“Las cuerdas y los vientos, sobre todo el piano, el chelo, el saxo y la trompeta, nos transportan por una historia sencilla pero cincelada con un exquisito preciosismo por el artesano de las palabras, con una prosa dulce y meticulosamente melodiosa que hace que se sienta como si estuviésemos leyendo poesía”.
En días pasados, escribí una breve reseña de «En Agosto Nos Vemos», la novela póstuma de Gabriel García Márquez, en mi cuenta de X. Como saben, no es mucho lo que uno puede escribir en un post de una cuenta de X que carece de la marca azul de verificación que se inventaron para sacarle plata a la gente. En ese post escribí lo siguiente: Terminé #EnAgostoNosVemos. Fue como tomar un buen ron. De un solo envión pero disfrutándolo al máximo. Una historia sencilla, cincelada por las manos de un artesano de las palabras. Se notan deslices temporales que lo lanzan a uno al vacío, pero sin demérito. A Gabo lo perdono.
Sentí que me faltaba algo, así que releí el libro tal como dice el post, de un solo envión y disfrutándolo al máximo, como un buen trago de ron, y descubrí otras cosas que me gustaría compartir en este intento atolondrado de reseña literaria.
Lo primero que debo decir es que la obra es muy corta para lo que nos tiene acostumbrados Gabo, y esto dice mucho, probablemente, de la enfermedad que estaba padeciendo en sus últimos años de vida: el Alzheimer. Una patología angustiante para una persona que usa como instrumento principal la memoria, y para todo el que la padezca. Se supone que las personas que están en constante uso de funciones mentales superiores, especialmente las creativas, tienen una tendencia menor a sufrir de estas dolencias y aunque es natural que la memoria se afecte con la edad, es también frecuente ver escritores y otros personajes que llegan a una avanzada edad conservando sus facultades mentales. Lo cierto es que la memoria es realmente tan efímera como la vida misma, como diría el mismo Gabo en su autobiografía Vivir para contarla: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Entonces, en la segunda lectura, me adentré en los recovecos del libro con la intención de encontrar claves que me permitieran descubrir esos baches o imperfecciones que sus hijos mencionan en el prólogo, y descubrí algunas cosas interesantes.
Este es un libro raro para lo que nos tiene acostumbrados Gabo. Primero, por lo corto; eso ya habla de que efectivamente no pudo terminar la historia. De hecho, uno se encuentra con un final casi fortuito, pero tan bien hecho que, la verdad, no se siente postizo, ni por los hijos ni por el editor, lo cual sería un craso error.
Gabo fue un melómano en vida, y aunque en sus obras hay presencia de la música, en esta es, sin duda, el hilo conductor de la historia, comenzando por Ana Magdalena Bach, la protagonista de la novela, cuyo nombre es homónimo con el de la esposa del compositor Johann Sebastian Bach, una clara referencia a su conocimiento de la historia de la música.
Los boleros, la música cubana, las adaptaciones de composiciones clásicas, lo que llaman los expertos “los arreglos” para boleros, especialmente con el piano como instrumento principal, marcan el ritmo de las escenas más importantes de la protagonista en sus correrías de amores furtivos. Pero hay de todo: valses, salsa, danzones, compositores rusos, suecos, franceses, italianos, alemanes, pasando por el romanticismo hasta el barroco en la música clásica, y aquí me detengo para mencionar a Doménico Amaríz, el esposo felizmente engañado que vive de la música como en un cuento de hadas. ¿Será que este personaje es una referencia a Domenico Scarlatti, el compositor italiano del siglo XVIII que terminó al servicio de la corte española? No lo sabremos nunca.
En la página 23, que es el inicio del libro, y en la página 115, que es casi el remate del mismo, es un arreglo para bolero del «Claro de luna» de Debussy el que guía ambas escenas.
Las cuerdas y los vientos, sobre todo el piano, el chelo, el saxo y la trompeta, nos transportan por una historia sencilla pero cincelada con un exquisito preciosismo por el artesano de las palabras, con una prosa dulce y meticulosamente melodiosa que hace que se sienta como si estuviésemos leyendo poesía.
Hay referentes literarios dispersos por toda la obra y aquí me quiero detener en dos puntos. El primero, que es mera especulación mía, es con Borges: ¿Será que Gabo pensó en hacer una obra corta siguiendo la crítica que alguna vez le hiciera el argentino que nunca fue reconocido con un Nobel de Literatura? Era conocido que ambos se criticaban mutuamente por la extensión de sus obras. Borges reconoció en «Cien años de soledad» la obra más importante de la lengua española, pero decía que con cincuenta años hubiese sido suficiente, mientras que Gabo decía que Borges se merecía el Nobel aunque se pudiera leer sus libros en una noche.
La segunda referencia que me llamó la atención es el libro «intonso», como lo describe él en la novela; se trata de un ejemplar rústico y viejo de «Drácula» de Bram Stoker, que es justamente la primera novela que me leí de adolescente y cuya versión que yo aún conservo es justamente eso, un libro intonso, una edición de 1981 del Círculo de Lectores, que me ha acompañado en mi travesía en la vida por las últimas tres décadas y que ha logrado sobrevivir al olvido en tantas mudanzas, un libro viejo, de pasta dura con muchas cicatrices causadas por el paso inclemente del tiempo. En la página 25, el primer amante de Ana Magdalena Bach menciona que estaba impresionado con la llegada del conde a Londres transformado en perro. ¿Será una referencia a la llegada de la protagonista a la isla? Tampoco lo sabremos.
Pero, sin duda, el hecho que más me llamó la atención es que en la página 38 de la novela menciona que aquel amante furtivo deja un infame billete de 20 dólares en la página 116 del libro de Bram Stoker. Saqué de una mi libro viejo, me dirigí a la página mencionada y me encontré de frente, no en la 116, sino en la 117, con «El diario a bordo del Demeter de Varna a Whitby», un episodio donde se describe, en dos ocasiones, un procedimiento aduanero que incluía un “bakchich” que en ruso significa propina. ¿Será una referencia de Gabo a la “propina” que le dejó el primer amante de Ana Magdalena en el libro de Drácula? ¿Será que Gabo también tenía un libro intonso de Drácula como el mío? Quisiera creerlo, pero caería invariablemente en el desconcierto de la vanidad.
En las páginas 25 y 60, el lector podrá encontrar un recurso muy frecuente en la obra de ficción de Gabo; en ambas páginas menciona la idea de que después de un corto periodo de tiempo, y aderezado como siempre por la buena música, Ana Magdalena Bach ya conocía como si fuera de toda la vida a sus amantes.
Por último, hay un personaje, Micaela, la hija díscola que, aunque disfruta tanto como los demás de la música, decide escaparse del destino familiar para convertirse en monja. Es ella el único dolor de cabeza para la protagonista y su esposo, un personaje que no puedo dejar de comparar con una hermana de Gabo, Aída García Márquez, que también escapó, como Micaela, de la vida secular para convertirse en monja. A sus 93 años, no solo está bien viva, sino que también ha logrado escapar de la ignominia del olvido. ¿Es entonces Micaela una referencia a la hermana que escapó también al destino familiar del Alzheimer? Eso tampoco lo sabremos nunca, pero nosotros, los lectores y seguidores de la obra de Gabo, nos contentamos con leerlo, escudriñarlo y descubrirlo en sus obras aún después de su muerte.
Y mientras tanto yo les dejo aquí, entre las imágenes que mi mente recrea de las garzas azules en medio de una laguna ardiendo bajo el sol, y escuchando el saxo de Fausto Papetti, las fotos que evidencian este intento atolondrado de reseña literaria.
P.D. Por último, no dude en escribirme sus comentarios a mi cuenta de X @sanderslois
Excelente reseña de En Agosto nos vemos!!