Este pedazo de acordeón

Fue hace unos ocho años aproximadamente que decidí cual iba a ser el instrumento que me acompañaría el resto de mi vida: el acordeón vallenato. En un principio mis padres trataron de disuadirme pues para ellos era un “instrumento de hombres” pero yo a pesar de ello, quería tocarlo. Lo primero que hice, estando en el Valle del Cacique Upar, fue recorrer las prenderías Valduparenses con el fin de encontrar algún acordeón empeñado por un acordeonista que se hubiese visto en aprietos, sin embargo, gracias a mi querido padre nos tocó huir despavoridos del lugar, pues en la primera compra-venta que entramos puso en evidencia su conocimiento musical. En una de las calles principales del centro de Valledupar, nos atendió un joven muy ilustrado sobre el tema acordeonístico –si es que se puede decir así-, y nos ofreció un Acordeón Corona III que había pertenecido a Alvarito López, “su tono es un SI-MI-LA”*, nos dijo y pues don Iván, que no se quería dejar tumbar, le respondió que no queríamos un acordeón simila´ sino uno original.  Eso bastó para ser el hazmerreír de todo costeño que había en el lugar y decidí que cuando de buscar acordeones se tratara no iba a volver a invitar a mi querido papá.

Finalmente, luego de pasar uno que otro estrago, el 19 de julio de 2008 recibí mi tan anhelado artefacto, y desde ahí empezó mi aventura por este bonito folclor, empecé a valorarlo desde su raíz, desde sus antepasados, desde sus inicios, y fue allí donde me dejé seducir, desde ese entonces mis salidas los fines de semana, se convirtieron en tertulias con viejos que contaban historias, en ensayos, en parrandas; esperaba con ansias el 28 de abril de cada año, como el musulmán que espera ir a la mezquita, y así poco a poco me fui adoctrinando con los cuentos de Emilianito Zuleta, del Turco Gil, del Turco Pavajeau y de todos aquellos juglares anónimos que aún tienen mucho que aportar para no dejar acabar el Vallenato real.

Luego de un par de años de asistir al Festival en Valledupar, fui invitada por unos amigos al Festival Cuna de Acordeones en Villanueva, ¡y vaya sorpresa la que me llevé! pues nunca imaginé que Disneylandia se podía traducir en términos vallenatos y sí; era llegar a un pueblo de no más de veinte mil habitantes, en donde te daban un mapa con los eventos de toda la semana, cada uno era separado por una cuadra, en algún Liceo del pueblo se realizaban las eliminatorias de acordeonero profesional, aficionado, juvenil o infantil; en otra cuadra en algún coliseo se presentaban las piquerías; en otro la Canción Inédita, y por último; en un jardín infantil se presentaban mis preferidos: las Primaveras del Ayer, es decir, los acordeoneros ya mayores que desafortunadamente no tuvieron la suerte de ser reconocidos pero que su talento sigue incólume y tal vez mejor que el de muchos otros. Además de estos eventos, podías contar con la suerte de ser invitado a las parrandas de patio de los Hermanos Daza, Mazeneth o los Romero, quienes eran los encargados de hacer las parrandas de alto calibre, invitando a todos los compositores y juglares de la zona.

No me arrepiento de haber elegido este camino, pues gracias a este capricho, pude conocer a grandes personas, bonitas historias, que no son más que las propias musas de estos poetas que viven del folclor y que muchas veces no se les da el reconocimiento adecuado, por eso invito a los jóvenes de ahora para que no dejemos acabar ese vallenato viejo, con el que inició Alejandro Durán, Emiliano el Viejo, Juancho Polo Valencia, Luis Enrique Martínez, entre muchos otros, y que ese vallenato nuevo -ese híbrido- no extinga el Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

 

*El acordeón diatónico (vallenato) viene afinado en varios tonos, entre ellos está el SI-MI-LA, LA-RE-SOL, RE-SOL-DO, entre otros.

 

 

Ana María Osorio

Estudiante de Derecho. Bibliómana, misántropa y anacrónica. Con un particular interés por los ancianos y sus historias (me refiero a libros y personas). Sanfonera, a veces.

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