Más de treinta años luchando contra las mafias y contra el estigma de ser un país de narcos, más de treinta años con miles de muertos, desde ministros, candidatos presidenciales y periodistas a soldados y policías, campesinos y ciudadanos anónimos, tanto esfuerzo y tanta muerte y tanta sangre desperdiciados, desechados como bazofia, en un discurso arrogante y plagado de falacias.
Aunque allá no lo oyeron sino funcionarios de tercer nivel de algunas de las embajadas ante Naciones Unidas, las cancillerías de los países más poderosos tomaron nota y acá muchos lo aplaudieron.
Empieza por una defensa de la coca como una mata «amazónica» que absorbe CO2. Es una obviedad. Todas las matas absorben CO2. Y en realidad es de las estribaciones andinas, no de la selva amazónica. Pero para Petro era fundamental decirlo como sustento de su tesis de que es la lucha contra la cocaína y no el cultivo de coca lo que daña la Amazonía.
Olvida que es la siembra de coca con propósitos comerciales la que ha impulsado la deforestación de centenares de miles de hectáreas de bosques y selvas, que los productores de coca están invadiendo los parques nacionales y que son los insumos que se usan para la producción de cocaína los que envenenan los ríos. Solo en Putumayo y Caquetá había 22.045 h de coca según el último informe del SIMCI. Y las muestras de agua tomadas en los ríos de las cuencas de la Orinoquía y la Amazonía colombianas reflejan la contaminación por ácido sulfúrico, acetona, permanganato de potasio, entre otros, usados en la producción de cocaína.
Asume que es el glifosato contra la coca lo que amenaza la Amazonía. El año pasado en Colombia se importaron 13 millones de litros de ese herbicida y solo 480 mil, el 3,7%, se usaron contra la coca. Todo lo demás se usa en cultivos lícitos. Sin el glifosato la producción de alimentos caería en nuestro país entre un 30 y un 40% y se causaría una crisis alimentaria sin precedentes. Además, las principales agencias de protección medioambiental, de salud pública y de alimentos de Canadá, Japón, Estados Unidos y la Unión Europea, han evaluado y aprobado, en muchas ocasiones desde 1974, el uso del glifosato en sus territorios. No hay razón para pensar que esas autoridades, que no tienen encima la presión de los narcos, no han sido juiciosas en sus evaluaciones o que tengan motivos para no proteger su medio ambiente o la salud de sus habitantes.
Dirán que la IARC clasificó el glifosato en la lista 2A, como «probablemente cancerígeno para los seres humanos», y que por esa razón, en virtud del «principio de precaución», había que prohibir, como hizo la Constitucional en una sentencia vergonzosa, la aspersión aérea del glifosato contra la coca. Pues bien, en ese misma lista 2A están las frituras, las carnes rojas, el mate y, miren ustedes, el café. Es evidente la hipocresía del discurso contra el glifosato.
Todos coincidimos en la importancia de proteger el medioambiente y la Amazonía en particular. Petro es uno más. El punto es que lo que mata la selva es la coca y la producción de cocaína, no su combate.
Dijo Petro que los campesinos no tienen más que coca para cultivar. Falso. Nuestros agricultores nunca se dedicaron a sembrar coca. Empezaron a hacerlo a principios de los noventa, cuando los narcos promovieron su cultivo en la búsqueda de eficiencia y fastidiados por la interdicción aérea que había colapsado el puente aéreo desde Bolivia y Perú. Y ahora menos del 3% de los once millones de habitantes de las zonas rurales se dedican a la coca. La inmensa mayoría, en circunstancias fundamentalmente iguales a los de los narcocultivadores, se dedica a cultivos lícitos.
Sugiere Petro que los muertos por sobredosis de cocaína son pocos. Son miles. Lo grave es que evade las centenares de miles de muertes que ha traído la cocaína por la violencia asociada a su producción, en las áreas rurales, y al mercado de consumidores, en las ciudades. Lo peor de la cocaína son el terrorismo y la violencia política que se alimenta de sus recursos. Petro, ex M19, jamás debería olvidar el Palacio de Justicia, asaltado a sangre y fuego para asesinar a los magistrados de las salas penal y constitucional que tenían en sus manos el estudio de las extradiciones.
Finalmente, Petro se suma a quienes sostienen que la lucha contra el narcotráfico fracasó y que lo que debe hacerse es legalizar la cocaína. La hipótesis parte de una premisa y de unos hechos falsos. La premisa supone que si sigue produciendo cocaína a pesar de los esfuerzos de tantos años la solución es legalizarla. Es como concluir que porque se siguen cometiendo homicidios o hurtos hay que legalizar el asesinato y el robo.
Pero además no es verdad que la lucha contra la cocaína se estuviera perdiendo. En realidad se venía ganando hasta que Santos y las Farc, que era parte interesada y seguía teniendo comandantes dedicados al narco, pactaron un nuevo «paradigma». El primer reporte de Simci, del 2001, mostraba 137.000 h en Colombia. Para el 2013 habíamos dejado de ser el principal productor de coca y el país con más narcocultivos: teníamos solo 48.000 h de coca y se producían 290 ton de cocaína. La curva de descenso se frenó en el 2014, año de la firma del componente de narcotráfico con las Farc. Desde entonces los narcocultivos y la producción de cocaína se dispararon. Hoy tenemos tres veces más narcocultivos y se producen 4,5 veces más cocaína. Lo que ha fracasado no es la guerra contra las drogas en general. Es el «histórico nuevo enfoque», como también lo llamaron, lo que ha resultado un desastre.
El discurso de Petro lo ratifica: vamos camino a la narcocracia.
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