Mi fascinación por los vampiros, así como por las inteligencias más perversas de la historia, me ha llevado cíclicamente a revisar la biografía de Erzsébet Bathóry, conocida en la cultura popular como “La Condesa Sangrienta”. Mitificada constantemente como la versión femenina del Conde Drácula, se le inculpa de haber asesinado a más de seiscientas jovencitas, con el fin de bañarse en su sangre y obtener la juventud eterna.
Nacida en Eslovaquia en 1560 (en ese entonces, reino de Hungría), la susodicha cuenta, hasta la actualidad, con el récord Guinness de la mujer que más ha matado en la historia. 650 es el número de vírgenes que, aproximadamente, habría asesinado la dama en cuestión.
No sólo nació de una estirpe de lunáticos, caracterizada por matrimonios incestuosos que dieron origen a sendos tarados y dementes (su primo Segismundo era esquizofrénico, su hermano Istvan –“el terrible”- era un sádico libertino, su tía Klara, ninfómana y asesina… sin contar las diversas prácticas de satanismo y brujería frecuentes en la familia); el propio contexto social e histórico en que vivió Erzsébet tienen que haber sido clave en su personalidad.
Por aquel entonces, Hungría –y sobre todo la Alta Hungría- vivía en la sed de venganza. Durante el siglo anterior, y especialmente durante el reinado de Matías Corvino (de 1458 a 1483), había desarrollado las ciencias y las artes, llegando a convertirse en una de las cortes más lujosas y eruditas de Europa. Sin embargo, la llegada de los turcos redujo la magnificencia de sus palacios prácticamente a cenizas, y las cruentas batallas acostumbraron a los húngaros a vivir en medio de la sangre. Desde entonces, hubo un marcado retroceso cultural a cambio de un significativo reforzamiento militar.
Sin ir muy lejos, el esposo de Erzsébet, Ferencz Nádasdy, era conocido como “El Caballero Negro”, debido a su sadismo en batalla, el cual incluía prácticas como el empalamiento (por lo visto, recurso bastante de moda y no tan exclusivo del Conde Drácula, quien –dicho sea de paso- era pariente de los Bathóry). Por las cartas que intercambiaban los esposos, además, se sabe que compartían «tips» sobre cómo castigar a los sirvientes que –según su impresión- no cumplieran sus labores como era debido. Es posible que de Ferencz, la condesa aprendiese hábitos como punzar a los lacayos, quemarles los genitales, untarlos con miel y amarrarlos a un árbol (a la merced de los insectos), o exponerlos desnudos al invierno hasta casi matarlos de hipotermia (siempre cuidaba de rescatarlos antes de morir, para así repetir el castigo).
Entre otros datos curiosos sobre el perfil de la condesa, se sabe también que sufría de ataques de epilepsia, y que tenía un carácter insoportable. Padecía espantosas jaquecas que provocaban estridentes alaridos; sólo conseguía calmarlas maltratando a otros al punto en que los gritos de la víctima superen los suyos. Cuando se hallaba en un ataque de histeria, solía saltar al cuello de alguna de sus criadas y morderlo hasta arrancarle la carne. A veces se comía el trozo arrancado, y en otras ocasiones obligaba a la sirvienta a comérselo. En paralelo, y como “remedio” complementario, se hizo fiel a los talismanes y plantas alucinógenas.
Curiosamente, a pesar de estas características, Erzsébet era, en general, una persona bastante admirada por la nobleza. En una época de decadencia intelectual, ella dominaba cuatro idiomas, poseía una hermosa caligrafía, era diestra en los bailes franceses y olía siempre a rosas y jazmín (hecho destacable en tiempos en que el hedor era lo usual); por si fuera poco, era guapa, de modo que, sumando a ello su poderoso linaje, era vista como un excelente partido. No había baile o banquete al que no estuviese invitada.
**Perfil patológico e historial homicida**
Por más aterrador que suene hoy en día, el sadismo de la condesa era usual su contexto histórico-geográfico. Hablamos pues, de una época de traumáticos acontecimientos para Hungría, donde es posible que la brutalidad de la guerra conllevase a engendrar generaciones de psicópatas. El poder se hallaba en manos de los sádicos, que veían en la crueldad una forma de espantar a sus enemigos, pero a la vez, llegaban a familiarizarse tanto con ella, que la hacían parte de su vida cotidiana; de ahí que el hecho de maltratar a los lacayos fuese “normal” en las cortes. Erzsébet, por su condición de mujer, nunca había empuñado la espada en batalla, pero había heredado el gen psicopático de su estirpe; su entorno, además, le enseñaba que ella, en su condición de noble, era dueña de la vida de sus súbditos. Era, pues, una mujer sin escrúpulos.
Pero la condesa también presentaba rasgos narcisistas e histriónicos. No soportaba que no se le adule lo suficiente. Pasaba horas de horas contemplándose en el espejo y uno de sus mayores complejos consistía en no haber nacido rubia, como las musas de Botticelli (ella era pelirroja). Usaba ungüentos para el cabello con los cuales logró aclararlo considerablemente, mas no volverlo dorado como anhelaba. Debido a su patológica vanidad, fue que el avance de los años se convirtió en una experiencia intolerable.
Viuda a los 44 años y sin más compañía en su castillo que sus propios sirvientes, Erzsébet dio rienda suelta a su psicopatía. Se dice que entre sus más fieles servidores se encontraban dos ancianas brujas, un bufón jorobado, y una joven de 14 años llamada Katryna. Una tarde, la condesa propinó un duro golpe en la cara a una de sus criadas; la sangre de ésta le salpicó en la mano y la condesa creyó ver cómo la piel manchada rejuvenecía instantáneamente. Fue entonces cuando una de sus brujas le convenció de que sólo la sangre de hermosas doncellas sería capaz de devolverle la juventud.
Se inició la cacería. A partir de entonces, los sirvientes de Erszébet tendrían la tarea de conseguir bellas muchachas para desangrarlas. Debían viajar por distintas aldeas a fin de no levantar sospechas. La excusa era siempre la misma: que la condesa se sentía sola y que estaba dispuesta a instruir a campesinas para que trabajen en la corte. Ilusionados, muchos padres de humilde cuna cayeron en la trampa de la condesa.
Las jovencitas eran asesinadas de las maneras más tortuosas posibles, siendo previamente azotadas, mutiladas y quemadas. La “reserva” era encerrada en calabozos, donde varias de sus integrantes fallecían de hambre o por falta de oxígeno; las sobrevivientes eran obligadas a devorar los cadáveres.
Uno de los artilugios más sofisticados y monstruosos de la condesa, era la “Doncella de Hierro”, una suerte de sarcófago con rostro de mujer que abrazaba a la víctima y la apuñalaba en distintos puntos. No atacaba ninguno de los órganos vitales, de modo que la joven era desangrada viva; a menudo la sangre pasaba por una cañería que llevaba directo a una tina en la habitación de la condesa. Se dice también que en ocasiones ingería la sangre.
Sin embargo, la hora de la verdad para la asesina Bathóry, llegaría varios años después, cuando se atreviese –por primera vez- a meterse con la sangre azul. Y es que a pesar de sus múltiples esfuerzos, su cuerpo seguía deteriorándose, de modo que cayó en el delirio de que debía conseguir una sangre “más pura”. En esta ocasión, reclutó a 25 muchachas de la nobleza. Los crímenes no tardaron en ver la luz.
**Evidencia y condena**
Cuenta la leyenda que el rey Matías II, primo de la Báthory, había estado haciéndose de oídos sordos a los rumores que rodeaban a la condesa. Todos estos eran tildados de chismes envidiosos o de cuentos que inventaban los campesinos ante la tiranía de su gobernante. No obstante, cuando los nobles empezaron a reclamar por sus hijas desaparecidas, fue imposible seguir evitando investigaciones.
Los calabozos subterráneos de la condesa fueron develados con su infame contenido (máquinas de torturas, cadáveres en descomposición, y prisioneras aún vivas rodeadas de excrementos). Los sirvientes de la condesa fueron sentenciados a terribles muertes: decapitación, orca y hoguera, previa tortura y mutilación. Por el contrario de lo que podía esperarse, la condesa no fue condenada a muerte… Su prestigiosa estirpe la protegía. Además, los húngaros temían mancillar su imagen ante el exterior, en una era completamente inestable debido a las invasiones.
Erzsébet fue emparedada en una de las habitaciones de su castillo, dejándole sólo un pequeño orificio por el cual pasarle comida y agua. Murió de inanición tres años después, el 21 de agosto de 1614.
**¿Mito o realidad?**
A todo esto, hay historiadores contemporáneos que cuestionan la leyenda de la Condesa Sangrienta, señalando que puede estar exagerada por intereses políticos de su época. No se conservan documentos específicos sobre las muertes. Además, el rey Matías II tenía motivos para estar enfadado con Erzsébet.
Sucede que la condesa había apoyado a su primo Gábor para convertirse a en príncipe de Transilvania. Gábor era enemigo de los alemanes, quienes eran aliados de Matías II, de modo que este último se sentía traicionado. A ello hay que sumar el que Matías II se adueñase de las posesiones de Erszébet y sus hijos luego de la sentencia y posterior muerte de la misma.
A pesar de ello, lo que sí está comprobado y documentado, es el perfil patológico de la condesa. No hay dudas sobre su crueldad, sobre sus cuadros de histeria y sobre terribles castigos que impartía entre sus súbditos. Se sabe también sobre sus múltiples amantes de ambos sexos, y que a menudo alguna fémina incauta salía horrorizada por el sadismo de la condesa.
Todo esto da bastante que pensar… y es que, entre arrancarle la carne a una sirvienta a mordiscos, y desangrar a una joven campesina, no parece existir demasiada distancia…
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