Errores extremos.

A la derecha, que pocas veces le ha tocado ver los toros desde la barrera se le nota su inexperiencia como oposición. En esencia, porque ella amalgama al funcionario con la institución. Siempre ha creído que son la misma cosa. Por eso sus rituales redundan en lo personalista. Lo que es bueno para el gobernante es bueno para el gobierno. De ahí que todos los asuntos más privados del Presidente parezcan ser cuestiones de Estado. La lista de mercado, la ingesta láctea o la disidencia sexual del Presidente son asuntos ajenos a la esfera pública. Es mediático, pero políticamente irrelevante. Son el fuero más íntimo de un sujeto independientemente de su lugar en sociedad. Aunque sea muy sutil sí existe una línea que separa lo público de lo privado, incluido al jefe de Estado. La derecha y sus esbirros semanales, urgidos de suscriptores o ruido, se equivocan no solo porque la desconocen sino porque atizan sus dardos donde no hay lugar.

A la izquierda le ataca el mismo síndrome. Ha estado tanto tiempo en la orilla del desgobierno que no sabe qué hacer con el poder. Se le atora en la garganta y su capacidad crítica contra el gobierno se anula ahora que son el establecimiento. Hechos tan vergonzosos como dirigir un Estado proPDVSA a la par que orquestar directrices leguleyas para dilatar un proceso penal de uno de sus vástagos pareciera caja menor. Y justamente por la incapacidad para explicar la dirección de dicha caja, un funcionario del viceministro del tomate fue declarado insubsistente. Sumado a la desidia y patanería de quien desatiende el llamado de su interlocutor político natural en el seno de un régimen democrático.

Los extremos se repelen y se buscan. Para Bobbio los extremos de derecha y de izquierda se asemejan tanto que caben en su relato de Estado máximo. En principio, era una posición de derecha penalizar todo lo que sea contrario al poder, pero cuando se les ocurre decir que existirá un tipo penal de obstáculo a la paz, la izquierda hace evidente su cosmovisión militante, despótica y estalinista. La izquierda en el poder repite lo que en la oposición tanto criticó: la imposibilidad de disentir. Hablar de condiciones punibles a los críticos de la paz es negar la paz en sí misma. Cimentarla sobre la persecución y el miedo generará un esperpento llamado falso positivo. Negociar la paz no es un camino fácil, pero despejarlo con amenazas penales es impresentable. Los negociadores de la paz deben ofrecer argumentos y no condiciones punibles porque ninguna paz transicional ocurrirá de manera amordazada. Nuestra construcción de ciudadanía exige vivir con lo diferente y asegurarle espacio para que pueda expresar sus reproches. Eliminar o amenazar lo que nos es contrario, es justamente lo que debemos asegurar que no se repita.

 

John Fernando Restrepo Tamayo

Abogado y politólogo. Magíster en filosofía y Doctor en derecho.
Profesor de derecho constitucional en la Universidad del Valle.

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