¡Estamos de primeros!

Le estamos ganando a Indiana Jones (o Indiana Jones y el dial del destino) de Disney con un muy veterano Harrison Ford. Le ganamos a La noche del demonio (distribuida por Sony Pictures), serie de películas de terror mal calificada. Y le ganamos a Elemental, también de Disney, donde confirman su dirección progresista chequeando todas las casillas de interseccionalidad, con presencia de todas las tonalidades de melanina y cuyo protagonista es, quizá, el primer personaje animado no-binario (creo que ya hay un par por ahí).

Puede que la competencia no sea la más fuerte, ¡pero somos los primeros! Y con esto, me refiero a la película Sonido de libertad (en inglés, Sound of Freedom), protagonizada por Jim Caviezel –protagonista de la famosa La Pasión de Cristo (2004) dirigida por Mel Gibson– y distribuida por Angel Studios, Inc. (estudio cinematográfico cristiano norteamericano). Aunque, se preguntará usted, ¿si la película no es colombiana y los actores no son colombianos, como así que estamos ganando? Sencillo, la película toma lugar, tanto en su historia como en su rodaje, en nuestra hermosa y colonial Cartagena de Indias.

¡Ah qué orgullo! ¡Otra película filmada en “el corralito de piedra”! ¡Nuestra histórica “ciudad heroica”, una vez más, protagonizando un éxito internacional! Desafortunadamente, la trama de la historia hace palidecer las atrocidades cometidas en la época de la inquisición y se asemeja mucho más a la trata de esclavos que tuvo lugar dentro de esas imponentes murallas. Sonido de libertad narra la historia de un operador norteamericano de la CIA, que abandona su trabajo para dedicarse a rescatar niños de las redes de tráfico sexual de menores (aclaro que aún no he visto la película).

¡Eso es Hollywood que siempre exagera todo!”, dirá uno que otro inocente amigo. Hace muchos años que no voy al Parque Lleras de Medellín, pero hoy día es tristemente famoso a nivel internacional como un antro de prostitución de menores, gracias al bandido que hoy tiene como meta, acabar con la moral paisa, haciéndose obscenamente rico en el proceso. Veía hace poco, un video de una señora denunciando como en la Estación Acevedo del Metro, extranjeros dejan sus pasaportes a cambio de un menor, con el que suben al Parque Arví luego de pagar por sus depravados deseos.

¡Pero eso es Medellín, provincia, eso no representa a Colombia!”, dirá uno que otro amigo capitalino. Argumento generalmente válido, si tan solo en el Congreso de la República no tuviésemos pederastas, asesinos, traquetos y abortistas, ganando decenas de millones de pesos al mes, posando como adalides de la moral y haciéndose llamar honorables. Verbigracia, el honorable alias “tornillo”…

¡Pero hoy en día, con tanto loco de teorías de la conspiración, eso no pasa en realidad!”, dirá algún despistado amigo. Para nuestro infortunio, Sonido de libertad tiene un guion basado en la vida real. Conozco bien la historia de Tim Ballard, el agente en el cual se inspira la cinta, por lo que tengo una buena idea del contenido y su desenlace, La operación real se realizó en Cartagena y llevó al rescate de 120 niños, niños cuyas vidas hubiesen sido destrozadas por seres de lo más oscuro y despreciable. A estas alturas ya debemos ser conscientes de que la tragedia de esclavitud sexual de menores, es una epidemia que afecta todas las regiones de nuestro país.

Todo eso lo sabemos desde hace muchos años y no pasa nada. Tenemos un país tremendamente corrupto, violento y desigual (fruto de los dos anteriores). No obstante, por algún motivo, por nuestra historia, nuestra formación, nuestra genética, o por lo que sea, en Colombia nunca pasa nada. Rara vez nos hacemos sentir como sociedad para protestar. Aceptamos que nos roben abiertamente un plebiscito, que nos nieguen la revocatoria constitucional de Alcaldes ineptos y deshonestos, que nos pavoneen los casos del más corrupto nepotismo sin ninguna consecuencia, y también, vemos cómo despedazan a los más vulnerables –ni siquiera esto nos lleva a tomar acción y exigir cambios–.

Desde el elefante del Proceso 8.000 –si es que no desde mucho antes–, nos hemos dado cuenta de la debilidad de los colombianos para defender nuestra patria y nuestra libertad. La falta de este valor, creo, nos conduce a subvalorar lo infinitamente delicado de la situación de nuestros niños. Lo más triste de este análisis, es que la solución que aplicaremos a tan infinitamente grave problema, será la misma que hemos aplicado a todos los problemas graves de nuestro país: ¡nada!, o bueno, nos seguiremos quejando en redes sociales…

¿Qué alternativas tenemos? De entrada, exigirle al futuro Alcalde de Medellín (queriendo Dios que vuelva a ser Fico) y al Gobernador de Antioquia, tomar cartas en el asunto: cerrar todo negocio, llámese bar, hostal o prostíbulo, que tenga menores presentes, sometiendo a la justicia a todo adulto involucrado. Es un inicio, pero no ataca de fondo nuestro problema de falta de amor, aprecio, respeto y valor por la libertad.

En Colombia seguimos con la misma mentalidad de súbditos de la época de la conquista. Nos quedamos con la idea de que un rey electo es el dueño y guardián de nuestras vidas, y que él tiene el derecho a disponer de ellas y de nuestros bienes y nuestra honra ¡Hay que cambiar de mentalidad!, empezando por tener claridad sobre el origen de nuestros derechos. Si nuestros derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad (véase la Declaración de Independencia de los Estados Unidos) son dados por nuestro Creador, ningún ser humano puede transgredir sobre ellos; incluir esta máxima en nuestro ADN fundacional, es un buen primer paso.

Si Colombia aspira a salir algún día de esta espiral de frustración, corrupción y violencia, hay que patear la mesa, cambiar las reglas del juego, demoler el edificio actual y levantar uno nuevo. La mayoría de los colombianos sabemos muy adentro que esto no es viable cómo vamos. Pero como en la guerra, se necesita un valiente para salir primero de la trinchera, Antioquia está llamada a liderar la avanzada de Colombia hacia la libertad y el progreso.

Con los antioqueños logrando nuestra libertad, motivaremos al resto de Colombia a manifestarse en contra de la esclavitud actual de nuestra gente. Si queremos evitar protagonizar futuros filmes tipo Sonido de libertad, tenemos que empezar por ser realmente libres.

Jorge Felipe González

Medellinense, aunque viví una buena parte de mi infancia en los Estados Unidos, especialmente, en California. Bachiller egresado del Colegio The Columbus School e Ingeniero Mecánico de la Universidad EAFIT, carrera de la que realicé mi semestre de práctica en Kawasaki (Japón) y que he ejercido en empresas como Auteco, Actuar Famiempresas (hoy Corporación Interactuar), SOFASA y Moldes Medellín Ltda. En 2003, inicié mi carrera como empresario creando la compañía Thor International S.A.S.: empresa de ingeniería y manufactura avanzada, donde logramos incursionar en el sector aeronáutico y de defensa, generando proyectos nunca antes vistos en nuestro país; lamentablemente, por problemas societarios y por el abandono del Gobierno Santos al sector defensa, la empresa se liquida en 2018. Ahora soy socio y Gerente de Operaciones de OTA S.A.S., organización que, por causa de la pandemia, se encuentra básicamente volviendo a empezar, enfocándonos principalmente en desarrollar ingeniería y manufactura para el sector médico.

Desde 2017 formo parte de ALS (Antioquia Libre y Soberana), y en 2018 soy elegido como su Líder. El grupo, desde hace buen tiempo atrás, veía venir la Colombia de hoy. Trabajamos para ofrecer un modelo de país distinto, libre, próspero y seguro.

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