Este domingo el mundo entero estará pendiente de lo que ocurra en Venezuela. Hay elecciones presidenciales. Hay un juego a la ruleta rusa. Algo no está bien allá desde que tanta gente decidió emigrar. A ningún lado, a ninguna parte. Sin alguien que lo despida, porque se fue primero. Sin alguien que lo reciba, porque salió con las manos vacías. A los pocos ricos de Venezuela ninguna crisis les ha afectado. Ni la petrolera ni la revolucionaria. Emigraron a tiempo para reinventar y reinvertir su fortuna. El sueño bolivariano tenía una base bonita: exigirle a un miembro de la OPEP que asegurara justicia, equidad, distribución, salud, vivienda y relaciones horizontales en país de opulencia, de ganadoras de reinados y de dramas televisivos. Algunos intelectuales, poetas y artistas (actores económicamente insobornables) sonrieron con la propuesta de un líder dispuesto a asegurar todo para todos. Y tenía una refinería a su servicio para lograrlo. Pero el algoritmo quedó mal diseñado. Tan boyante como sus recursos fueron sus excesos; su despotismo; su vanidad; sus salidas en falso en materia diplomática; su chabacanería mediática en un programa interminable y autocomplaciente. Una dependencia absoluta en el petróleo sin horizonte ni destino. Un autosabotaje declarado a muerte desde el primer momento. El proyecto revolucionario fue incapaz de regalarse una primavera porque hicieron de la base de la distribución posible un objetivo de saqueo a manos llenas. Hostil con propios y anfitrión de bandidos. Le declaró la guerra a su pueblo y sostuvo a tiros de soborno un modelo insostenible. Tan incapaz como cada uno de sus opositores, que en esencia, resultaron tan parlanchines como el heredero del establecimiento. Y quienes representan una amenaza, los ha perseguido de manera severa. Pero ningún proyecto político puede ser victorioso de manera infinita; y menos uno inoperante en su quehacer estructural. Contra su voluntad permitió ir a las urnas, intentando asfixiar la democracia en todas sus direcciones. Ningún régimen entrega el poder de forma benévola; pero en un sistema democrático la voz del pueblo, del mismo pueblo que decidió por el régimen, es lo único que valida el uso de las urnas para sustraerlo y declararlo superado en el paso de una página de la historia de lo que no se debe hacer con el poder, aunque un océano de petróleo lo respalde.
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