Hay una película muy mala que se titula Idiocracy. Una de de esas que hacen que uno se pregunte: “¿Pero qué *******…?”, o algo así. El tema que plantea, en cualquier caso, es formidablemente elevado para el pensamiento a que acostumbra una sociedad que cree, ingenua de ella, que la tecnociencia le va a sacar las castañas del fuego: el ser humano, de aquí a quinientos años, se convertirá en una especie estúpida. Pero que muy estúpida.
Los motivos que expone la película son simples como ella sola: la gente inteligente apenas procrea, y quienes más hijos tienen son aquellos que emplean ese órgano llamado cerebro para lo estrictamente básico y necesario. De modo que el susodicho órgano se va atrofiando poco a poco.
Y no es broma. Hay científicos que ya se han preocupado por estos asuntos. Más o menos. Peter Ward, experto en paleontología, astrobiología y biología, y director del Instituto de Astrobiología de la NASA entre 2001 y 2006, piensa en un futuro muy frustrante para quienes confían en la elevación del ser humano. De hecho, su reflexión es la misma con la que comienza la película Idiocracy. En un artículo publicado en 2009 en la revista Investigación y ciencia, «El homo sapiens del futuro», dice:
Multitud de estudiantes universitarios viven en su propia piel las consecuencias de ese tipo de evolución “inadaptativa”: dejan la reproducción para más adelante, mientras muchos de sus compañeros de instituto que no han ido a la universidad empiezan enseguida a tener hijos. Si los padres menos inteligentes son los que tienen más descendencia, entonces la inteligencia constituye una desventaja darwinista en el mundo actual; la inteligencia promedio podría evolucionar a la baja.
Existen trastornos de la conducta que, al ser codificados por un reducido número de genes, pueden propagarse a generaciones siguientes con mayor facilidad que otras características. Por ejemplo, el síndrome de tourette, la hiperactividad y el déficit de atención. Dice Ward:
Si tales alteraciones aumentaran la probabilidad de tener hijos, destacarían más en cada nueva generación […]: las mujeres que sufren tales síndromes no suelen ir a la universidad, lo que aumenta la probabilidad de que tengan más hijos que las demás.
Por otro lado, los críticos con semejantes especulaciones afirman que no existen pruebas del aumento de los trastornos de la personalidad señalados. Pero, aunque nada de lo dicho superaría un examen científico, como reconoce Ward, “la línea básica de razonamiento resulta en cierta medida plausible”. Porque la evolución tiene mucho que ver con la conducta y las circunstancias del medio.
Gran parte de la evolución futura de la humanidad podría comportar nuevas conductas que se extiendan como respuesta a las cambiantes condiciones sociales y ambientales.
Por ejemplo:
Muchos individuos llevan genes que les hacen propensos al alcoholismo, la drogadicción u otros trastornos. La mayoría de ellos no sucumbe, porque los genes no imponen un destino (su efecto depende del entorno). Pero otros sí. Sufren trastornos que pueden incidir en la supervivencia y en el número de hijos que tengan. Esas alteraciones de la fertilidad bastan para que opere el influjo de la selección natural.
Idiocracy se refiere a un mundo en que el medio recompensa a los estúpidos, donde prevalecen los que mejor se adaptan a una vida vacía gobernada por el ocio estéril, la comida basura, el sometimiento a las marcas, etc. La genética hace su trabajo, aumentando el número de supervivientes con trastornos de adicción, falta de atención extrema y demás.
Por su parte, Ward apunta a la ingeniería genética para reconducir a la humanidad. Hoy, aún cabe la reflexión ética sobre este asunto pero, tal y como están las cosas, cualquiera sabe si en un futuro próximo se verá con buenos ojos que los médicos satisfagan la voluntad de padres “deseosos de asegurar que su hijo sea niño o niña, guapo, inteligente, con talento musical o buen carácter, o que no sea avieso, depresivo, hiperactivo o se convierta en un criminal”.
El problema técnico por solucionar es la incomprensión absoluta de las consecuencias de una manipulación genética de tal envergadura. La pleiotropía es una característica del ADN; cada gen es responsable de diferentes cambios fenotípicos sin relación entre sí, de modo que manipularlo con un fin específico implica por necesidad otras modificaciones no previstas y, en la mayoría de los casos, desconocidas.
Hay científicos que proclaman ya el fin de la evolución humana según los criterios de la selección natural. Las ventajas y desventajas frente al medio están cada vez más condicionadas por aspectos culturales y económicos. Es lo que se ha dado en llamar “memética”. El siguiente paso, el definitivo, será hacer que estos factores sean la causa principal de la herencia genética. Dice Ward:
Supongamos que los padres manipularan a sus hijos en las primeras fases de su vida para potenciar su inteligencia, vigor físico y longevidad. Si los chicos fueran tan inteligentes como longevos (cociente intelectual de 150 y esperanza de vida de 150 años) tendrían más hijos y acumularían más éxitos que el resto de nosotros. Con cierta segregación geográfica o social que se autoimpusieran, sus genes podrían derivar y diferenciarse por fin en una nueva especie. Algún día, pues, estaría en nuestra manos traer al mundo una nueva especie humana.
La profundidad del debate que esto plantea se le escapa a quien esto escribe. Baste, pues, exponerlo para que se airee un rato. Eso sí, los guionistas de Idiocracy son unos descreídos con respecto a la capacidad de la ingeniería genética. Básicamente, la estupidez es muy anterior y está más arraigada en la sociedad, de manera que, cuando la tecnología lo permite, el objetivo principal de todos es evitar el gen de la calvicie.
Lo peor de todo es que, de tan estúpido que parece, el argumento es verosímil.
Escalofriante.
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