#ElNuevoEcuadorResuelve

“Y aunque nos gustaría, no podemos fingir que pecamos de ingenuos. La historia del Ecuador está plagada de hacendados deseosos de jugar a ser los dueños del país, y ese jueguito nos ha costado ser una república bananera. Si pecamos de algo es de egoístas o de estúpidos, según a qué decil pertenezcamos”.


 

Acoplándose de manera notable a los patéticos tiempos que corren, el gobierno ecuatoriano ha lanzado su nuevo eslogan, un hashtag basado en un meme: #ElNuevoEcuadorResuelve. Tristemente —para nosotros, no para los huéspedes de Carondelet—, este Ecuador ni es nuevo, ni el presidente resuelve nada. Aunque, en honor a la verdad, si hay algo novedoso: el manejo que hacen nuestras autoridades de las redes sociales. Noboa nos ha introducido a la comunicación política del siglo XXI —es decir, al marketing más vacío—, pero, a cambio, política y socialmente nos ha devuelto al período plutocrático. 

La corrupción vacía las arcas del Estado, la violencia asfixia la economía de las familias trabajadoras y la institucionalidad democrática —mejor dicho, lo poco que queda de ella— amenaza con derrumbarse por completo con cada exabrupto del presidente.

Mientras los ministros publican reels con música de película gringa de los ochenta, los enfermos de cáncer mueren sin siquiera un paliativo para su dolor. Mientras el equipo de comunicación del gobierno graba videos inútiles con el himno nacional de fondo, Guayas, Los Ríos y Esmeraldas se siguen desangrando por la violencia del narcotráfico. Mientras el presidente se burla de sus homólogos de la región, los jóvenes batallan día y noche por conseguir un trabajo que les asegure un miserable sueldo mínimo.

El marketing político convierte a los gobernantes en eternos candidatos, haciendo que la gestión gubernamental se convierta en un mero instrumento para conseguir votos. Noboa no gobierna; hace campaña electoral. Sus ataques a la oposición, su menosprecio al derecho internacional, sus amenazas poco disimuladas, son todos simples “golpes comunicaciones”; son las armas que el duranbarbismo criollo le ofrece a un hombre obsesionado con el poder. La destrucción institucional a la que Noboa ha sometido al país es el precio que los ecuatorianos debemos pagar por su capricho de ser presidente otros cuatro años.

Pero el disparo en el pie nos lo dimos nosotros al votar, dos veces, por un hacendado para que comande el Estado de un país atrasado y desigual como el nuestro, y amagamos con repetir la dosis cada día que la popularidad de Noboa se sostiene por encima del 40%.

Si Noboa se comporta como patrón de hacienda es porque no conoce otra forma de vida. Fue criado para serlo y es lo único para lo que sirve. En un país como el Ecuador, no podía esperarse que el heredero de la mayor fortuna del país —construida a base de explotación laboral, captura del Estado y violencia— actuara de otra manera si accedía al gobierno.

Y aunque nos gustaría, no podemos fingir que pecamos de ingenuos. La historia del Ecuador está plagada de hacendados deseosos de jugar a ser los dueños del país, y ese jueguito nos ha costado ser una república bananera. Si pecamos de algo es de egoístas o de estúpidos, según a qué decil pertenezcamos.

Porque, a final de cuentas, ¿de qué manera habría de resolver el problema de la corrupción un presidente que le adjudica a dedo contratos con el Estado a su tía? ¿Cómo podría erradicar la precarización laboral y la pobreza que ella acarrea el hijo de un hombre en cuyas haciendas se violan, desde hace décadas, los más básicos derechos laborales? ¿Bajo qué circunstancias el mayor evasor de impuestos del país sería el indicado para resolver la falta crónica de recursos que sufre el Estado? ¿En qué mundo imaginario un país manejado como una hacienda puede ser próspero y democrático?

Ciertamente nuestro sistema político no nos ofrece alternativas muy prometedoras, pero no podemos hacer el papel de víctimas por siempre. No hace falta ser activista para contribuir en algo a que los peores no sean siempre los que acceden al poder político. Creo que es suficiente dejar de actuar como si en democracia fuera válido el axioma schmittiano de que la política es una guerra a muerte entre amigos y enemigos. Al final del día, todos y cada uno de nosotros estamos a una rabieta presidencial de distancia de convertirnos en enemigos.


Todas las columnas del autor en este enlace: Juan Sebastián Vera

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.