Esclavitud infantil

“es necesario formar trabajadores para el futuro a mediano y largo plazo del país, pero es con educación, e inclusión social que podremos alcanzar esta meta; es formando un grande equipo como podremos hacer de la niñez y la juventud, personas fundamentales para la construcción de una nación en paz y prospera, que sirva de buen ejemplo a las futuras generaciones”.

Cada mañana cuando voy camino al trabajo, paro en un semáforo cinco cuadras antes de llegar a mi destino, el semáforo en rojo se demora en pasar a verde más de lo necesario, y en la ventana del carro se acercan al mismo tiempo dos niños de unos siete u ocho años -calculo yo-, de piel trigueña, ojos pequeños y rasgados, nariz alargada y llena de mocos que les llegan escurriéndoseles hasta la boca con labios grandes y resecos, tienen el cabello desordenado; a ninguno de los dos nunca los he visto usar tapabocas a pesar de la actual pandemia del Covid-19; siempre los veo vestidos con la misma ropa ya sucia, pequeña para sus cuerpos y deteriorada, no usan chaquetas, solo visten unas camisetas de mangas cortas, unos pantalones también cortos, unos tenis descoloridos y sin medias.

Ambos visten de la misma forma, son muy parecidos físicamente, imagino que son hermanos. Cerca no veo a ningún adulto que se haga responsable de ellos. Ambos menores pegan sus rostros siempre sonrientes, juguetones e inocentes en el vidrio del carro. “Una moneda” me dicen –o me piden- ambas voces infantiles, descoordinadas, hablando al mismo tiempo y poniendo sus manos en posición de recibir algo, yo bajo el vidrio del carro, les doy unas monedas a cada uno, ellos sin mediar palabras se retiran de la ventana y se dirigen rápidamente a los carros que están detrás del mío; corren, se empujan y juegan arriesgando sus cortas existencias mientras hacen todo esto, repiten el mismo ejercicio en la ventana de cada carro; hay quienes les dan monedas, y hay quienes se niegan a darles dinero, algunos ni siquiera abren las ventanas de sus carros; después de pedir dinero a cada uno de los conductores que espera el cambio de semáforo detrás mío, los pequeños vuelven hasta mi ventana, o hasta la del carro que esté delante mío, y repiten el acto: pegan su rostro en mi ventana, y exclaman en unísono nuevamente: “una moneda”, en el momento yo me río, me causan simpatía, vuelvo a bajar el vidrio, “les acabo de dar hace un momento” les digo, ellos se ríen mirándose entre sí, yo les doy otras cuantas monedas en sus manos sucias extendidas detrás de mi ventana, y posteriormente arranco cuando ellos ya están nuevamente atrás pidiendo por segunda vez dinero a los conductores.

En un acto frío, desentendido e incluso cruel, me causa un poco de risa la escena, pero esto es un problema bastante grave llamado explotación infantil, y lo que es más grave aún: este problema es más común de lo que imagino. La escena la he visto repetida en varios niños en la calle, en las plazas de mercado, y en distintos centros comerciales; pero esta manía de normalizar y volver cotidiano todo, hizo de este problema algo invisible, algo que ya es parte de nuestro panorama de tragedias en este país.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) advirtió que son más de un millón los menores que son explotados a nivel laboral, mientras se conoció que solo este año se han adelantado más de 300 procesos de restablecimiento de derechos por ese delito. Esta cifra de explotación infantil podría seguir creciendo gracias a la precaria crisis económica que se ha agudizado por causa de la pandemia del Covid-19.

Según cifras del DANE con relación al trabajo infantil, señalan que en el país cerca de 400.000 niños están dedicados a otras labores diferentes al estudio; de ese total 187.000 son niñas ubicadas en zonas rurales y urbanas, las cuales representan una mayor deserción escolar, ya que algunas laboran incluso más de 15 horas en trabajos domésticos en su hogar, o en casas vecinas, con respecto a las niñas, estas corren un mayor riesgo de ser víctimas de explotación y acoso sexual incluso en sus hogares.

A esto se añade que unos 13.000 estudiantes del país dejaron el colegio durante la pandemia, la falta de conectividad a internet o equipos tecnológicos, son el mayor obstáculo para acceder a las clases virtuales, en su defecto se estima que estos menores, en su mayoría en condición de extrema pobreza, son los que hoy engrosan las cifras de los menores que están siendo obligados a trabajar para aportar a la economía de sus hogares.

La Constitución de 1991 contempla en su artículo 67 que “la educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura. La educación formará al colombiano en el respeto a los derechos humanos, a la paz y a la democracia; y en la práctica del trabajo y la recreación, para el mejoramiento cultural, científico, tecnológico y para la protección del ambiente. El estado, la sociedad, y la familia son responsables de la educación, que será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad”.

La Constitución Política de 1991 es bastante clara con respecto al tema de la educación, sin embargo, es evidente que este como tantos artículos de la constitución jamás se han cumplido en Colombia. La solución para el problema del trabajo y la explotación infantil en Colombia es cumplir por lo menos este artículo, que el estado, la sociedad y la familia, formen un equipo, que se unan para que ayuden a la niñez y a la juventud en su proceso de formación académica y educación.

El primer reto lo tienen el Gobierno Nacional, los Gobiernos Distritales, Departamentales y Locales en brindar las garantías y las herramientas para que la niñez y la juventud tengan en su totalidad acceso a un equipo tecnológico y a conectividad a internet, para poder asistir a sus clases virtuales; de esta forma aquellos niños y jóvenes que se vieron obligados a abandonar sus estudios, tendrán la oportunidad de retomar sus clases invirtiendo su tiempo en su formación y preparación académica y no en trabajos forzados y poco adecuados para sus edades; esta iniciativa tiene que ir acompañada y ser apoyada por la familia y la sociedad, para que estas ayuden y aporten los elementos necesarios para que los niños y los jóvenes puedan cumplir con lo que se requiere para su proceso de formación.

Es fundamental mejorar la situación económica de los padres y madres de familia, para que de esta forma, los mayores no obliguen a los menores a abandonar sus estudios para que tengan que aportar a la economía del hogar trabajando en la informalidad; una verdadera ayuda directa, sin intermediarios, del gobierno nacional hacia las medianas y pequeñas empresas ayudaría a que se recuperen la cantidad de empleos que se perdieron en el país gracias a la quiebra del mediano y el pequeño empresariado que generaban la mayoría de puestos de trabajo en el país; que los adultos lleven la carga de la economía del hogar, para que los menores se puedan dedicar con total libertad a sus deberes y derechos de formación académica.

Otro aspecto y factor importante, que sirve para combatir el trabajo y la explotación infantil, es la inclusión social; los gobiernos están en la obligación de invertir en proyectos de inclusión social, que sirvan para el desarrollo de espacios que posibiliten la participación igualitaria de los sectores más vulnerables, para que de esta forma estos desarrollen habilidades para la mejora de su empleabilidad.

Los proyectos de inclusión social que incluyan como bases el arte, la música, la cultura, la literatura y la educación entre otros, financiados por los impuestos de los y las ciudadanas, ayudarían en sobremanera no solo a combatir la crisis y el problema del trabajo infantil, sino que también, ayudarían a disminuir la actos delictivos protagonizados por jóvenes y niños que se han dejado llevar por el fantasma de la delincuencia común. Esta inclusión social debe ser una iniciativa realmente seria y comprometida, que tenga como garantes y participantes no solamente a los gobiernos y entes gubernamentales, sino que la sociedad y la familia deben verse seriamente comprometidas en la formación de los niños y los jóvenes, garantizando así, que en cada espacio el apoyo sea real.

Tan solo con estas claras propuestas, que parecen pocas, pero que en el fondo tienen muchas más raíces y matices, podríamos combatir y exterminar de raíz estos problemas que afectan seriamente a los niños y los jóvenes colombianos, es necesario formar trabajadores para el futuro a mediano y largo plazo del país, pero es con educación, e inclusión social que podremos alcanzar esta meta; es formando un grande equipo como podremos hacer de la niñez y la juventud, personas fundamentales para la construcción de una nación en paz y próspera, que sirva de buen ejemplo a las futuras generaciones.

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

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