La consulta interna del partido liberal ha sido el sustento para que muchos promuevan el fin del liberalismo, convirtiendo un resultado electoral concreto en el fin irremediable y definitivo del partido.
Muchos son los orígenes ideológicos de estas críticas, todos con el propósito electoral concreto de fortalecerse de la debilidad del otro, oportunismo que solo se explica en la coyuntura y que busca sacar partido electoral de la situación. Unos que estando dentro del partido quieren pavimentar la pista para despegar a otras colectividades y otros que están en disidencia porque el partido les exige la defensa del Estado laico, el respeto por la libertad sexual y compromiso con la palabra empeñada en el acuerdo de paz.
Los otros son terceros, que quieren aprovechar electoralmente de la consulta haciendo del fracaso de otros un triunfo propio y cuya mediocridad quiere hacer pensar a la opinión pública que la retórica de decir que no hacen política mientras la hacen o ser los mismos que dicen no ser los mismos, pone en jaque el estatus quo. Hay gente más preocupada por tener la razón que por “arreglar” el país.
En Colombia se puede decir que el populismo ha socavado con éxito todas las instituciones, la exaltación de la personalidad por encima de las ideas políticas pone en crisis cualquier idea de representación institucional y el partido liberal no es la excepción a este fenómeno, pero celebrar el apocalipsis del liberalismo sirviéndose de esta realidad concreta es, por lo menos, un desconocimiento de historia de las ideas políticas en nuestro país.
Ha habido dos personajes catastróficos en nuestra historia que con orígenes liberales han gobernado cómo radicales conservadores: Rafael Núñez y Álvaro Uribe. Los dos han significado crisis institucionales graves, producto de la promoción de una nación cerrada y autoritaria, cuya única identidad es el enemigo interno, los dos han dejado herido de muerte al liberalismo como idea y como partido.
En este sentido, a finales del siglo XIX y principios del XX, las ideas centrales de la filosofía liberal cobran especial sentido en nuestro contexto; la alternativa más certera al populismo fanático es el liberalismo institucional. Que los dos extremos del espectro ideológico promuevan tesis populistas pone en terrible peligro un futuro en paz; lo que conviene para la transición que debemos construir es un gobierno que pueda convivir con la idea del otro, que no lo repugne por considerarlos “los mismos de siempre” o el “enemigo interno”.