En 1991 los constituyentes creyeron en el mito de que la culpa de los problemas colombianos era el bipartidismo, en el que supuestamente siempre había vivido Colombia y que por lo tanto el tránsito a un sistema pluripartidista sería automáticamente una solución a todo.
En este enfoque hubo dos errores mayúsculos. El primero es que el sistema de partidos en Colombia no fue en estricto sentido bipartidista, ya que desde el siglo XIX lo que hubo fue sistemas de partidos hegemónicos (de dominio excluyente de un solo partido), con algunas pausas de bipartidismo (el mejor ejemplo de este sistema fue el PRI mejicano hasta hace una década).
Es decir, había sistemas hegemónicos, en los que un partido dominaba porque llegaba al poder o se consolidaba en él por ganar una guerra, como por ejemplo la de los mil días, que le dio el poder entre 1900 y 1930 al Partido Conservador.
Si se mira bien el bipartidismo, que sí hubo desde esta fecha hasta que Ospina cerró el Congreso, tras el Bogotazo de 1948, fue bastante sano y hubo grandes avances, como la Constitución de 1936.
En cambio, el Frente Nacional inaugurado en 1957, que en estricto sentido es una hegemonía pactada y no un sistema bipartidista, fue realmente el causante de los problemas de Colombia en adelante, empezando por el ataque de las guerrillas contra el Estado. Fue un bipartidismo hegemónico, pero no un bipartidismo auténtico, pues en este último se sabe que uno de dos partidos va a ganar pero no cuál de ellos.
Los partidos Liberal y Conservador para 1991 ya estaban fragmentados, pero mantenían una apariencia de unidad que servía a los electores al momento de votar, tanto en presidenciales como para cuerpos colegiados. Y se mantuvieron así hasta 2002, cuando ya sólo la mitad de las curules las obtenían los candidatos de estos partidos, pues la otra mitad la recibieron los supuestos nuevos partidos, que en el fondo eran escisiones de los anteriores, sin casi personalidad alguna.
Esto se debió a la vieja fragmentación pero también a que la Constitución permitió fundar partidos y avalar listas sin límites, como una fórmula mágica para el pluripartidismo (ver el libro Rojo difuso, azul pálido, en www.davidrollvelez.com).
La Reforma de 2003 intentó frenar ese caos de multipartidismo falso y amorfo con el umbral y otras normas que forzaban la aglutinación, pero ya era imposible contener la división definitiva.
El partido Liberal, que hasta ese momento y con pocas excepciones había gobernado el país desde 1930 (la mayor parte de los presidentes y congresistas fueron de ese partido), se dividió como una gota de mercurio que rebota contra el suelo y quedó muy parecido al Partido Conservador, que ya era desde tiempos atrás más una confederación de partidos que un partido de verdad.
Milagro, hubiera dicho un ingenuo. ¡El sistema ya era pluripartidista! Como se había querido siempre. Pero el segundo error de apreciación de quienes deseaban este cambio es que en Ciencia Política el pluripartidismo no es bueno en sí mismo, salvo cuando es moderado y pequeño, es decir con pocos partidos no muy radicales, pero claramente visibles en su ideología, con gran capacidad de concertación.
Y sobre todo no es claro que el bipartidismo sea malo, pues con él han funcionado casi perfectamente muchas de las principales democracias del mundo (Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Portugal, Francia y España hasta hace poco).
Pero digámonos la verdad: ¿Alguien sabe quién es quién en nuestros partidos actuales? Nadie sabe cual es la diferencia entre Cambio Radical y el Partido de la U, compuestos por liberales sobre todo y por algunos conservadores, que de todos modos han ido de aquí para allá como jugadores de fútbol comprados por uno u otro equipo.
Además, quien entiende por qué hay dos partidos conservadores en Colombia y no uno solo si el Centro Democrático (creado también sobre todo por exliberales en un principio) no está peleado con los conservadores y defienden prácticamente lo mismo.
¿Y los verdes, son realmente el partido sandía de que hablaban hace dos años, verde por fuera y rojo por dentro, o es una coalición de escampadero para trampolines políticos de cualquier color?
A propósito del tema ideológico, el mundo de la izquierda es más confuso aún para el ciudadano que no militó en ellos, y no entiende como Petro asegura que marchó contra las Farc, pero el partido Farc dice que si Timochenko sigue enfermo su candidato será Petro.
Además, ni el más paciente profesor podría en una columna como estas explicar porque Clara López es la candidata a vicepresidencia de los liberales, después de que reorganizó el Polo Democrático tras el desastre de corrupción de los nietos de izquierda de un General que fue un dictador conservador pacifista. Y esto sucede mientras el otro gran pilar del Polo Democrático, Jorge Robledo, se suma a Sergio Fajardo, cuya ideología es la gran incógnita del país, luego de la de Vargas Lleras, claro está.
Sólo quedan entonces los liberales, agitando el trapo rojo, como unidad visible. ¿Pero lo son? Si se dice que la mayoría de los electos no saben aún si van a apoyar o no a su candidato oficial, aunque lo digan de dientes para afuera, ¿cómo se le puede pedir a los electores fieles que sí lo hagan?
El domingo, 11 de marzo, por supuesto algunos hicimos el esfuerzo de votar por candidatos del partido de nuestra preferencia, pero fue bien difícil, porque sabíamos que no está claro si ellos mismos apoyarían o no al candidato presidencial oficial de su colectividad, quien tampoco tiene fórmula vicepresidencial surgida del propio partido.
Y esto sucede en casi todos los partidos. Hoy están haciendo los electos los cálculos para ver a quién van a apoyar a partir de los resultados de la elección del Congreso y de la consulta. Por eso los resultados fueron tan predecibles, pues no se estaba midiendo la fuerza de cada partido, sino la de cada uno de los candidatos y los que quedaron es porque tenían ya un poder electoral, personal y propio en la mayoría de los casos.
¿Es esto un pluripartidismo moderado o más bien vamos para la fragmentación extrema que vivió Brasil de sus partidos y lo llevó al caos actual? Además, no está tan claro que deban hacerse consultas interpartidistas entre líderes de derecha o izquierda, porque eso es como fomentar la división y legitimar las aventuras personales.
Paradójicamente es este Congreso el que deberá hacer la reforma política que necesita el país para que su sistema de partidos sea estable y haya gobernabilidad por existir partidos institucionalizados. Ojalá nos den la sorpresa, como en 2003, y lo hagan. Pero también va a depender de quién gane la contienda presidencial, y ahí sí que no hay patrones de competencia estables, lo que confunde a los electores. Muchos partidos, muchos candidatos, muchas coaliciones variables convirtieron esa elección en un derby en el que hay que tratar de adivinar cuál es el caballo ganador antes de apostar. Es un panorama que cuesta enseñárselos a personas con cierta preparación y el ciudadano común por lo tanto no tiene como entenderlo. Esperemos también que un sensato presidente, porque casi todos los candidatos, casi, son excelentes, gane la quiniela y pacte una reforma política seria con este nuevo Congreso tan fragmentado, en el que también hay Senadores de lujo. Soñar no cuesta nada, pero es que la buena política no se hace solo con buenos políticos sino con políticos organizados en partidos armónicos, disciplinados y con democracia interna al mismo tiempo, estables, coherentes ideológicamente y respecto de políticas públicas. Y la pesadilla del pluripartidismo soñado no está dando para eso.
Via: ElMundo.com