno y sus designios y así declarar el inicio del periodo de juntas americanas, las cuales funcionaban en distintas zonas y el llamado ciclo de la Patria Boba, como un conflicto interno en la Nueva Granada entre criollos de dos bandos: centralistas y federalistas. La capital, Bogotá, pedía subordinación de las demás provincias (centralista).
Y aunque entre 1815 y 1816 se intenta una reconquista española, las ideas, los conflictos y los liderazgos ya no permitirían que así fuera y la añoranza de libertad estaría guiada por el militar venezolano Simón Bolivar, quien en 1819, el 7 de agosto, llegaría por Boyacá a cruzar hasta el corazón de la Nueva Granada, Bogotá y así tomar el poder en nombre de los americanos. Para hacerlo debió luchar contra los españoles en la que aún se conmemora, la Batalla de Boyacá. Los patriotas se hacen del poder y la independencia que había comenzado en 1810, llega a su culminación en 1819.
De tal manera, ese ideario del Virreinato de la Nueva Granada pasaría en 1821 a ser la Gran Colombia (Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela), bajo el lineamiento del Congreso de Cúcuta y la nueva constitución; el gran problema, seguía siendo el conflicto entre centralistas y federalistas. Esta división se vería más claramente en la convención de Ocaña en 1828, con la representación inicial de dos partidos distintos: bolivarianos y antibolivarianos. Teniendo en cuenta que el sueño de Bolivar, ese de la Gran Colombia, se esfumaría con la independización de Venezuela en 1829 y de Ecuador en 1830, cuyo año es el mismo de su muerte, el 17 de diciembre en Santa Marta.
Para 1831 estaría conformada la estructura político-administrativa como Estado independiente la República de la Nueva Granada, la cual iría hasta 1858; posteriormente, pasa a ser la Confederación Granadina (1858), la cual es de forma federalista (una República Centralista, cinco Estados soberanos y 23 provincias dentro del mismo marco constitucional) y va hasta 1863. Durante la Rep. de la Nueva Granada, se fundaron los partidos políticos Liberal (Federalistas) y Conservador (Centralistas), de la mano de Francisco de Paula Santander (1848) y de Simón Bolivar (1849), respectivamente.
Todo ese ideario e ideologización de un bando u otro sería la base del conflicto político contemporáneo entre partidos, y ese trasegar histórico continua en 1863, cuando el territorio de Colombia y Panamá pasa a ser Los Estados Unidos de Colombia (nueve Estados confederados) hasta 1886. En esta fecha, el 7 de agosto, se inicia la fase de la República de Colombia, con la Constitución del mismo año, la cual declara una configuración del sistema, presidencialista y centralista, se transforman los Estados a departamentos y se elimina el federalismo.
La memoria debe estar presente en las mentes en general, en quienes llegan a hablar de nuestra actualidad política y se atreven a apartar la historia. Esa historia que de seguro vale la pena leer, tratar de imaginar. Hoy puedo escribir sobre esa primera parte, ese relato que inició en 1492 y puedo contar en este escrito hasta el año 1886, por una cuestión de ligereza y lecturabilidad para la web y no de ganas de seguir escribiendo. Por esto, me atrevo a continuar este texto en mi próxima columna, en una segunda parte. Espero no haber sido muy presuntuoso y mucho menos frívolo.
[…] En el anterior artículo traté de dar una primera parte resumida –un acto muy arriesgado- de la historia política de Colombia. Seguramente no es un artículo muy llamativo para quienes la conocen y menos para quienes no la conocen, porque no será este el artículo que los llevará a querer saberla. Entre letras y párrafos la inicié, y en esta ocasión continúo lo que comencé: esta es la segunda parte. […]