En la semana del detenido desaparecido

El crimen de desaparición forzada es la más oprobiosa forma de victimización pues somete a los familiares, amigos, conocidos y comunidad a una espera que más se parece a un laberinto colmado de preguntas, presentimientos, hipótesis y dolores.


“La primera reunión que tuvimos como colectivo de familias buscadoras fue en el año 1987, en la Universidad Autónoma Latinoamericana” me dice Marta, quien por cerca de cuatro décadas está buscando a su hermano desaparecido.

El crimen de desaparición forzada es la más oprobiosa forma de victimización pues somete a los familiares, amigos, conocidos y comunidad a una espera que más se parece a un laberinto colmado de preguntas, presentimientos, hipótesis y dolores. La desaparición se convierte en un fenómeno aún más terrible cuando se emprende el proceso de pensar su naturaleza o tratar de desvelar sus principales características y peculiaridades, las cuales suelen ser propias para cada contexto social e histórico. En efecto, no es lo mismo lo que sucede con la desaparición forzada en México en medio de las dinámicas de los carteles de droga o en el cono sur, en tiempos de dictaduras, por citar dos ejemplos emblemáticos. En Colombia la desaparición se ha usado principalmente como instrumento de terror con el doble propósito de inducir pánico general y al mismo tiempo suprimir la presencia de “indeseables” por razones políticas o con el ánimo de instrumentar la, mal llamada, “limpieza social”.

Otra característica de la desaparición de personas en nuestro medio, es la de pretender ejecutar el crimen de forma total e impune, es decir, los perpetradores cuidan meticulosamente los procedimientos que usan para garantizar lo mejor posible que el desaparecido permanezca perpetuamente en esa condición, como quedó claro tras las declaraciones de Mancuso a la JEP cuando reveló que una práctica común de los paramilitares era atravesar la frontera con Venezuela para esconder allá los cuerpos de sus víctimas y con estos todo rastro del crimen. Debe aclararse que cuando se habla de quienes cometen el crimen, también deben ser incluidos allí los operadores judiciales u otras instancias oficiales que dilatan las investigaciones o incluso, escamotean o alteran procesos con el fin de que la verdad no salga a la luz. Si no hubiera sido por su tenacidad y persistencia, Fabiola Lalinde nunca hubiera hallado los restos de su hijo, pues como alguna vez lo comentó, ella misma tenía que reponer cada tanto los archivos del caso de su hijo Luis Fernando, en los despechos de la justicia, denunciando de paso lo que puede entenderse como una doble o triple desaparición.

Es común que al mencionar a los desaparecidos miremos para otro lado o seamos invadidos por una extraña certeza de que tal asunto no tiene que ver con nosotros o nuestras familias, pero nada más alejado de la realidad. Si bien establecer la cantidad de desaparecidos es una tarea muy compleja debido al subregistro existente y al hecho de que el propio conflicto opera como una barrera para acceder a la información de manera confiable, en los últimos años, gracias a los esfuerzos de organizaciones de víctimas, Organizaciones de derechos humanos, la academia y autoridades como la Unidad para la Búsqueda de Personas Desaparecidas, Medicina Legal y la Fiscalía, han permitido determinar que el universo de víctimas de desaparición suma unas 120.000 personas en todo el país, de las cuales sólo el departamento de Antioquia alberga un 25% aproximadamente, con todo lo que ello implica si pensamos que la superficie de este departamento representa tan solo un 5% del territorio nacional.

A los esfuerzos institucionales debe sumarse, para el caso de Medellín, el trabajo realizado desde la Subsecretaría de Derechos Humanos de la alcaldía, en un esfuerzo por consolidar la Ruta Urgente de Búsqueda (RUB) destinando un equipo de profesionales en el campo psicosocial que ha permitido difuminar o al menos atenuar la falsa creencia de que había que esperar 24 o 48 horas para emprender la búsqueda de los desaparecidos después de conocido el hecho; se realiza atención a las familias; se acompaña o se ofrece apoyo en las conmemoraciones o eventos especiales; se ofrece la inhumación digna de cuerpos encontrados e identificados, en el mausoleo Ausencias que se nombran del Jardín Cementerio Universal; se ha depurado la estrategia de búsqueda creando condiciones de articulación con todas las instancias competentes y se ha sofisticado el uso de las piezas gráficas con la información de aquellos a quienes se les activa la ruta.

Durante estas fechas en que se conmemora la semana internacional del detenido desaparecido, debe insistirse en que los desaparecidos nos importan a todos y que la indiferencia social frente al fenómeno es también un puntal que ayuda a profundizar el dolor y a eternizar la problemática. Es por ello que junto a las familias buscadoras y a organizaciones como el Movice (Movimiento de Crímenes de Estado) y la Corporación Jurídica Liberta elevamos la voz para expresar “Los queremos vivos libres y en paz”, “Vivos se los llevaron, vivos deben regresar”.

Andrés Arredondo Restrepo

Antropólogo y Mg. Buscando alquimias entre Memoria, Paz y Derechos Humanos.

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