“La fractura mental que me causó Omega pro es incalculable”
Amparito será el nombre con el que ejemplificaré la historia de docenas de colombianos que pusieron sus sueños en una plataforma que prometía ganancias considerables y la fantasía de estar económicamente estable.
Amparo es una campesina que se levanta a las cuatro de la mañana. Entre ordeñar las vacas de su patrón, preparar el desayuno de los trabajadores y organizar a sus hijos para ir a la escuela, su tiempo se escurre bajo lo que ella denomina: “La vida del pobre es muy dura”. Cada mes recibe un salario que considera insuficiente, pero le da para comprar sus cosas de forma modesta, guardando con recelo y con una disciplina admirable, lo que le queda en una alcancía que compró en una tienda del pueblo. Un día, oyó hablar de un supuesto «Banco» que podría ayudar a sus paisanos a salir de la pobreza y a tener una vida mucho más cómoda.
La profesora de la escuela de sus hijos era miembro de este banco y varios de sus conocidos también, así que ¿Por qué rechazar la oportunidad? Sacó sus ahorros y al sumarlos llegó a una cifra aproximada de cinco millones de pesos. ¡Nada mal! Pensaba mientras recordaba lo que un tal “Rubí o Diamante” le decía: “Mire, doña Amparo, invierta su dinero, que estará seguro. Recuerde que el pobre es pobre porque quiere, esta es la oportunidad de salir adelante”.
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Amparito, llena de ilusiones por mejorar la situación económica de sus hijos, decidió ir al pueblo y preguntar en la cooperativa si podrían facilitarle un crédito, tal y como le había comentado la “líder” de Omega Pro, que sería más rentable y podría pagar mensualmente con las utilidades de la plataforma. Veinte millones de pesos en ahorros y crédito hicieron de aquel momento su mayor inversión para salir adelante. Cuatro meses más tarde, la presunta líder no aparece y sus vecinos le comentan que eso era una pirámide, pero ella no tiene idea de lo que es una pirámide. Se encuentra en deuda, lo que ha requerido que trabaje con más ahínco, lo que ha ocasionado que la cooperativa le llame con frecuencia para que se ponga al corriente en su crédito y que sus ahorros, a los que llegó con tanto esfuerzo, estén perdidos. ¿Quién puede responder? ¿En qué momento sucedió todo esto? ¡De eso tan bueno no dan tanto! Aseguran sus vecinos.
Hoy, Amparito no tiene nada, ni un plan de jubilación, ni ahorros como le dijeron. A las cuatro de la mañana, se despierta para continuar con su vida como siempre lo ha hecho, pero ahora piensa constantemente en quitarse la vida, pues los sacrificios que hizo por creer en una estafa le están cobrando una factura en Salud Mental impresionante.
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