El ejercicio político está mediado por prácticas que desdibujan su noble carácter: ese de darle voz y capacidad de acción a quienes desde el sentido de pertenencia a sus territorios, sueñan con hacer cosas que generen un bienestar general. Hoy, es cuestión de negocios, de transacciones, al mejor estilo empresarial: obtener una máxima rentabilidad como objetivo básico financiero, el problema acá es que, en muchas ocasiones, esa rentabilidad es para goce personal y no para la buena administración pública.
Como lo expresa Michael Foucault en su obra “Las palabras y las cosas”, escrita hace 57 años pero que no pierde vigencia, “el poder es estrategia, no es algo que se posee, más bien es algo que se ejerce”, por eso es temporal, y así mismo, genera resistencia la posibilidad de pérdida que representa. El ego, ese que se alimenta de ese mismo poder, termina encegueciendo a quien lo ejerce, haciéndole pensar que lo posee, y por tanto, juega a su entero amaño con las necesidades de las personas, con los recursos que son públicos y que usa a su antojo para mantenerse. No me quiero imaginar las noches de insomnio de quienes se obstinan por estar “mandando” siempre, se pierden a sí mismos, y con ello, obnubilados, olvidan lo que debería ser la política como el arte de participación ciudadana, esa capacidad de trabajar por la gente, de administrar sus recursos para garantizarles mejor calidad de vida, cumpliendo así con uno de los fines del Estado.
Pero no, la mayoría de los votantes terminan siendo fieles serviles a un sistema que les niega el criterio. Es ahí donde se hace necesario cuestionar las prácticas de quienes por años se aferran a este sistema, ¿acaso no entienden que lo más sano para una democracia es permitir la voz de nuevas personas, la participación de quienes como ellos, alguna vez iniciaron con el anhelo de transformar la sociedad?
El ejercicio de participación política dice estar garantizado desde la misma Constitución política de 1991, sin embargo, por los amaños y prácticas caudillistas, se obstaculizan procesos de verdaderos liderazgos que generan esperanza, pero que representan una amenaza a quienes motu propio “gozan” y buscan perpetuarse en ese beneficio de poder.
En este año electoral, es necesario que los electores comprendan que el verdadero poder se ejerce a través del voto que, además, es secreto, y que es su responsabilidad tomar consciencia y criterio frente a lo que se lee en la sociedad.
Solo mire a su alrededor y pregúntese, ¿Mi comunidad cuenta con garantías en salud, educación, seguridad, deportes, trabajo, fortalecimiento empresarial, cultura, ambiente sano? ¿En estos años de gobierno, el territorio ha crecido y se ha desarrollado de tal manera que esto garantice apoyar a la continuidad del gobierno de turno? O por el contrario, ¿será hora de darle paso a nuevas generaciones, nuevas voces que puedan hacer reales transformaciones sociales?
Queridas y queridos electores, la pelota está en su cancha, hay un camino de siete meses para reflexionar al respecto.
Comentar