Josep Borrell se salió con la suya en Venezuela. El alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores no escatima esfuerzos en buscar soluciones que, lejos de ayudar al pueblo venezolano, terminan por favorecer al régimen que lo oprime. Sea por afinidad ideológica o por amistad, resulta difícil creer que todas esas gestiones parten de la buena fe, sobre todo cuando regímenes como el venezolano, el nicaragüense o el cubano han demostrado de todas las maneras posibles lo que están dispuestos a hacer para mantenerse en el poder.
En el caso venezolano, no solo ocultó las conclusiones del informe de la misión exploratoria de la UE que visitó el país en julio y que claramente constató que no era ni útil ni factible ni recomendable el despliegue de una misión de observación electoral, sino que ignoró tales conclusiones para terminar enviando una misión que pone a la Unión Europea en la peor posición de todas: renunciar a sus estándares internacionales para avalar un proceso que, a todas luces, será un fraude monumental, como todos los que ha habido en años recientes. Peor aún, desde una falsa autoridad moral, el señor Borrell, al comparar las farsas de Nicaragua y Venezuela, pretende decir cuál es un fraude y cuál no, como si se tratara de cosas distintas y no de una misma manera de ejercer el poder por parte de criminales.
Venezuela y Nicaragua no son distintas en cuanto al guión que sostiene a sus regímenes: miedo, terror, represión, tortura, persecución, uso de los militares, corrupción, falsas oposiciones, partidos arrasados, miseria, vínculos con el crimen internacional, propaganda, apoyo del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, y muchos más puntos en común. ¿Qué le hace suponer al señor Borrell que lo de Venezuela no es una farsa como si lo fue lo de Nicaragua? Fácil: que él decidió blanquear al régimen venezolano al enviar una misión que no estuvo dispuesto a remitir al país centroamericano, bajo la excusa de que en Venezuela hay una oportunidad. ¿Oportunidad con quienes están siendo investigados por la Corte Penal Internacional por la comisión de crímenes de lesa humanidad? Inaceptable.
Vale la pena preguntarse qué persigue Borrell con todo esto. ¿Será que está dispuesto a sepultar la ya atacada reputación de Europa por su desempeño en varios escenarios internacionales? ¿Hará que la UE termine por reconocer a un régimen que se había cuidado de no legitimar? En todo caso, la pregunta clave debe hacérsele a la propia Europa: ¿Permitirá que quien se desempeña como su representante ante el mundo manche el nombre de la Unión y, por si fuera poco, le haga avalar condiciones y procesos que jamás aceptarían en países europeos? ¿Qué tienen que callar los países europeos cuando, se supone, la lucha por la democracia y la libertad no admite negocios ni silencios? Muchas naciones del viejo continente tienen información de las andanzas del régimen y saben de su naturaleza.
Todo el que se haga parte de la farsa del régimen, incluso bajo la sombra de la buena fe, termina siendo cómplice. Ha quedado demostrado de múltiples formas que no hay posibilidad de elecciones limpias mientras el régimen esté en el poder. No son las contradicciones ni los juegos de política los que sacan a un criminal enquistado en el mando de una nación sometida al hambre, al miedo, a la represión y a la miseria. Europa está contribuyendo así a llevar al régimen criminal al terreno de la política cuando ese no es el terreno en el que debe ser juzgado. Se le está ayudando en su discurso normalizador.
No obstante, como siempre, el Parlamento Europeo constituye un fuerte contrapeso a las andanzas de Borrell, no muy distintas a las de su compañero de partido socialista español Zapatero. Gracias a voces firmes como las de Hermann Tertsch, del grupo ECR, quien ha liderado desde el principio la exposición de las intenciones de Borrell ante el mundo, decidiendo no hacerse parte de la farsa, y más recientemente, el GPP que decidió no ser parte de la delegación del Parlamento Europeo a convalidar la farsa –se imponen el sentido común y la coherencia entre quienes saben que el juego de Borrell sólo favorece al régimen. También han quedado en evidencia quienes han preferido guardar silencio o no exigirle nada a Borrell –no se sabe bajo qué pretexto, pero haciendo mucho daño a los venezolanos.
El régimen se vanagloriará de tener a la UE en Venezuela presenciando su farsa. También lo hará con la Organización de Naciones Unidas y con el Centro Carter. Nada ha cambiado en Venezuela para suponer que ahora sí sea factible que estas organizaciones estén presentes para legitimar una farsa. Si algo cambiará será la narrativa del régimen que jugará al reconocimiento que dichas estructuras le dan a cambio de nada. Blanquear al régimen es avalar sus crímenes y pisotear la memoria de sus víctimas.
Muchos dicen que es mejor eso que nada, que hay que conformarse y que es una buena noticia que se pueda evidenciar lo que hace el régimen. ¿Qué más hay que evidenciar cuando por crímenes de lesa humanidad y actividades delictivas ese régimen está señalado en todo el mundo? En realidad, lo grave del asunto es que aplaudirle la gracia al chavismo es traerlo al campo de la política cuando se supone que deben ser presionados como criminales. La misión de observación electoral, que no observará elección alguna en Venezuela, emitirá un informe cuyas conclusiones serán predecibles. Sin embargo, el daño estará hecho, porque decidieron avalar una farsa y darle el argumento al régimen de que el mundo los acompaña. Nada ha cambiado desde aquella última misión en 2006, por el contrario ¡todo ha empeorado! Todos los que se presten a blanquearlo y normalizarlo son cómplices. Sean del color que sean, se digan de oposición o no, o se llamen demócratas o liberales. Todos los que jueguen a normalizar algo que no está bien, terminan aceptando reglas que someterán aún más a los venezolanos. Eso es moralmente inaceptable.
¡Europa debe reaccionar! De nada sirve estar señalando lo que en su seno consideran amenazas a la democracia entre sus miembros, si se callan frente a reales y contundentes amenazas que ya son más que esto porque se han convertido en acciones concretas que se cometen fuera de sus fronteras con el aval de sus propios representantes. No son las etiquetas las que derrotarán a los enemigos de la democracia y la libertad, sino el enfrentarlos de manera decidida y con voluntad y sin medias tintas.
Pero para lograrlo, primero deben asumir con valentía el daño y el riesgo que representa hoy el rol de Josep Borrell, no por fijación, sino por resultados evidentes. Noviembre será un mes de blanqueo de tiranías auspiciado por el alto representante frente a los ojos del mundo y de una Europa que deberá decidir qué hacer, porque, a este paso, será Europa la que pague las consecuencias de seguirle el juego a Borrell… ¡Ojalá no sea muy tarde!
Este artículo apareció por primera vez en el Blog de Fundación Disenso.
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