Entrevista realizada por: Alioscia Castronovo
A dos meses del comienzo del estallido social en Colombia, conversamos con Alejandro Cortés, militante del Polo Democrático Alternativo, investigador e integrante de REC Latinoamérica.
En primer lugar, las protestas sociales de estos dos meses ponen de relieve la histórica desigualdad estructural y la violencia de los modos de acumulación históricos del capitalismo en Colombia. ¿Cómo podríamos caracterizar estos procesos y sus vinculaciones con las actuales protestas?
Creo que esa es la pregunta clave. La situación actual no se puede pensar desligada de sus componentes históricos ni de las dinámicas estructurales. Creo que el centro del problema ahora mismo consiste en los modos de acumulación de capital, eso es algo de lo que investigo en mi tesis de doctorado, cómo es que se relacionan los procesos de acumulación del capital con la lógica del neoliberalismo. Y es que la fórmula, bastante conocida por todos, de disminuir la intervención estatal para estimular la economía de mercado y la libre competencia es la piedra angular de una clase política que no gobierna para estimular el mercado y la producción de la riqueza en general, sino que estimula un proceso abierto de acumulación de capital – y de poder – que deja a las mayorías empobrecidas en una situación de desamparo total, eso es lo que los colombianos hemos vivido por décadas y que hoy se manifiesta con tanta fuerza desde los levantamientos populares en múltiples zonas del país. No es una cuestión de abandono estatal, sino de una grosera y criminal forma de gobernar que solo tiende a la acumulación para unos pocos.
Quienes hoy está en las calles no están solo atendiendo a la energía revolucionaria estimulada por una la propuesta de una reforma tributaria que acosaba a la “clase media”; quienes hoy integran los diferentes movimientos de protesta y movilización social son la expresión de que el modelo económico de concentración está mal; que los modos ampliados de acumulación y que el despojo le roban el futuro a las mayorías. Ese creo que es el punto, y si me lo permiten, es un punto clave en términos filosóficos: cuando a una generación se le niega la posibilidad de futuro, la sociedad entra en crisis y es justo lo que estamos viviendo en Colombia, una crisis que está compuesta por tres elementos anidados y que, creo, no se pueden pensar por separado.
Por un lado, este paro ha dejado manifiesto que hay una crisis de la representación política y de legitimidad de las instituciones del Estado. Por otro lado, este paro ha dejado claro que la desigualdad del país no es un invento de ningún sector político y que las condiciones de acceso a derechos mínimos han sido vulneradas por una serie de actores políticos y económicos que se han visto personalmente beneficiados por el tipo de políticas públicas que han ejecutado. Finalmente, el paro ha dejado claro que el nudo ciego de nuestro país, nuestra soledad, está atada al uso de la violencia como mecanismo para restablecer o tratar el conflicto político. Si pensamos en esos tres ejes, damos sentido a las demandas que hoy se construyen en las calles, que se defienden con piedras y escudos improvisados, en donde se juega la dignidad de miles de manifestantes contra un Estado que, a todas luces, es violador de los derechos humanos.
Si me lo permiten quisiera decir algo sucinto sobre cada uno de estos puntos y cómo se relacionan con la cuestión de los modos de acumulación. Sobre la crisis de representación y legitimidad política. Si ustedes salen a la calle en cualquier ciudad o municipio encontrarán un descontento generalizado con la “clase política”, nadie cree que los políticos tradicionales entiendan o quieran solucionar los problemas de las mayorías; ese descontento se expresa en varios niveles y hay que estar atento a esas formas de expresión. Lo que ha quedado claro es que los “políticos” concentran en sus manos poder y dinero, se han convertido en depredadores de las instituciones para su disfrute personal. Como si esto fuera poco han construido toda una maquinaria que les permite repetir incesantemente sus privilegios valiéndose de uno de los principales mecanismos de acumulación: “la herencia”. En una especie de espiral violenta acumulan dinero y lugares de decisión para invertir en sus próximas campañas o empresas, mientras legislan o administran los recursos públicos en pro de contrataciones que les dan réditos a sus patrocinadores o familiares. Disfrazados de tecnócratas las riquezas personales aumentan mientras a la ciudadanía le piden paciencia, serenidad y esfuerzo para salir de la pobreza. Si la legitimidad del poder político emana del consenso o del uso de la fuerza, la clase política colombiana ha usado la segunda vía para estar donde está. ¿Cómo creer en las instituciones políticas del Estado si están ocupadas por una clase que gobierna sólo para sí misma? Marx lo decía bien, la acumulación no es solo un proceso de acaparar o concentrar, sino que es fundamentalmente un proceso de separación, de disociación, en cuya ruptura una de las partes captura lo que el otro produce.
Esto último me permite entrar al segundo punto. Esta crisis de legitimidad es también el efecto de una serie de modos de gobierno en cuyo centro está la dinámica más descarada del capitalismo. Lo que se ha manifestado en diferentes momentos de la movilización es que la forma de organización de la sociedad pende de un hilo, pues unos pocos acaparan grandes privilegios mientras otros apenas tienen para sobrevivir. Las cifras son contundentes: más de 21 millones de personas viven en la pobreza y 7,3 viven en condiciones de pobreza extrema, la tenencia de la tierra está concentrada en poquísimos propietarios, el acceso a la educación no garantiza ningún nivel de “ascenso social”. En Colombia vivimos la desigualdad a flor de piel, los cuerpos padecen los estragos de un modelo que privilegiando “la libre empresa” ha condenado miles a una especie de servidumbre envuelta sobre discursos de superación personal y de culpa individual. La desigualdad es un discurso para los bienpensantes y una realidad de hambre para los empobrecidos en un sistema que nos arroja a la “libre competencia” sin garantías para las mayorías. Los estragos de la desigualdad se reproducen en múltiples niveles y escalan a dimensiones crueles.
Una de esas crueles manifestaciones su correlato en el señalamiento constante como “vándalos” o como “terroristas” a los manifestantes, esto responde a una doctrina de seguridad que los asume como el “otro indeseable” que debe ser eliminado; esa forma de comprensión de la autoridad está profundamente enquistada en las estructuras históricas del país y corre como correlato de un profundo racismo y clasismo estructural, cuya expresión más cruel han sido las desapariciones y los asesinatos que hemos presenciado. En esa situación la crisis institucional es profunda, no existe legitimidad de la institución política cuando es la violencia la forma del tratamiento del conflicto. Lo más preocupante de esta situación es que esa concepción del otro se alimenta en el sentido común y va fortaleciendo la idea de que ese “otro” no es deseable y que – incluso – puede ser matable en su múltiples expresiones. Este modo de comprensión del “otro” como resto está justo en el centro de una política de acumulación, pues lo que importa es el excedente que se captura, no importa quien lo produce, sino que se produzca y que circule para ser acumulado, algo que Marx y Federicci denuncian en sus libros, y que es el eje de una política de la desigualdad en la que la producción importa más que la vida.
Finalmente está la cuestión brutal de la violencia, nuestro nudo ciego. Las formas de reproducción ampliada de la acumulación, como lo señalan Harvey y Lazzarato, usan el mecanismo de la violencia para los fines de la acumulación, bien puede ser la guerra en la que los bandos se eliminan, o los enfrentamientos que no son necesariamente bélicos y muchas veces discursivos, en los que el otro es construido como un indeseable (negro, terrorista, indígena, migrante, etc.). Pero, los mecanismos de la violencia en el país tienen sus propias particularidades y ante la negativa al reconocimiento lo que se hace es activar una serie de formas de negación, estas pueden tener el disfraz de políticas públicas o pueden ser actores armados quienes las ejecuten. Una política pública como la propuesta de reforma tributaria que desató este paro, que empobrecia a las mayorías, es una forma de reproducción de la violencia que tiene fuertes incidencias en la producción del tejido social, aunque no es equiparable a una guerra esta forma de “gobernar” supone poner en una situación de riesgo a miles de ciudadanos, cuyo acceso a las condiciones de reproducción de la vida quedan amenazadas por la forma en la que ese diseño institucional privilegia a los grandes capitales beneficiando, sin más ni más, la lógica de la acumulación como captura de excedentes para la reinversión y la reproducción ampliada de capital. Esta forma de producción de la riqueza corre en paralelo con una serie de acciones violentas sobre los cuerpos y las vidas de miles de personas que se oponen a esas formas de acumulación, la respuesta no es otra que la eliminación física, el hostigamiento y las acciones armadas que corren en paralelo con esas formas de acumulación. Si bien en algunos momentos de la historia ha sido claro el vínculo entre la eliminación del otro y la acumulación ampliada, como con los paramilitares o los chulavitas, hoy la situación no deja de tener sombrías reiteraciones.
Por otro lado, para comprender los procesos sociales de estos últimos años es clave reflexionar en torno a los Acuerdos de Paz : ¿Cuáles aspectos y límites de este proceso se vinculan con la situación actual y con la protesta social?
Yo creo, firmemente, que el proceso de paz con las FARC-EP cambió el mapa político, en principio uno podría pensar que lo había cambiado todo, pero la actual arremetida de la derecha política contra las políticas del acuerdo muestra muy bien que los viejos poderes van a resistirse usando todos los medios para que la narrativa del país les sea funcional a sus intereses. Creo que el acuerdo nos permitió pensar en una forma de oposición política diferente a la que habían inaugurado las insurgencias armadas. Que el punto dos del acuerdo de la Habana se centrara expresamente en esa problemática decía mucho de por qué en el país hablar de democracia resulta tan difícil. El acuerdo de paz llegó para reforzar una larga tradición de movilización social, una larga historia de luchas que encontraba en los puntos de negociación la vía para atajar las evidentes brechas estructurales que hoy tiene el país.
Con los aciertos y desaciertos el gesto que abrió el acuerdo de paz fue una invitación a que los conflictos políticos sean tramitados por una vía diferente a la de la guerra, creo que esa es la mayor ganancia simbólica, pues en términos narrativos, lo que se quebró fue la narrativa de que todo opositor político es por definición un guerrillero extremista; tristemente, eso no ha significado que diferentes actores políticos sigan siendo asesinados en todo el territorio nacional. Entonces, el acuerdo de paz abrió muchísimas posibilidades para reforzar la movilización social, para construir una narrativa de cara al futuro de la nación y para hacer visible la fuerza de los tejidos sociales colectivos que existen en todo el territorio nacional para más ciudadanos y la comunidad internacional. Pero, como todo acuerdo, existen límites, sobre todo impuestos por un gobierno que prometió “hacer trizas” el acuerdo y gobernar bajo el horizonte de “paz con legalidad”. La inoperancia del gobierno para ejecutar los acuerdos del punto 1, o para establecer mecanismos efectivos para garantizar el cumplimiento del punto 3 en materia de sustitución de cultivos es realmente dramática. De hecho, parte de los puntos de las recientes movilizaciones en el país se ha concentrado en pedir al gobierno el cumplimiento de los acuerdos que han pasado a ser un asunto de segunda mano en toda la agenda nacional.
¿Cuál sería desde tu perspectiva una genealogía de luchas, procesos políticos y de conflictividad que permite entender el escenario actual, y cuáles nuevas articulaciones entre subjetividades y procesos de lucha se están experimentando? ¿Y por otro lado, cuáles dinámicas de ruptura se están produciendo en relación con la crisis de la representación política?
Esta es una pregunta muy difícil, no voy a poder dar una respuesta global, si quiera lo que puedo ofrecer es un pequeño panorama del que estoy seguro se quedarán muchísimas expresiones por fuera. En mi lectura las movilizaciones sociales del país no son espontáneas, como han dicho algunos, ni son inesperadas, es más, cualquiera que conozca la historia de Colombia en realidad se preguntaría ¿por qué esto no ha pasado antes? Lo cierto es que la movilización social en Colombia no ha cesado, nunca, al menos en los últimos 50 años, hemos vivido intensos momentos de movilización social que tienen diferentes características y reclamos. Yo creo que el paro del 2021, que ha cumplido más de dos meses, es un efecto de varias movilizaciones que han tenido lugar en el país desde 2007. La conformación de la Marcha Patriótica y de Congreso de los pueblos, como formas de aglutinar el movimiento social en un movimiento de masas fueron determinantes para el desarrollo de grandes movilizaciones que vimos posterior a sus fundaciones en 2012, allí el movimiento campesino e indígena entró en un diálogo más fluido con el movimiento estudiantil y tuvieron lugar múltiples escenarios de deliberación popular y asamblearia en el país (claro que esto tuvo lugar antes, en los 70 y en los 50 de modos distintos y con intensidades diferentes); muchos de los liderazgos políticos que tienen las alternativas de izquierda estuvieron en esos escenarios de disputa popular y eso es clave para lo que viene en el país.
Sin duda el movimiento estudiantil de la MANE y el Paro agrario del 2013 son los dos grandes antecedentes del paro actual en el que se demostró que la fuerza de la movilización ciudadana tiene las posibilidades de frenar las políticas que van en contra de la ciudadanía. Creo que lo que lograron de mejor manera estos dos movimientos fue dejar claro que la disputa por los derechos del campo y de los estudiantes no le pertenecen a los “estudiantes o los campesinos” sino que la lucha por el agro y por la educación son luchas claves para una sociedad democrática. En ese escenario de una altísima movilización social nos formamos muchísimos de quienes hoy estamos en la militancia política y aprendimos millones de lecciones de diferentes actores que hoy son claves para la política del país, creo que en Colombia es clave reconocer esa dimensión histórica de las luchas para no caer en esa idea de “alternativa” vacía que le gusta tanto al marketing político.
Finalmente, creo que es claro que esta movilización alza las banderas de dos paros contundentes: el paro cívico de Buenaventura en 2017 y el paro nacional de noviembre de 2019. El de 2019 fue un paro en el que toda la sociedad estaba involucrada, nunca había visto a Colombia tan paralizada como ese noviembre, un paro que además logró mezclarse con las festividades de navidad que en Colombia son casi sagradas, creo que si la pandemia no hubiese llegado con tal fuerza, el gobierno Duque se hubiese visto en serios aprietos para resolver las demandas que emergían de las calles. Fue un paro en el que los medios jugaron un papel deplorable, no comunicaron sino que intimidaron, creo que eso marcó a los medios alternativos que hoy se han tomado la tarea de comunicar con mucha rigurosidad lo que ocurre. Otro hecho clave que nos empujó a la situación actual fue la movilización del 9 de septiembre en Bogotá, allí se prendió la chispa de la brutalidad policial, vimos movilizarse a miles de ciudadanos en medio de una pandemia por el abuso de las fuerzas policiales, una de las demandas que hoy es clave en medio del actual paro.
Entonces, creo que lo que se han abierto son tres cuestiones: la movilización social ha sido una constante en un país caracterizado por una forma de circulación del poder oligárquica, en la que los mismos se han visto beneficiados durante décadas, la gente está cansada de eso y por lo tanto está en las calles, como una forma de abrir la democracia y de hacerle entender a la clase política que no es posible que se piense el mundo sin ellos. Por otro lado, está la cuestión que de manera sofisticada podemos llamar necropolítica, es decir, una forma de ordenar el mundo social que está atravesada por la muerte y en la que los poderosos deciden quién debe o no vivir; esa racionalidad soberana que se cierne sobre la sociedad colombiana hoy está siendo impugnada por muchos actores y, por eso, han nacido las múltiples primeras líneas como formas de defender la vida ante los actores de la muerte que son distintos (las multinacionales, los agentes estatales que abusan de la fuerza o los paramilitares que siguen actuando en complicidad silenciosa con los agentes estatales). Por último, está la cuestión de cómo inaugurar un modelo de país que piense en el futuro de las mayorías, ahí están muchos bandos que trabajan todos los días por quebrar el pacto que las élites han firmado para mantener sus privilegios, están las luchas trans, feministas, indígenas, campesinas, estudiantiles y de las izquierdas por construir una opción de país de cara al futuro de las nuevas generaciones, donde no predomine la muerte, ni la desigualdad, sino donde podamos construir un futuro distinto. Creo que esa es la premisa fundamental del Pacto Histórico como un horizonte de posibilidades para un país que salga de la larga noche que se cristalizó en el uribismo pero que ahora tiene múltiples actores.
Tras varios meses de lucha, dos reformas retiradas y durísimas represiones, paramilitarismo y terrorismo de Estado, en las calles y en los barrios están naciendo asambleas populares, se han multiplicado los puntos de resistencia y las iniciativas populares y colectivas en los territorios. ¿Están emergiendo nuevos procesos de politización? ¿Cuáles son los principales desafíos para el Paro Nacional y los procesos de transformación social y política en Colombia hoy?
Lo que está ocurriendo con este paro es sin duda histórico, a mi me gusta decir que lo se rompió fue el pacto con la indiferencia de miles de colombianos, no podemos ver para otro lado, no hay ya maniobras de distracción que puedan ensayar los medios o el gobierno para restarle importancia al paro. Los niveles de desaprobación del gobierno Duque son los más altos de los últimos años y su impopularidad no descenderá, será uno de los peores dirigentes de la historia del país, completamente intrascendente y cruel. Lo que nace en los barrios es sin duda interesante, muchos escenarios de autoorganización, asamblearios, de construcción de poder popular y local están ocurriendo, todos a ritmos y con propósitos distintos, eso nos da un escenario de politización interesante. Sin embargo, la vida de algunos de esos escenarios depende de la fuerza destituyente del enfrentamiento con la policía en lo que nosotros denominamos “el tropel”, las demandas de algunas de las primeras líneas son políticamente imposibles si no se logran alinear más fuerzas ciudadanas. La renuncia del presidente y que aparezcan los desaparecidos son dos de esas demandas y todos sabemos que ante un Estado indolente esas demandas pueden quedar en el vacío. No hay diálogo posible porque los puentes de comunicación están rotos en su lógica, los dirigentes políticos y algunos funcionarios creen que las reivindicaciones son caprichos y que no hay sentido de realidad política en las primeras líneas, mientras en las primeras líneas se descree de la acción institucional por justas razones. Estamos en un momento difícil, pero la única alternativa real que puede emerger de esa potencia destituyente del movimiento en las calles está en poder articular las fuerzas en un movimiento político, en una especie de gran pacto que decida y trace los mínimos necesarios para construir un espacio de disputa de cara al futuro, allí el respeto por la vida de los manifestantes, la justicia y la verdad por los desaparecidos y violentados son puntos innegociables de la agenda.
Para terminar señalaría dos grandes retos de cara a lo que se viene. Primero, creo que es necesario profundizar esa idea destituyente que está hoy en las calles, para ello tenemos que construir un gran pacto narrativo contra el uribismo y contra esa élite oligárquica que ha construido sus privilegios usufructuando el Estado a su favor, eso es lo que es la corrupción a fin de cuentas. Cerrar los espacios para que los políticos que gobiernan con la mafia estén en las instituciones y además rindan cuentas, es una tarea que debemos profundizar y que debe circular con más fuerza en el sentido común, romper el pacto de silencio, con la indiferencia, para abrir democráticamente el país es parte sustancial de ese horizonte. Por otro lado, debemos abrirnos espacios para que de esa fuerza destituyente nazca la posibilidad de un gobierno alternativo para las mayorías, es decir, hay que tomar y echar manos en la tarea de producir una fuerza constituyente que posibilite la construcción de un horizonte de futuro. Esa fuerza no puede estar en las manos de nadie, tiene que emerger de la construcción de un tejido, por eso no solo se agota en la vida electoral, sino que tiene que diseminarse, tal y como ha sucedido en el paro, hacia los barrios, las veredas, las plazas, las aulas para politizar a la ciudadanía y ganar el futuro para todos. Es hora de inaugurar un tiempo en el que ninguna decisión sobre nosotros se tome sin nosotros.
Entrevista original en italiano: https://www.dinamopress.it/news/alejandro-cortes-in-colombia-rotto-il-patto-con-lindifferenza-adesso-la-sfida-costituente/
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