“En la obra de Nolan, los paisajes de Shakespeare son los menos dramáticos; Ryan sospecha que el autor los intercaló para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan…” Tema del traidor y del héroe – Jorge Luis Borges
De las múltiples formas de tramitar un mensaje – que digo/escribo, que quiero decir/escribir, que escuchas/lees, que quieres escuchar/leer, que constituye el mensaje, que interpretas del mismo –, entre el emisor y el receptor se atraviesan turbias distancias que oscilan entre amplias y cortas dependiendo de contextos, culturas y los elementos fácticos que van desde el canal por el cual se allega el mensaje hasta los códigos utilizados para la comprensión posible de lo que se comunica entre las partes.
De acuerdo a lo que busque el emisor, la intención va permeada en mayor o menor grado de intereses que desean posicionarse en la mente y meticulosamente en la realidad del receptor, deslizándose casi imperceptible pero decididamente sobre las fragilidades del pensamiento para incurrir con culpa en las presentes pero acalladas inseguridades del individuo, degradando la comunicación en manipulación. Cuando el interés es puramente unilateral, el mensaje deja de ser una transmisión que espera ser respondida para convertirse en una consigna que se establece para ser replicada; la sumisión del receptor.
Dada su vocación social, el ser humano se desprende casi complacido, en repetidas ocasiones, de su juicio lógico y racional para aflorar su naturaleza que le incita a ser aceptado, incluido, reconocido y referido en su camada que es cada vez más global conforme avanzan las posibilidades de establecer puentes de diálogos entre los pueblos del mundo.
Idealmente sucede la riqueza del intercambio que deviene de la diversidad y la cooperación entre diferentes para fortalecernos como humanidad; en la realidad se inmiscuye el egoísmo, la avaricia, la codicia y, entre otras, la desquiciada idea de conquistar el mundo, o mejor, el arraigo instintivo que conduce al poder sobre lo que se dimensiona, representado en la verdad, el tener y el decidir desde el concepto propio que es una subjetividad impuesta. Caminos hacia el eslabón primero del orden que rige con la opción, el prestigio y la hazaña (históricamente de conflicto y/o guerra).
Con la llegada de la imprenta y desde entonces, la modernidad ha sugerido abiertamente el poder de los medios de comunicación en la sociedad y su injerencia en las cotidianidades; el “poder blando” o “cuarto poder” llamado así por secuenciar a los tres ya establecidos por el Estado de los contractualistas (administrativo, legislativo y judicial), no es algo minúsculo y podemos señalarlo como la alfombra que se tiende para que transiten los demás.
Miremos, si entre un emisor y un receptor puede haber manipulación aun contando con la posibilidad de réplica – que hoy puede ser inmediata –, ¿qué pasa con el mensaje que se “sacraliza” en el entorno porque es emitido para miles y miles de receptores que asienten por su popularidad sin más cuestión?. Por el poder mediático no solo desfilan otros poderes que operan a través del mensaje conveniente amplificado sino que se tapiza toda replica que pudiese surgir ante la verdad que se plantea, contadas veces con el fin de informar, y que se ve reducida a titulares ideologizados.
A nuestro tiempo se le suman nuevos canales de comunicación como internet en dispositivos que han sido construidos para ejecutar inteligencia artificial y códigos que pueden representar desde una sonrisa en emoticones hasta experiencias virtuales a través softwares, permitiendo un juego con el algoritmo por configurar y difundir nuevas verdades que surgen desde otros sectores humanos, dando paso a un estilo de réplica contra la hegemonía de los canales de comunicación masiva que posan como instituciones de la verdad casi que pertenecientes al Estado o a los grupos económicos que les financian; sirviendo como herramienta para los marginados del poder y aislados del mensaje oficial que soporta el estamento. Claro está, limitados a su propio alcance e influencia.
En la carrera de la comunicación a la manipulación donde se abandona la ética para seducir y cotejar con el poder duro, apelar a la sensatez de las personas se vuelve el un riesgo cada vez más costoso de asumir y menos efectivo dada la proliferación de información que conduciría a nuevas búsquedas y juicios de razón que pueden divergir de la concepción que se quiere implementar para viabilizar ante la opinión pública proyectos sociales, económicos, políticos, culturales, religiosos y hasta deportivos. En consecuencia, se apela a las emociones y una vez el individuo se encuentre vulnerable a la angustia, se le estructuran ideas con falacias que articulen creencias y miedos internos con una lectura sesgada de la realidad promovida y respaldada por un poder normalizador que silencia la reflexión y antagoniza el pensamiento crítico.
Operar la verdad en la sociedad a través de falacias y velos ideológicos no sólo impide generar conocimientos que sanen la consciencia colectiva mediante el entendimiento del otro sino que distorsionan al otro, desfigurando su humanidad directa o indirectamente por la manipulación mediática que le convierte en el chivo expiatorio que justifica la necesidad de las ideas, constantemente repetidas como verdaderas por el poder, en la realidad. Recrear un enemigo imaginario tallado a la medida del sistema y una escala de valores adecuada para reproducirlo.
El grave problema es que dicho enemigo imaginario no solo opera en la mente de cada receptor sino que se va corporeizando entre los habitantes de un mismo territorio que se encuentren observando desde realidades distintas, donde ya sus diferencias no recaen en los puntos sobre los que se paran sino en lo que son como seres humanos, asignando categorías que soportan desde un cargo público por herencia hasta el exterminio del otro como vida inferior.
Dotamos a las personas de cualidades y defectos que son simples reflejos de nuestra experiencia íntima y las construcciones del discurso dominante en el entorno que habitamos, emitimos juicios de valor que se fundamentan en el contexto propio, señalamos desde la comodidad del privilegio y estigmatizamos sin remordimiento por nuestra ignorancia. Ficciones que omiten la existencia del otro en tanto otro; apatía inducida a través de la confusión y razonamientos inválidos.
La compasión, la solidaridad, la colaboración, la tolerancia, la armonía y el equilibrio; desechadas vulgarmente por la polarización. Tergiversadas las creencias y asimilado todo lo que es contrario al establecimiento, se condensa la gran obra del poder: Las influencias directas en determinadas facciones de la sociedad, grandes o pequeñas según sea su posicionamiento, caracterizando a las personas según los intereses a los que correspondan y hallándoles predispuestos a reaccionar a “incentivos emocionales” en el mensaje que reciben: Hablarle de comida a quien tienen hambre, de salud al enfermo, de seguridad al paranoico, de educación al optimista, de progreso al empresario, de licencias a la industria, de igualdad al irreverente, de libertad al consentido, de proteccionismo a los gremios, de prestaciones a los sindicatos…
En las sociedades democráticas como las conocemos en la postmodernidad, las facciones están concentradas en torno a ideas comunes que lidera un individuo o un partido político/movimiento social con alto alcance en la difusión de contenidos, siendo la facción principal la que gobierna el Estado y sus aliados económicos y mediáticos. Las facciones operan casi que de manera similar la información mediante falacias, ya que se robustecen con las ficciones que logran implantar de sus contrincantes.
Salir del establecimiento es romper el paradigma de los absolutismos que condicionan el pensamiento; cada persona como un mundo diferente.
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