Esto iba a ser un tweet

ILustración: Valentina Mansur @pezviva

Esto iba a ser un tweet, o quizás eso que hemos llamado hilo en esa red social; en todo caso, unas cuantas palabras, con pocos lectores, que no son más que un intento por expresar brevemente una reflexión que ocupa mi mente, interrumpiendo inoportunamente (o tal vez oportunamente) la rutina del aislamiento y esta nueva forma de vivir. Pero, por qué reducir a 280 caracteres algo que quiero decir de tantas formas o que quizás no terminaré de decir.

Era 2014, primer año de la carrera. ¿Por qué derecho y no otra cosa? El que respondiera sin utilizar la palabra justicia o alguna semejante no tenía idea qué estaba haciendo ahí sentado; tal vez era un adelantado que a esa edad ya sabía qué le deparaba la carrera o, mejor, la vida. Yo sí estaba muy tentada por esa idea de justicia, incluso, recuerdo un aire de superioridad moral cuando expresaba los motivos que me llevaron a estar allí y no en otro lugar. Tenía un deseo -casi compromiso- de hacer frente a las injusticias y pensé que el derecho era la vía para materializarlo.

No tardaron en llegar las frustraciones, por fortuna. Cuando no encontré en el derecho las herramientas para combatir las injusticias, curiosamente, empecé a disfrutar más su estudio. Pese a las incomodidades de sus afirmaciones codificadas o sentenciadas, su lenguaje pretencioso y enredado, hallaba gusto en ello. Entre todo, debo decir que no fue el Derecho lo que me cautivó, fue su plural: Derechos.

Hablar de derechos nos obliga a hablar sobre esa idea de justicia. Esta vez, acudamos al cuento “Emma Zunz” de Borges, con las disculpas que me merece por atreverme a usar sus letras para decir lo que intento decir. Este cuento desarrolla la historia de Emma Zunz, la joven que a sus 19 años ideó y llevo a cabo un plan para vengar la muerte de su padre, Emmanuel Zunz. Emma decide matar a Aarón Loewenthal, su jefe actual, y quien años atrás habría sido el culpable del desfalco de la empresa, desfalco imputado a Emmanuel Zunz.

La historia de los recuerdos e ideas de Emma Zunz la convencieron de que Aarón Loewenthal era el único culpable del suicidio de su padre. Por ello, ingenió un plan para hacer -su- justicia. Su plan consistía en fraguar su propia historia de terror, sacrificar su cuerpo con un hombre a quien decidió elegir: “más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada”.  Y luego, habiendo disparado a Loewenthal, poder constituir la prueba de un abuso para su defensa frente a los hechos.

¿Actuaba Emma Zunz en derecho? “Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana”. Actuó bajo lo que ella asumió como su derecho y entendió como su forma de justicia.

En este cuento dos cosas son claras: un hecho y un pensamiento. Alguno se impuso sobre otro, el lector juzgará cuál. El hecho: La muerte del padre de Emma Zunz, concretamente, su suicidio, “lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin”. Un pensamiento: El motivo por el cuál su padre decidió quitarse la vida, motivo que reposaba en la mente de Emma Zunz.

“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”. Así termina la historia de Emma Zunz; una en la que la inalcanzable escritura de Borges refleja las perplejidades que suscitan los conceptos de derecho, justicia y verdad, entre otros.

Este final fue genialmente interpretado por el economista Walter Sosa en un hilo en twitter de hace casi dos años. De su tweet de apertura “#estadisticaXtuiter, “databorges”: un paseo borgiano por el mundo de los datos y las estadísticas. Y un paseo estadístico por el universo del notable escritor argentino”, Sosa deriva el siguiente análisis sobre el cuento de Emma Zunz:

El ejercicio de adosar la historia más creíble a un conjunto de datos se llama “máxima verosimilitud” (MV) en estadística. Me gusta más “máxima compatibilidad”: la historia más compatible con los datos.

MV es un ejercicio de “ingeniería reversa”. Para generar datos hay que usar un mecanismo. La idea de MV es ir al revés: viendo los datos conjeturar cual fue el mecanismo que los generó.

Emma Zunz da vuelta este problema como una media: Ella sabe la historia que quiere que prevalezca, solo necesita generar “los datos” que la hagan creíble-contable.

Termina Borges diciendo “Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero era también el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”

En estadística, la idea no es “analizar los datos” sino lo que está detrás de ellos. Es lo que Emma Zunz pretende que se vea: su indignación, su sentido de la justicia (y la venganza).

Podría decirse que Emma Zunz lleva a cabo de manera exitosa su plan. Tanto que se expone al ultraje (el que luego le “serviría” como prueba para alegar una legítima defensa en el homicidio de Loewenthal) y solo “falla” en las palabras que quiere decir al llegar a su final. Los hechos son aquellos que ella decide que sean, los suficientes para el desenlace que la lleva a consumar su justicia.

¿Cuántas Emma Zunz han existido, existen y existirán en este mundo? ¿Cuántos Loewenthal? ¿Cuáles son los hechos que nos llevan a hacer o afirmar ciertas cosas? ¿Cuáles son las verdades? ¿Las de quién? O como lo diría la voz de Silvio Rodriguez, “¿hasta dónde debemos practicar esas verdades?” El derecho y todos sus conceptos están atravesados por estas preguntas y algunas respuestas intentan sobreponerse como esa idea casi natural del derecho, peligrosamente común, aún en la actualidad.

Pero ¿a dónde nos lleva todo esto? No sé, tal vez a ninguna parte. Quizás solo sea a una preocupación personal que me movió a escribir. Ver los tribunales de justicia que se han instaurado en las redes sociales me lleva a pensar en Emma Zunz. Me lleva a pensar en los datos, la estadística, su interpretación e interacción con eso que llamamos verdad y que concluimos en manifestaciones sobre la justicia.

¿Sobre qué se edifica esa verdad en las redes para que hagamos de ella un juicio definitivo al otro? Pareciera edificarse en manifestaciones que, aún siendo relatos de realidades desconocidas, no dejan de ser eso: relatos. Por más insoportable que suene, no nos dan el poder de juzgar y condenar al presunto culpable. Tomarnos la justicia en las redes no es tomarnos la verdad, ni mucho menos tomarnos el derecho.

En el derecho, hemos acordado, por fortuna, que las respuestas en materia de derechos se dan un proceso, un debido proceso. Acordamos que, practicando el debido proceso, podríamos llegar a un resultado -si se le quiere llamar- justo y equitativo o, al menos, a un resultado donde se escuche más de una voz, más de un relato, más de una prueba, más de una idea, más de una verdad, más de una falsedad. Todo esto, sabiendo incluso que la decisión siempre tendrá las dos caras: la de Emma Zunz y la de Loewenthal.

No se trata de callar. Se trata de encontrar otras formas de manifestarnos, que pongan el debate por encima de los juicios de verdad; formas que garanticen en encuentro de voces. Decir puede ser el acto más difícil y valiente, pero también puede ser el acto más destructivo. Tomarse la justicia en las redes, como lo es tomársela en la calle cuando somos partícipes de la violencia contra un presunto culpable, es nocivo. No sigamos profundizando las redes como otro escenario para la destrucción.

Esto iba a ser un tweet, pero mejor decir más para también escuchar más. Propiciemos otros escenarios para los debates, la importancia de estos lo ameritan. Estar a la altura de ello nos exige honrar los relatos de las partes, las ideas, las versiones, los datos, las verdades y los derechos, así, en plural.

Catalina Henao Correa

Abogada, estudiante de maestría en Economía Aplicada.

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