En Colombia existe la pena de muerte

Los que perdimos fuimos nosotros, y seguimos perdiendo cada día…

Colombia es un país acostumbrado a la turbulencia política. Nos guste o no, nuestra realidad política vive en constante tensión y nuestros gobernantes, a lo mejor voluntariamente, perpetúan un ciclo en el que unos la crean y otros la intentan resolver. A lo que no estamos acostumbrados es a que, mientras el mundo está en llamas y se respira un aire casi apocalíptico, esa tensión crezca todos los días.

Prepararse para cosas inesperadas es muy raro, más para un Estado que ni siquiera en una bonanza petrolera fue capaz de llegar a las periferias nacionales. Nadie se espera una pandemia, nadie se esperaba el fallo de Uribe en la Corte, nadie se esperaba las manifestaciones en contra del abuso policial. De forma que tampoco estábamos preparados.

El H.P Iván Duque (honorable presidente, ojo con eso) no ha ahorrado esfuerzos en demostrarnos que ni él ni su gabinete estaban mínimamente preparados para manejar este país. Pareciera, según todas las excusas que han sacado ─que se pueden resumir en ‘nos entregaron el país acabado’─ que ellos sólo querían administrar una utopía ya construida; gobernar un pueblo de semidioses sin falencias ni necesidades que actúan siempre usando su razón. La sorpresa que les dio la realidad no debió ser grata. Como se dice entre los de mi edad: pues no mor, ya perdiste mor.

Pero esto no es lo verdaderamente triste del asunto. Lo que duele no es que entre todas las personas de la campaña de Duque (y seguro estaría diciendo lo mismo si fuera Petro el presidente) no hubiera un solo cerebro pensante que les dijera: ¡Ey, Colombia es un nudo de problemas de doscientos años y estamos prometiendo resolverlo sólos en cuatro! Sino que no sean ellos quienes están perdiendo. Los que perdimos fuimos nosotros, y seguimos perdiendo cada día en el que el H.P (honorable presidente, cuidado pues) amanece en el Palacio y puede sacar decretos a como dé lugar; cada día que los miembros de su gabinete pueden excusarse de no hacer su trabajo porque no tienen conocimiento suficiente para hacerlo; cada día en que quienes nos gobiernan nos dicen en la cara que no tienen ni quieren tener voluntad política de gobernar en nuestro nombre. Eso sí que es lamentable.

Desde ayer nos volvimos a encontrar con un símbolo que ya hace 30 años significa harto para nosotros como nación: una silla vacía. En medio de disturbios, masacres perpetuadas por policías, el lento pero seguro retorno de la guerra en la ruralidad colombiana. En medio de un país que se cae a pedazos y grita justicia, paz y reconciliación, el H.P (esta vez, decidan ustedes) no tiene tiempo para asistir al único evento multitudinario que la institucionalidad ha sido capaz de plantear en medio de la crisis.

Esa silla, que representa perfectamente la ausencia de todo interés del gobierno sobre la gente, se me quedó marcada en la memoria, como también se me quedó la horrible cifra de 10 muertos (que deben ser más) y 66 heridos (que no deben ser ni la mitad) en una sola noche en Bogotá. Aquella noche Bogotá se volvió un enorme pabellón de fusilamiento y se perpetuaron no pocas ejecuciones extrajudiciales. Volvimos a tener pena de muerte, como por obra de magia, en el país del Sagrado Corazón y si bien estábamos acostumbrados a no tener disculpas, parece ser que el H.P. ya no se siente siquiera en necesidad de darnos la cara.

Ricardo Pérez Restrepo

Estudiante de Ciencias Políticas. Tengo en el corazón la esperanza de vivir en una Colombia pacífica y sostenible, donde quepamos todos y nadie sobre. Escribo para liberarme y suelo pensar de más, pero nunca he considerado eso un defecto.

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