El coloquial adagio que reza que, “quién no conoce su historia está condenado a repetirla” pareciera ser en este punto, una de las proposiciones más acertadas para describir el momento acaecido por unos diálogos de paz, instituidos entre un gobierno nacional que, divaga en medio de la efervescencia discursiva, el afán mediático, y la urgencia de resultados facticos, y un grupo insurgente que, ha sabido manejar de la mejor manera la dilación programática de distintas agendas, la disuasión dialógica para generar responsabilidades en la contraparte, y por supuesto, matizar la oscura sombra de atomización que se cierne sobre gran parte sus procesos y estructuras de organización.
Ahora, es claro que dentro de esta negociación ningún desacuerdo, ruptura o actividad conflictual, deviene de una de generación espontánea, del insospechado proceder adversarial o de una excepcional y extraña forma de perjurio; puesto que, cada uno de estas deficiencias deriva en su inmensa mayoría, de la incapacidad asociada al orden político de cada uno de los actores presentes en la mesa, de la elaboración de un diseño estratégico y gravemente utilitarista y por supuesto, de una ausencia crítica, capaz de elaborar una revisión entorno a las actuaciones y dinámicas políticas surgidas, desde el interior del equipo negociador del gobierno nacional, como de su contraparte elena.
En este orden de ideas, no resulta extraño que las necesidades políticas dispuestas desde presidencia, desborden el sentido del deber ser, se tornen casi que violatorias de lo dispuesto normativamente, a su vez que, deformadoras del sentido de apuestas de diálogo y construcción de paz altamente propositivas, como lo han sido hasta la fecha las suscritas con el Ejército de Liberación Nacional. Y es que el dialogo paralelo auspiciado no solo por el ejecutivo, sino también por la oficina del alto comisionado de paz con una de las estructuras armadas de quién funge como mi contraparte, es una clara desatención que refleja la falta de respeto hacia el otro y su soberanía interna; a su vez que, una no demarcación entre las fronteras adscritas al deber ético y político de propender por la paz como política de Estado, y la ingente necesidad de convertir en una espuria realidad, las presunciones retóricas con las que, vagamente se ha alimentado el tan anhelado y frágil discurso de la paz total.
Del otro lado, se hace difícil no reconocer que la problemática conjunta a este grupo insurgente a estado vinculada en gran medida: a la no sujeción de una línea de mando jerarquizada, la capacidad de direccionamiento orgánico y por supuesto, el cumplimiento efectivo de directrices impuestas desde el nivel nacional a las estructuras acantonadas en los territorios. Prueba de lo anterior, es la coyuntura presentada con el frente comuneros del sur, el cual, desde el año del 2012 y según fuentes consultadas, ha intensificado sus acciones de desmarque frente al COCE, con dejaciones de comandancia e incorporaciones inconsultas a otros frente de guerra; potenciaciones militares y territoriales a partir de activades supuestamente relacionados al narcotráfico, hasta la ruptura comunicacional con el estamento que representa la coordinación central de esta estructura subversiva, sin que hasta la fecha, se hallan tomado acciones correctivas contundentes para reestablecer el orden y la correspondiente línea de mando.
Ahora bien, como es de imaginar, la pulsión antagónica entorno a esta mesa de negociación está lejos de tener un panorama resuelto, y al contrario, la dinámica inscrita en la realidad política del país ha agregado un sinnúmero de interrogantes a la mesa de negociación, en relación por ejemplo, al procedimiento y las formas jurídicas mediante las cuales el gobierno, tratará en un hipotético caso y a la luz de lo dispuesto en la ley 2272/22 a la disidencia o escisión del frente “Comuneros del sur”. En este orden, resulta válido seguir indagando si, dará la presidencia interlocución política a este actor armado o por el contrario, buscará su sometimiento a la justicia y con ello a formas distintas de ejecución de la pena; si, apostará el presidente parte del caudal político del proceso de paz, a una negociación con un actor armado que, dada las características del conflicto en nuestro país resulta marginal en sus distintas actuaciones, y finalmente, si podrá un Petro de lo más altisonante atemperar su espíritu, ante la vorágine que supone el poder y el ansia de figurar en los anaqueles de la historia como el más grande abanderado de la paz nacional.
En cuanto al caso que supone el Ejército de Liberación Nacional, no podría pasarse por alto el ya citado retraso que ha tenido el comando central, para ejecutar acciones que llamen al orden a la estructura militar que comanda Gabriel Yepes Mejía, cooptar militarmente el territorio y la zona de influencia de este frente con nuevos efectivos, o relevar categóricamente del mando a alias HH, en un ejercicio de autoridad y centralidad organizacional. Así mismo, se hace oportuno reseñar que, con este tipo de actuaciones deja perder el ELN por falta de previsibilidad y prospectiva, una oportunidad estratégica para retirar de la ecuación un actor sobre el que, como es evidente tiene muy poca injerencia decisional, asestar un golpe de credibilidad en la opinión pública nacional e internacional, en relación al compromiso establecido por esta organización armada con la mesa dialogo y la sociedad civil, a la par que, sustentar la tan codiciada intención de avanzar en este proceso de orden político, bajo la lógica de configuración en la que, se hace necesario implementar de manera fáctica, todos aquellos acuerdos previamente pactados entre las partes.
Finalmente, no quisiera que la presente columna de opinión dejara tras de sí, solo una estela de frustración, crisis e incertidumbre en torno a una mesa de negociaciones que, de entrada, ha contado con más puntos propositivos que abúlicos en su intención, ha seguido adelante pese a toda las dinámicas conflictuales, a su vez que, ha propendido gracias a la intención de cada una de las partes, por una resistencia activa, que la lleva más allá del simple momento coyuntural y la ubica como una necesidad de orden político para todos los colombianos. Sin embargo, es complejo pasar por alto el impacto que este tipo de dinámicas pueda tener en el proceso mismo, puesto que, la precisión quirúrgica de este puede alterar ostensiblemente sus delicados balances, sus dinámicas metodológicas, como también, la confianza y legitimidad que subyace en su interior; aunado a ello, no puede verse de vista que, la eclosión de todo un conjunto de elementos negativos, arrastra consigo viejos fantasmas que, desestabilizan, invitan a la ruptura, y claro está al retorno por caminos ya antes recorridos.
Postdata: Para destacar, refiero los breves espacios de dialogo sostenidos con “Juan Carlos Cuellar” como gestor de paz, en los cuales, y pese a la vinculación existente con el territorio nariñense, siempre ha sostenido en su discurso una defensa ferra entorno a la centralidad de mando eleno como también, un afán por encontrar una salida negociada al conflicto.
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