Desde que inició el cese bilateral de hostilidades –1º de octubre de 2017–, las violaciones del ELN fueron pan de cada día, incluido el asesinato confeso de un gobernador indígena. Pero los elenos estaban esperando a que el reloj diera las 12 de la noche del 9 de enero, para mostrarle al país que están copiando la exitosa estrategia de negociación de sus amigotes de las Farc.
Primero: exigir cese bilateral para presionar al Gobierno y a la Fuerza Pública a incumplir su obligación constitucional de preservar la seguridad de los colombianos en todo momento y en todo el territorio.
Segundo: Una vez arrodillado el Gobierno, romper el cese al fuego, pero soslayando su responsabilidad o pidiendo perdón cínicamente, como en el caso del gobernador Isaramá, mientras se exige la continuidad del cese y de las negociaciones mismas, para así tener a raya a la Fuerza Pública y al Gobierno extorsionado en la mesa.
Tercero: Golpear con toda la contundencia de que es capaz el terrorismo, para lograr de un gobierno débil la renovación indefinida del cese bilateral. Para presionar un cese bilateral, las Farc asesinaron a 11 soldados en abril de 2015, y a mediados del mismo año, en apenas 56 días, la Defensoría del Pueblo documentó ¡64 atentados terroristas!
En ese momento, un Santos envalentonado sentenció que “Si esa es la forma de buscar apoyo para ese proceso de paz, se equivocan de cabo a rabo…”. Pero la historia nos enseñó que el equivocado era el presidente, porque las Farc lograron así todos sus objetivos: cese bilateral y, luego, un Acuerdo con impunidad total, acceso a la política y lesión enorme al Estado de Derecho.
Y hoy, vuelve y juega con el ELN. ¿Acaso es voluntad de paz atacar el oleoducto y causar enorme daño ambiental y a las comunidades que dicen defender, el mismo día en que roban cámara ante el mundo en la reanudación de negociaciones? ¿Acaso es voluntad de paz atacar puestos de la Armada sin provocación previa ni razón alguna, o asesinar a mansalva a un soldado y dos policías en Arauca?
Es inaceptable y cínica la declaración del narcoterrorista Beltrán, con su cara de yo no fui, justificando su barbarie y echándole la culpa a “la compleja situación de conflicto que sufre el país”.
Pero es todavía más cínica su amenaza extorsiva al Gobierno: “Si no hay una pronta respuesta del gobierno para solucionar la crisis, la delegación del ELN se retiraría”. ¡Qué tal! Como quien dice: si no se sientan juiciosos para la foto en Quito, seguimos explotando el tubo y dando bala.
Eso funciona, porque el cinismo guerrillero es proporcional a la debilidad de un presidente que cuenta los días, más interesado en mostrarse ante el mundo y justificar un Nobel, que en una paz verdadera. Para guardar las apariencias, hoy están suspendidas las negociaciones y el presidente habla duro, pero la claudicación es cuestión de días.
No entiendo además, qué podrá negociar en Quito un gobierno al que le quedan seis meses, que arrastra una desaprobación del 74% y, como si fuera poco, ya lo entregó todo en La Habana. La negociación con el ELN es, a todas luces, o una farsa o una segunda irresponsabilidad histórica.
Todos queremos la paz, pero el país también exige dignidad y respeto a los héroes de Colombia, que están siendo asesinados y ultrajados con las manos atadas a un mentiroso cese bilateral. La violencia de los elenos y sus exigencias son una infamia. La debilidad del Gobierno es una vergüenza.