¿Existe el bien común?

Si se opta por entender lo político como un espacio de conflicto y antagonismo, resulta evidente que el avance de las sociedades como sujetos colectivos requiere de consensos históricos que las dirijan hacia determinados objetivos. Para construir estos consensos, es necesario dibujar una idea de bien común.

La política se construye a través de sujetos colectivos, no individuales. Una consigna que el liberalismo, a pesar de sus importantes aportaciones al desarrollo del ser humano a lo largo de la historia, suele dejar de lado o por lo menos, minimizar. ¿Qué es la sociedad? Se preguntaba Margaret Tatcher, inspirada en Frederich Hayek, quien en una conocida entrevista llegó a afirmar que no »existe tal cosa como la sociedad (…) sino que sólo existen individuos, familias, vecinos y asociaciones voluntarias». Aunque esta noción no implica directamente la negación de la sociedad como un todo, sí sugiere una visión de lo político que deja de lado el conflicto como un fenómeno que ha atravesado a las sociedades a lo largo de la historia. Si algo tienen en común los viejos marxistas y los nuevos liberales, es su rechazo común al fantasma de lo que llaman populismo, dijo Jaques Rancière. En el fondo, esta frase refleja que tanto la utopía del gobierno de los técnicos, como aquella de la sociedad sin clases, presupone la llegada a una etapa pospolítica en la cual el conflicto ha dejado de existir. Algo que el brillante sociólogo Max Weber siempre se rehusó a creer.

En palabras de Chantal Mouffe, hay dos formas de concebir lo político como elemento constitutivo de un determinado orden social. Por un lado, una visión asociativa, en la cual lo político es un espacio de libertad y deliberación pública común, y por el otro, una visión disociativa, en la cual se entiende como un espacio de poder y conflicto permanente, articulado por antagonismos cambiantes, contingentes. Es ahí cuando el concepto gramsciano de »guerra de posiciones» irrumpe con fuerza, al advertir que lo político, a diferencia de lo que creían los viejos marxistas, no está nunca terminado, sino que se encuentra en permanente rearticulación y reformulación.

En este sentido, si se opta por entender lo político como un espacio de conflicto y antagonismo, resulta evidente que el avance de las sociedades como sujetos colectivos requiere de consensos históricos que las dirijan hacia determinados objetivos. Y para construir estos consensos, es necesario dibujar una idea de bien común. Sin dejar de lado que, como señala la tradición pluralista schumpeteriana de la democracia, el bien común no existe como tal –ni tiene por qué existir–, en una sociedad democrática sirve, en palabras de Íñigo Errejón, como »horizonte», como plataforma a través del cual se pretende articular un determinado consenso. De ahí que, la política sea siempre una pugna permanente por definir qué se entiende por bien común. Quien logra convencer a la mayoría social de qué elementos conforman el bien común, presentando de forma exitosa una concepción particular como universal, es quien tiene la hegemonía.

Así, en el cuarenta aniversario de las transiciones a la democracia en América Latina, la construcción de hegemonía en un entorno de creciente polarización política enfrenta escenarios cada vez más hostiles. La capacidad de creación de consentimiento se ha convertido en algo cada vez más escaso, y la guerra en el terreno de las ideas, algo cada vez más endeble. El peligro recae, en cualquier caso, en que quienes cuentan con la capacidad de dirigir las instituciones y las grandes maquinarias de creación de opinión pública, sean exitosos a la hora de presentar los conflictos particulares y la polarización derivada de los mismos, como conflictos generales, universales.

Como analizó la politóloga Lucía Leibe en un seminario en la Pontificia Universidad de Chile, tanto durante el golpe que derrocó a Salvador Allende en 1973 como tras el retorno de la democracia en el país, la tesis de que la polarización política fue un elemento que llevó a Chile al borde de la guerra civil, propiciando que determinados sectores apoyaran el golpe como única vía para »salvar la democracia», ha sido ampliamente aceptada en términos históricos. Sin embargo, las encuestas que periódicamente llevó a cabo el sociólogo chileno Eduardo Hamuy entre 1970 y 1973, han aportado pruebas que apuntan a que la tesis de la polarización política requiere de notables matizaciones. La evidencia indica que desde que Allende llegó a la presidencia hasta que fue derrocado, dicha polarización nunca existió a nivel de la ciudadanía. Existió, más bien, a nivel de la élite política.

Referencias:

Kancela, Ekaitz. (2017, 17 de febrero). LA TESIS DERROTADA EN VISTALEGRE II EN CINCO ARTÍCULOS… SEGÚN EKAITZ CANCELA. Agenda Pública. Consultado el 3 de febrero de 2018 en: http://agendapublica.elperiodico.com/la-tesis-derrotada-en-vistalegre-ii-en-cinco-articulos-segun-ekaitz-cancela/

Steele, G. R. (2009, 30 de septiembre). There is no such thing as society. Instiute of Economic Affairs (IEA). Consultado el 2 de febrero a partir de: https://iea.org.uk/blog/there-is-no-such-thing-as-society

Mouffe, Chantal y Errejón, Íñigo. Constuir Pueblo. Hegemonía y radicalización de la democracia. Barcelona: Icaria, 2015.

Miranda, Lucia. (2017, 1 de septiembre). La opinión pública en Chile durante el período de la Unidad Popular: Una revisión de la tesis de polarización. Pontificia Universidad Católica de Chile. Consultado el 1ero de febrero a partir de: http://cienciapolitica.uc.cl/en/eventos/seminario-icp-expone-13

Cristian Márquez Romo

Politólogo. Estudiante del posgrado en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Salamanca, España. Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), México. Ha participado en proyectos de investigación en México y España, donde actualmente se desempeña como becario de la revista América Latina Hoy, del Instituto de Iberoamérica. Ha colaborado con publicaciones en Europa y América Latina, tales como Foro Internacional, Hipótesis Alternativa, Replicante, entre otras.

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