Sus manos cálidas y suaves tomaban las mías, secas y huesudas, carcomidas por la enfermedad, sentía el pulso de su torrente sanguíneo palpitar en mis palmas, escuchaba de nuevo esa voz que hace tantos años me decía cosas al oído, Estamos aquí, juntos, repetía, traté de responder pero no musitaba palabra, no salía, el esfuerzo de mi mente no lograba brotar, los ojos que me miraban eran achocolatados, un poco rojos, húmedos, mostraban cierta lástima con el cuerpo que observaban, se sentía cierta pesadumbre, yo la sentía, por lo menos algún sentimiento estaba despertando, era mejor que nada.
La mujer que miraba era el amor de mi vida, la conocí en Corrientes por los ochentas, cuando empecé a trabajar como agente viajero y acompañaba una excursión de muchachitos insoportables, era la dueña de una repostería, la vi feliz entre los mesones, dirigiendo una cuadrilla de mujeres rechonchas que amasaban y servían pasteles, no eran tan buenos, se quejaban algunos, a mí no me gustaron nunca los pasteles. Luego de un tiempo me volví adicto. Su cuerpo menudo y su cabello negro recogido dejaba ver algunos rasgos finos, sus manos se movían para todos lados, un mechón era rebelde y parecía moverse más lentamente, como llegando tarde al resto del baile, cuando levantó la mirada, los ojos achocolatados me punzaron el estómago, atendiéndome como a cualquiera, tomó nota de la orden para los engendros y me dejó solo, siempre he vivido solo, ¿porque sentí en ese momento que me dejaba? inexplicable pero abrumador, alcancé a preguntarle el nombre. Entrados en los veintes no se es muy coherente en las preguntas, -Isabel Andrade, musitó, no tendió su mano, no le gustó la pregunta, solo me cobró los pasteles y me dejó, de nuevo solo.
La atracción por sus movimientos sincronizados como danzando entre los mesones era hipnotizadora, miraba alrededor y los demás comensales no lo notaban, ¿cómo no lo notaban? pero acaso estaban ciegos, mi vida había visto varios cuerpos, algunos se quedaron, acompañaron, otros pasaron de volada y otros ya ni recuerdo, pero este cuerpo en especial tenía pequeños imanes que no lograba desprender, Andrade, extraño apellido, seguramente de migrantes el origen, Isabel, nombre de reina, de realeza, debía influir en sus formas del todo reales, tomé mi sitio en la barra al lado de los pequeños demonios, tragué despacio mirando de lejos, escuchaba susurros, voces ,risas, siempre fastidiosas, la gente molesta, pero más los monigotes minúsculos inquietos, de lejos vi como soltó una carcajada, una risa escuálida dejó entrever su perlas, no existía para ella, un estudiante harapiento con 6 mocosos dando vueltas no resulta muy atractivo, la tarde caía sobre el meridiano y la silueta seguía su rutina, sin ni siquiera verme, de nuevo solo.
Regresé temprano, con la excusa perfecta; comer, esta vez los pequeños luciferes estaban durmiendo y podía aprovechar el tiempo, quedaba poco, tres días y de regreso a Buenos Aires, del hotel de tres pesos que había dado la agencia al sitio de mi amada eran dos cuadras, caminé rápido, apretando los puños por el frío del invierno entrante dentro de la chaqueta de cuero, la bufanda volaba hacia atrás como diciendo, no vayas regresa, yo luchaba contra el viento y apretaba el paso, ya soñaba con escucharla, con verla, la noche de la espera fue eterna, el insomnio siempre ha sido mi compañero, sobre todo desde la muerte de mis padres en el ferry, pero esta noche fue distinta, mis manos en la cabeza sostenían una sonrisa estúpida esperando el alba, esas punzadas en el estómago estaban sostenidas, el amor está en el estómago, lo siento, un amigo borracho me explicaba que el amor no estaba en el corazón, porque el corazón no duele, si eso era cierto lo había encontrado entonces, en el estómago sentía esos rollos y esas ganas de ver las luces del día.
Abrí la portezuela con ansias, no me anuncie, no vi por el cristal, mi decisión era completa, tenía la maraña de ideas en mi cabeza para lograr una charla inteligente, no muy cargada, no muy simple, no me quite la barba, salí limpio, pero sin afeitar, lo pensé al cruzar la puerta, el estruendo de la madera separó el abrazo de los que se besaban, la imagen me congeló la sangre, las dos caras impávidas me quedaron mirando con las pepas abiertas, mudo de nuevo, donde está la película de anoche, mi castillo de naipes caía y no en cámara lenta, la lengua no se movía, diecisiete músculos inservibles, el dolor en el estómago, esta punzada no me agradó, cuánto llevo parado como un papel sin hablar, un segundo, dos… las perlas de Isabel se asomaron rompiendo el silencio de la mañana, bella por supuesto, su acompañante dio la espalda y no vi su rostro, y si lo ví, lo borré de mi mente, ladrón de mis punzadas de estómago, salí dando tumbos con un pan caliente que no quería para los enanos, otra vez solo. La puerta sonó detrás de mí, no miré, no quise, ya había sido suficiente, demasiado dolor en el estómago, sentí que abrieron la puerta a mis espaldas de nuevo, seguí caminando rápidamente, le hubiera hecho caso al viento.
Llegué a ese hotel de pacotilla (así se llamaba la calle) dejé esas bolsas en la mesa apesadumbrado, el dolor no se iba, pero que imbécil, haciendo globos la noche entera, los panes rodaron sobre la mesa con la factura de compra que recogí del piso, encontré al respaldo del papelillo en letra corriente ISABEL 8141165000, un número que me abría la puerta de nuevo, me quedaban dos días en este hostal, no entiendo muy bien porque este número me atormenta y aparece pero definitivamente el dedo va hacia los huecos del teléfono.
-Bueno
Escucho ese acento dulce a través del auricular, otra vez la maldita lengua quieta
-Bueno, soy yo, el guía de los niños
-ahh eres tú el muerto
– ¿El muerto?
– sí, quedaste como muerto esta mañana, debes estar muy enfermo, se nota por tu tez paliducha, dejé mi teléfono por si necesitabas algo, se te ofrece algo?
– realmente no, voy de salida
-lástima no tengo que estar en la repostería esta tarde
-pero tu novio debe estar acompañándote, pienso.
-Quien?
– Tu novio, el de esta mañana,
– no preguntes idioteces, si te va bien salgo a las 2, y muero por un café, te espero?
-me esperas?
_si, te espero venís por un café
-claro estaré a las 2 meridiano.
Salí disparado a encontrar las punzadas en el estómago de nuevo, los hijos del hades tenían visita al museo como plan de excursión y mi compañero Emilio, haría el favor de aguantar ese suplicio, ya lo había cubierto yo varias veces, así que la tarde era mía día y medio en estas tierras, no somos dinero, ni trabajo, somos el tiempo que invertimos de nuestra vida para trabajar, para conseguir dinero, lo que debemos regalar es tiempo, y yo me iba a regalar esa tarde. Frente a la puerta de la repostería estuve en punto, hice la pausa, no quería sorpresas, atisbe por la ventana, los ojos achocolatados estaban del otro lado, ya sentada sobre uno de los bancos, mirando una revista, no se veía agitada, ni nerviosa, que curioso yo sentía un peso muy grande, esta vez la puerta rodo despacio, con un hola, rompí el silencio, las perlas asomaron, su mano arriba saludó, la izquierda, curioso, mi amada era zurda, yo también era siniestro.
Me tomó de la mano, me dijo, vamos tengo hambre olvida el café, tenía pensado un amaretto, tal vez un mate, nada sale como imaginas, a brincos llegamos a una hamburguesería de payaso afuera, siniestro como nosotros, me encanta la malteada de vainilla y papitas, no tuve tiempo de decidir, ese fue el pedido y nos sentamos.
– ¿Y bien, que haces?
Esos ojos achocolatados me miraban esperando una respuesta, no había muchas, yo si tenía varias preguntas, como cásate conmigo por ejemplo, se me ocurría de manera repetitiva, ella engullía sus papas, yo solo miraba la boca, esa boca invitaba, la conversación se fue dando sola, sus dedos delgados tomaban las papas, manos y boca jugueteaban, estaba perdido, el pulso acelerado, la risa salía del lado de mi compañera sobre todo cuando yo trataba de decir cosas profundas, trascendentales, aparecía la risotada, se acabaron las papas, quedó la malteada, me helaba el cerebro tomando rápido, era mejor, me perdí en sus ojos por un momento, la risa se apagó, la sentía cerca, esta vez con la cabeza inclinada, miraba mi boca, no decía nada, se acercó; inmóvil sentí el vértigo, la vida me regalaba un beso, cerré los ojos, sentí, saboree un beso corto, con la boca un poco abierta y un poquito de lengua humedeció mis labios, el corazón hizo el sístole y diástole con más fuerza, el tiempo, lo que me regale esta tarde, el tiempo se detuvo.