Los impulsos montaraces y beligerantes han desatado el invento más ruin de quienes habitan la tierra. Convocar facciones para agenciar la muerte y formar ejércitos para exterminar pueblos, han sido los inveterados mecanismos para naturalizar la industria del exterminio. Predispuesto a la pugnacidad, el hombre ha atendido un llamado ancestral, antes que al festejo, al puñal y la ballesta. Nadie en la tierra ha dedicado tanto ingenio y esfuerzo, talento y capacidad, a concebir herramientas y estrategias para la eliminación de sus congéneres. Ni la biología ni la zoología, ni ninguna ciencia natural, ha sabido de una especie más obstinada en la desaparición de sus pares que la humana.
Insólita forma de tramitar las discrepancias, de controlar los tropelías y apaciguar los ímpetus, la guerra, con sus devastaciones, rescoldos de odio y cicatrices perennes, ha dirimido los diferendos territoriales y raciales de los hombres. Escrita con el alfabeto de la irreflexión, lo que con pretensión de gloria se ha llamado historia, no es nada distinto al relato universal de la infamia que enumera con detalle cada una de nuestras abyecciones.
Esa escuela de dolor ha conminado a los pueblos a inventar paliativos para cauterizar las llagas y aliviar los desconsuelos. Ha sido la literatura, desde los poemas homéricos, la que ha obrado como catarsis para la vindicación que se reclama en la capitulación del conflicto. León Tolstoi, en su obra cumbre Guerra y Paz, tratado de la imaginación alrededor de la descomunal ambición Napoleónica que impuso la devastación, abre literariamente, para el arte moderno, el armisticio como tema novelístico con su ciclópea creación.
Es esta etapa, la de los campos humeantes en el final de la guerra, la de los lisiados que expían sus culpas, la de los traumas y los pesares que desean esfumarse, de la que se ocupa Los Farallones Azules. Como también lo hizo Ferdinand Baradamu, el protagonista de Viaje al Final de la Noche, la novela escrita por Louis Ferdinand Céline, Pablo Baal, el médico e investigador que el talento creador de Fabio Martínez concibió años atrás para indagar la naturaleza de los hombres invisibles, regresa para liberarse del lastre de la guerra. Ambos han conocido la inutilidad del fratricidio y han aprendido que no hay estado más revelador de la miseria humana que el de la proclividad al asesinato. En la confrontación, se anulan los parentescos, se diluyen las filiaciones y se desdeñan los vínculos. Ellos han confirmado que quienes han sido carne de cañón, son seres fantasmales, casi inexistentes, que atienden los dictámenes de un interés superior revestido de sombras y mezquindades.
Encontramos en la genealogía de Pablo Baal, un nítido parentesco con Hans Castorp, el hombre que viaja desde Hamburgo para pasar tres semanas en el hospicio que le dará cura a sus males. Si en La Montaña Mágica de Tomas Mann los personajes son arrastrados por el tiempo que cataliza las reflexiones más agudas en el encuentro de unos primos que buscan la saciedad estética y política, en Los Farallones Azules, junto a Pablo Baal, el profesor Melo, Gloria Montes, y otros más, intentan sobreponerse a las veleidades de la historia porque ellos desean recobrar la vida después de la guerra. Todos desastrados por los avatares de un país de escombros, cargan las leyendas particulares que pertenecen al ámbito íntimo de una familiaridad perdida. Para resarcir el pasado, la tía Tiresias dialoga con su sobrino Pablo mientras este busca con pertinacia de espía a su hermano Pedro.
Hemos conocido las transfiguraciones que provoca todo embate y los desgarramientos que ocasionan el campo de batalla. El siglo XX, con sus sirenas de triunfos huidizos y espejismos de utopías disueltas, nos legó la enseñanza que no hay nada más lacerante que la destrucción de la cultura cuando esta obra como barricada moral. Las simbologías que cada pueblo construye son sepultadas por el agente invasor para implantar un orden desconocido y dislocar el tejido secreto del territorio. La piel del tiempo en la agonía pierde su impronta.
Quienes llegan a Los Farallones Azules resisten y se reinventan. Lina y Simbad, esposa e hijo, dejan Pablo Baal no solo para que sea tratado como un enfermo y se recupere de la herida que su hermano le ha causado. En su internado, Pablo se reencuentra con un pasado de afectos, reconstruye sus mitos personales y refunda la memoria que la guerra le ha arrebatado.
En el delirio de las calles y bares de la ciudad, en las terapias del doctor Vallecilla, en las voces de ultratumba de la tía Tiresias, en la reconstrucción del horror de ejércitos sin piedad, Pablo Baal busca los fragmentos de un país de afectos que perdió con la muerte de su hermano. En el monasterio, recompone el mapa trizado de su vida que la realidad le desdibuja.
Fabio Martínez, con humor y gracia narrativa, crea con la publicación de Los Farallones Azules una nueva vertiente en la literatura Latinoamericana. En el país que despide la confrontación armada irregular más larga del hemisferio occidental, precipita, con arrojo y no poco riesgo, su escritura para la disección en clave de una latitud alegórica que explora los vínculos fundantes de una identidad trastornada. Con la pesquisa del tiempo recobrado, y las brumas de una memoria que emerge, hace gran literatura.
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La presentación de la novela será el sábado 20 de Octubre. Biblioteca Departamental. 6:30 de la tarde, en el marco de la Feria del libro de Cali.