“cambiamos de nombre y leyes, pero no de mañas, ahora se reconocen aquellos sectores minoritarios; pero parece un delito que las personas reclamen esos derechos, la persecución política, la desaparición, el odio, la guerra, la corrupción, siguen siendo las banderas de una Nación que fracasó”.
En 1819, inició un proyecto de construcción nacional sobre la base de la libertad, que permitiera al hombre común vivir en comunidad, participar en la forma de gobierno más revolucionaria en ese entonces, la democracia y sobre todo estar en igualdad frente a las leyes y su justicia. Aquellos ideales, recogidos de la Revolución Francesa poco harían efecto sobre una estructura que tenía sus cimientos en la desigualdad, la corrupción y la guerra. Hoy, doscientos años después, algunas cosas permanecen iguales.
Hace casi treinta años en el gobierno de Samper, se encomendó a la misión de los sabios, liderada por Gabo, construir la ruta que permitiera a Colombia surgir. Hicieron recomendaciones, que se recogieron en un informe que se titula: “Colombia al filo de la oportunidad”. En ese momento, una “nueva” patria nacía, estábamos estrenando una constitución que reconocía un nuevo Estado, uno alejado al menos en el papel el ideal del Siglo XIX “blancos, católicos, letrados y con dinero” … había que buscar una nueva Nación, aquella que de 1819 a 1991 olvido por completo a indígenas, protestantes, afrocolombianos y mujeres.
Reaparece el problema, cambiamos de nombre y leyes, pero no de mañas, ahora se reconocen aquellos sectores minoritarios; pero parece un delito que las personas reclamen esos derechos, la persecución política, la desaparición, el odio, la guerra, la corrupción, siguen siendo las banderas de una Nación que fracasó, que posterior se buscó y que parece, como una síntesis posmodernista, reunir el fracaso y la búsqueda y en esta ocasión condenarnos a la costumbre del Siglo XXI, intentar, con la bandera de innovar y emprender. Tamaño discurso, igual intento.
En quienes estudiamos la Historia hay un poco de nostalgia, por los largos y complicados caminos que han elegido nuestros dirigentes en la construcción del ideal de la Nación. Lejos, de los problemas teóricos que plantean estos estudios, podemos decir algo, la Nación, o el concepto de Nación, es inherente a la concepción de su existencia; pero, en realidad, por naturaleza o condena, somos tan diferentes, que ni las leyes, el territorio, la lengua, las creencias, o lo que sea que nos una, no logra ese fin. El problema va más allá del simple intento, inicia cuando el Estado se centralizó, bajo el gobierno de Rafael Núñez y posteriores.
Políticas de gobierno pensadas desde el centro, para aplicarse a la periferia, no hay que caer en tesis de determinismo geográfico o cultural (los medios geográficos o culturales hacen a la persona), pero ya que por procesos ancestrales, climáticos, culturales y patrimoniales somos diferentes, deberíamos como mínimo, desde las regiones tener independencia, al menos en las políticas públicas, pero obligan a los territorios a hacer sus guías de gobierno, planes de desarrollo, basados en líneas específicas del plan nacional de desarrollo.
Las políticas públicas, si desde el centro quieren pensarse, deben dejar de hacer intentos fracasados en metas ilusorias. El Oriente, no se mueve al ritmo del Pacífico, ni la Costa igual que la Amazonia; parece entonces el Centro una metrópoli, que condena a sus colonias a mendigar. No existe una autonomía territorial y los objetivos nacionales de desarrollo, puestos muy altos y tomando como ejemplo Naciones uniformes como las europeas o asiáticas, colocan en nuestra educación, agricultura, industria y comercio, en una situación incómoda, con metas inalcanzables, políticas desiguales y en situación de desventaja.
Somos una Nación al filo de la oportunidad. Pero seguimos anclados a políticas centralistas, a bases corruptas, a partidos guerreristas cuyo espíritu de representación civil se volvió comercial, no podemos esperar más resultados que el intento de unos cuantos hombres y mujeres de llevar por buen curso el barco nacional. Cuando comprendamos como sociedad, lo que puede hacer un voto, habrá cambios estructurales, por ahora, como diría Gabo, en aquel resultado de la misión toca construir un nuevo país y que este se encuentre al alcance de los niños.
Educación y Cultura deben ser las nuevas metas y banderas, soportadas en un enfoque territorial y humano, que no midan conocimientos específicos, sino capacidades uniformes. Así nacerá una nueva sociedad, aquella que esperamos desde 1991 y que cuyo parto aletargado por la corrupción y la guerra, nos han mantenido en el intento de florecer.
Por un país al alcance de todos…
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