Erradiquemos el machismo

El respeto, la equidad, la empatía, la comprensión, la solidaridad y el amor, son valores y principios que nos ayudarán a formar una sociedad igualitaria, que se pone en los zapatos de quienes han sido olvidadas y disminuidas durante toda la historia”


Nací, crecí y me eduqué en un entorno totalmente machista y misógino; el hogar, la escuela, la iglesia, el trabajo, la sociedad y el país en que el destino o la vida quisieron que mi existencia fuera posible, son entornos totalmente machistas, misóginos y sexistas. Mas sin embargo, de esto me vine a enterar, o fui consciente desde hace tan solo unos pocos meses, pues como seres humanos, caemos en el fatídico error de normalizar todo, de acoplarnos y acostumbrarnos a todo cuanto pasa, nos sucede, o presenciamos; y es ahí donde aparecen las consecuencias –siempre graves- de normalizar todo, porque al normalizar, estamos invisibilizando un problema que nos ha costado durante siglos y civilizaciones remotas, mucho trabajo superar, derrotar, vencer y erradicar.

El machismo, la misoginia, el sexismo y la discriminación a la mujer, han estado presentes en la humanidad desde los tiempos bíblicos, no por mandato divino, sino por una mala interpretación en la lectura de las historias bíblicas. Pero como no me gusta irme tan lejos, -o por lo menos no en este espacio-, basta con mirar a Colombia, uno de los países más marcados por la violencia, la guerra, y por supuesto el machismo y la desigualdad de género. El patriarcado ha dominado a esta nación como a tantas otras desde siempre, el hombre, -el más macho- es el que manda, el que ordena, al que se le obedece, al que no se le mira a los ojos y se le habla sin alterar siquiera un poco el tono de la voz, el que tiene siempre la razón,  el que propone. Esta cultura machista y patriarcal, se ha venido heredando, traspasando de generación en generación, es una herencia maldita de la cual no nos hemos podido liberar, sino que tan solo hemos calmado con pañitos de agua tibia; hemos escuchado y presenciado por años, a nuestras abuelas y a nuestras madres, como sus compañeros sentimentales, las golpeaban, las humillaban, las discriminaban, las violaban, las ultrajaban, las menospreciaban, y les daban un trato cruel, indigno y no merecido, en la actualidad esas actitudes han venido disminuyendo por el despertar de la mujer en la sociedad, mas sin embargo, ese despertar ha sido algo lento y demorado, hoy sigue existiendo ese fantasma de la violencia hacia la mujer, hoy sigue siendo cotidiano el maltrato físico y aún más el psicológico en los hogares hacia la mujer, hoy más que nunca, las mujeres siguen siendo explotadas laboral, psicológica y sexualmente.

En pleno siglo veintiuno, la idea sería que ya estuviéramos hablando de qué camino emprender para llevar a este país al desarrollo, pero nuestro retraso, nuestro retrógrada pensamiento, educación y cultura, aun nos tienen estancados en discusiones sin fin, en peleas y conflictos que no llegan a ningún lado. La falta de educación y de sentido común, son las principales causantes de la mayoría de problemas que nos conllevan como nación, la falta de cultura, de modales y de respeto y empatía, nos ponen una venda en los ojos que no nos permite ver con claridad la gravedad de nuestras acciones, nuestras expresiones y nuestros actos; no sabemos muchas veces identificar el límite de las cosas, y es por eso que terminamos sobrepasando dicho límite. No son exageraciones, ni sobreactuaciones, el acoso, el abuso el maltrato y la violencia hacia la mujer, son acciones y actitudes muy cotidianas, tan cotidianas que ya pasan desapercibidas ante nuestros ojos.

Cuando yo tenía la edad de siete u ocho años, y aun mucho después durante mi adolescencia, era normal que cuando llegara una visita a mi casa, o cuando yo fuera de visita a otra casa con mi familia, todas las mujeres, entre ellas mi mamá y mi hermana, se fueran juntas a hablar en la cocina mientras preparaban los alimentos, y yo me quedaba con mi papá y los demás hombres presentes, en la puerta de la casa, o en la calle hablando y riendo a carcajadas; las conversaciones entre el grupo de hombres, casi siempre eran de recuerdos compartidos entre ellos, los mayores, o cada uno contaba anécdotas personales, muchas de esas conversaciones, siempre llegaban al mismo punto: “a cuántas mujeres habían convencido para quedarse con ellos” o “a cuántas habían conquistado al mismo tiempo” o “cuantas habían pasado por el álbum de sus vidas”, algo particular que siempre noté, es que siempre se referían a esas mujeres, no como personas ni seres humanos, sino como mercancía, como objetos intercambiables incluso entre ellos, pues en ciertas ocasiones, escuché historias en que la protagonista de la historia, había sido usada por dos miembros del mismo círculo, es decir por dos de mis familiares al mismo tiempo. Adicional a esto, sin acepciones, siempre que pasaba una mujer cerca de donde nos solíamos reunir, o donde estábamos todos conversando, -bueno, yo solo escuchando-, todos mis familiares observaban morbosamente a la mujer mientras esta evidentemente incómoda, aceleraba su paso evitando algún contacto visual con ellos, -o con nosotros-, y mientras todos la observaban acosadoramente, siempre había alguien entre nosotros, que invadiera un poco más su espacio, diciéndole o dirigiéndole palabras irrespetuosas e insinuantes; cuando la mujer ya estaba lejos, todos hacían comentarios grotescos, en algunas ocasiones lanzaban opiniones y críticas que nadie estaba pidiendo, y que no tenían por qué hacer, y después soltaban carcajadas y risas, como celebrando sus actos intimidantes y además desagradables. En algunas ocasiones, esta escena, de acosar a una mujer en la calle, era presenciada por sus compañeras u otras mujeres de la familia que guardaban un silencio cómplice, o peor aún, un silencio lleno de miedo. Algún tiempo después, en mi adolescencia, la escena se repitió constantemente con mis compañeros y amigos del colegio, muchos de ellos solían jactarse de las muchas relaciones sentimentales que habían tenido o que tenían, de sus infidelidades a sus compañeras sentimentales, y ellos también acostumbraban a hablar de sus ex parejas como objetos y mercancías intercambiables, las agresiones verbales y las expresiones que usaban mis compañeros para referirse a las mujeres con que habían compartido unos días de sus vidas, eran más grotescas y más severas que las de mis familiares, mas sin embargo se evidenciaba el mismo nivel de misoginia y sexismo de mis familiares en ellos.

También durante muchos años, y aun en la actualidad, es común que los hombres de mi familia, no acostumbren a ayudar en las labores del hogar, siempre he notado, que es la mujer la que hace todo tipo de labores domésticas y le sirvan al hombre como si fueran empleadas domésticas pero sin remuneración alguna. Debo admitir que yo también he caído en el grave error de mis parientes, y en ocasiones, que por lo menos se han hecho menos frecuentes últimamente, las mujeres de mi hogar, me atienden y me sirven, sin yo ayudarles siquiera un poco.

Durante muchos años, desde muy pequeño, me pareció que las actitudes machistas y desiguales de mi entorno, no eran normales, mas sin embargo no tenía la certeza de que mis sospechas, de que aquello no estaba bien, fueran o no, reales. Siempre me pareció desagradable la forma en que mis familiares y mis compañeros se referían a las mujeres, también me pareció siempre de mal gusto y vulgar, interrumpir el espacio de una mujer en la calle o en cualquier otra parte para expresarle o insinuarle palabras obscenas, yo nunca fui capaz de decirle cualquier cosa a una mujer en la calle ni en ningún lado, mucho menos si no la conocía, nunca lo he hecho, y ahora que soy consciente de que esto es violar el espacio de una persona, espero no hacerlo jamás.

El Día Internacional de la Mujer originalmente denominado Día Internacional de la Mujer Trabajadora, conmemora la lucha de la mujer por su participación dentro de la sociedad, en pie de la independencia de la mujer y en su desarrollo íntegro como persona. Se conmemora el 8 de marzo y es fiesta nacional en algunos países, entre esos, Colombia. Fue institucionalizado por las Naciones Unidas en 1975 con el nombre de Día Internacional de la Mujer.

En la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas realizada en Copenhague en 1910 Clara Zetkin propuso y se aprobó la celebración del «Día de la Mujer Trabajadora», que se comenzó a celebrar al año siguiente. La primera conmemoración se realizó el 19 de marzo de 1911 en Europa, más concretamente en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza; desde entonces se ha extendido a otros países y continentes.

En 1972, la Asamblea General de las Naciones Unidas, declaró a 1975 como el año internacional de la mujer,​ y en 1977 invitó a los Estados a declarar, conforme a sus tradiciones históricas y costumbres nacionales, un día como Día Internacional por los Derechos de la Mujer.

Hoy, es evidente que la igualdad de género no puede dar más espera; es importante y fundamental, que por sentido común y equidad, comprendamos que las tareas y las cargas del hogar, deben ser divididas por igual entre hombres y mujeres; que la independencia laboral y económica son aspectos que debemos normalizar en las relaciones; que la mujer tiene el mismo derecho a opinar y debatir que el hombre; que la mujer tiene los mismos derechos laborales en cuanto a salarios y competencias que los hombres; que la mujer y sólo ella, es la dueña única de su cuerpo, y por lo tanto, se puede vestir y organizar como le venga en gana, sin que alguien irrumpa su intimidad para darle opiniones y comentarios que ella no ha pedido, ni le interesa escuchar; que ella tiene la autonomía de escoger si quiere o no quiere parir hijos, si le conviene o no, interrumpir su embarazo; y que es la mujer, la que decide si se casa o no se casa, si se compromete sentimentalmente o no. En cuanto a la educación, se tiene que implementar desde ya, todos estos principios y estas pautas; a la niña se le tiene que enseñar desde temprana edad, que tiene unos derechos, y que debe velar por su cumplimiento, y al niño, se le tiene que enseñar que ante la sociedad tenemos los mismos deberes, y los mismos derechos, y que debemos defenderlos, cumplirlos y garantizarlos.

El respeto, la equidad, la empatía, la comprensión, la solidaridad y el amor, son valores y principios que nos ayudaran a formar una sociedad igualitaria, que se pone en los zapatos de quienes han sido olvidadas y disminuidas durante toda la historia, basta con tener un poco de sentido común, para saber que todos y todas, somos iguales. Erradiquemos el machismo, desaparezcámoslo de nuestra sociedad desde pequeños actos cotidianos, repartámonos las tareas y las cargas en la casa, pongamos sobre toda discusión el respeto y la comprensión por encima, inculquemos en la nuevas generaciones la igualdad de condiciones, como hombres aprendamos a identificar los límites para no sobrepasarlos, aprendamos a detectar ese momento en que un coqueteo se convierte en intensidad, incomodidad y en acoso, adquiramos la habilidad de saber cuándo es el momento de apartarnos.

Leonardo Sierra

Soy bogotano, me gusta leer, amante del arte, la literatura, y la música. creo en el cambio, así que propongo cambios para esta sociedad colombiana en la que vivo, creo en la paz, la reconciliación y el perdón. respeto y defiendo toda clase de libertad y expresión.

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