Eslovaquia no es la locomotora de Europa (Ese puesto lo ocupa Alemania, Francia e Inglaterra); ni es el gran polizón que atropella a los demás (Ese es Rusia); ni el más educado (Noruega); ni el mejor vividero (Finlandia) ni nuestro destino académico en el que entiendan lo que queremos decir (España), pero sí es un país que está dándole ejemplo al mundo. Un ejemplo de decencia. He seguido con asombro lo que sucede por estos días allí. Hace poco encontraron el cuerpo sin vida de una pareja. Uno de ellos era Jan Kuciak, un joven periodista que se acercaba con acierto a poner en evidencia problemas de corrupción con su gobierno de turno. Un periodista silenciado a golpe de cañón.
Una noticia que para nosotros es común. Una notica en la que lo importante no es el sujeto sino en cómo fue la muerte. Cuantos balazos, cuanta sangre, cuanto dolor. Pero en Eslovaquia, esta noticia, ha desatado el rechazo más feroz y multitudinario de una sociedad que ha hecho pública su voz de denuncia. Las calles de Bratislava, la capital, lucen abarrotadas de asociados y actores sociales que sienten que el pacto social se ha hundido. Hace unas horas, el Primer Ministro, Robert Fico, hacía pública su dimisión. Lo cual en sí mismo ya es un acto decente y en el caso de nuestros dirigentes, un milagro. Pero resulta que en Eslovaquia la dimisión no es suficiente. Y sus citas en la plaza pública se generan de manera sucesiva y sistemática reclamando más acciones. Ahora quieren citar a elecciones y sancionar, por la vía electoral, a su actual dirigencia política.
En Eslovaquia se comete un crimen, la de una sola persona, y la sociedad se levanta. Su levantamiento acelera la reactivación de la clase política. La muerte, por condiciones políticas, genera sensaciones de dolor, de frustración, de exigencia, de cambio. Y no solo lo sienten sino que lo hacen explícito. Se toman las calles y se hacen escuchar. No sabemos con certeza qué pasará en Eslovaquia, lo cierto es que su actitud valiente y decisiva debe ser tomada como ejemplo. La ciudadanía que hace valer sus derechos está por encima de cualquier gobernante o de cualquier partido político. El pueblo soberano no solo debe contemplar su título en el papel. Tiene que validarlo y Eslovaquia nos ha mostrado cómo se hace. Cuando la
sociedad civil se erige la política se reinventa.
Este hecho, en pleno semestre electoral, es un buen ejemplo para Colombia, donde el pueblo también es el soberano. El que debe levantarse para exigir que su gobernante no se quede indiferente cuando la corrupción llame a su puerta, cuando la vida de un asociado esté en peligro, cuando se pierdan los tarjetones en una jornada electoral o cuando colinde, con su ineficiencia, a intereses criminales.