Estridente

Cinismo que aterra, quiebra, siluetas y sombras tras una imagen impuesta que ya no puede sostenerse, está disuelta. Arde en el corazón la furia de la miseria, verdades a medias, miedo acordonado por las ya bien conocidas blancas camionetas. Tres días y el hambre en este encierro recuerda, el sabor de la realidad con inconsolable tristeza.

Violencia, reclutan sueños y trafican con la esperanza en el mundo que incendian. Voces, la sospecha, una democracia mediocre que agacha impotente la cabeza. Vías profundas donde yace la ambición como venganza, el olvido del ambiente solo ocurre en la ignorancia, todo es evidente pero lógico cuando el efecto nos caza. Tierra donde el dólar se abona con la matanza.

Mudo este ¡basta!, palabras sin juicio que sopesen la balanza, polarización es nuestra condena descabellada. Criminales asedian, hermanos se señalan. Extraditan la autoridad de una soberanía hipócritamente ultrajada, cómplices de la barbarie somos en la cotidianidad de esta tragicomedia mágica, una nación que de resentida a sí misma se es negada.

Reveladora la frialdad con que se politiza el horror, necesidad de poder tan carente ante la razón, corrupción del alma cuando el placer consiste en causar dolor.

Condición de soldado es mi ciudadanía colombiana, una patria que existe en el fuego y atesora agua, aquí donde el honor es conquistarse libre pese a los muros guerrilleros de las balas. Plomo y plata, como minerales en el cerebro, explican la demencia de un país que en autodefensas se masacra. Herencia de linajes distintos, familias cruzadas.

Política de nula empatía con la condición humana, incautos buscan votos en la marginalidad de quien despiadadamente engañan, revictimizan así las víctimas porque la salud es sensatez y les amenaza. Irónico que la alegría sea convivir con la contingencia de una guerra implícitamente acordada, en la ofensiva conveniente, por los frutos de soportarla.

La vida que se desplaza, despojada parte a observar desde la distancia, como alzados en armas incineraban su esfuerzo mientras quemaban su casa. Alaridos y alarmas, desasosiego común, sociedad resquebrajada. Enajenada consciencia ante la muerte apresurada, calculada en una estructura sin ética que la confianza desangra, quisiera creer que escucharnos basta. En la zozobra de las mayorías minoritarias, censurada.

María Mercedes Frank

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