Las lombrices de tierra o los “automáticos” son los que viajan como una pesadilla que se repite a diario. Los “automáticos” aman los monosílabos.
Los “primates enjaulados” son los hombres que padecen la soledad como una deformidad en el rostro. Van en la mitad de los buses con los ojos en busca de una mujer atractiva.
De tanto viajar en el Transmilenio, de ver personas que bajan y suben, de apretujarme entre los pasajeros, de lanzar codazos para que no me deje le bus, he desarrollado la sensación de que cada vehículo es como una jaula llena de animales. Para graficar mejor esta idea, realizo un viaje en el rol de observador, como quien va a un zoológico.
Llego hasta la estación Calle 57. Me detengo en los torniquetes. Vigilo que los policías o los funcionarios públicos no estén cerca para no pagar el pasaje. Y paso por la entrada de discapacitados. Abordo el bus número 8 rumbo al centro. Me siento. Observo.
Entre los pasajeros están las guacharacas o los “transgresores” que hablan como si tuvieran un megáfono incrustado en la garganta; por ejemplo, el campesino que grita cuando habla por celular como si eso sirviera para recortar la distancia, el negro con audífonos que canta creyendo que está en la ducha y las señoras que parecen gallinas que acaban de poner huevos.
Esta vez, una señora con copete de brocha de pintor le dice a su amiga que en un reciente estudio estadístico se afirma que el hombre medio tiene una tetilla y un testículo. La amiga tuerce la boca y da otro dato como si intentara cruzar un chiste con un comentario retorico. Dice que la nostalgia no es como antes y por eso se inventó una nueva palabra: plagio. Las señoras se bajan, entran más personas. Se acomodan. Veo las lombrices de tierra o los “automáticos”. Son los que viajan como una pesadilla que se repite a diario.
Los “automáticos” aman los monosílabos y son víctimas de los gallinazos o “los vendedores ambulantes” que utilizan artimañas poco ingeniosas para captar dinero. Se aprenden un discurso y lo repiten con voz de payaso retirado. Acuden a frases como: “Perdone que lo incomode señor pasajero…”. Según el sentido de la frase, si quieren que los disculpen entonces no deberían incomodar y así no tendrían que pedir perdón. Otra: “Recibir no es comprar”. Y si uno no recibe dicen que recibir muestra nuestra cultura y decencia. Atribuyen a la palabra “cultura” un compromiso mercantil que repele con la palabra “decencia”. Otra: “Quien desee colaborarme Dios le ha de pagar”. Y esto es tan improbable como que Luis Carlos Sarmiento Ángulo promueva un subsidio pensional para los viejitos marginados.
Un hombre de saco verde, barba enredada, camisa de estampado de la Virgen María dice que salió de las drogas gracias a Dios y reparte salmos en fotocopias. Dos silla más adelante recita el salmo 91: “El que habita al abrigo del Altísimo/ Morará bajo la sombra del Omnipotente./ Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío;/ mi Dios, en quien confiaré./ Él te librará del lazo del cazador/ de la peste destructora./ Con sus plumas te cubrirá, /y debajo de sus alas estarás seguro;/ escudo y adarga es su verdad./ No temerás el terror nocturno…”. Con voz de vendedor de mazamorra pide una moneda. Al ver la mano vacía el hombre escupe al suelo y grita: “¡Púdranse partida de avaros!”.
Se sube un joven panzón, gafas oscuras y ofrece maní y chocolatinas. Dice que lo disculpen, que su intención no es incomodar, que los buses de Transmilenio parecen una miscelánea de vendedores ambulantes, pero que él busca recursos para pagar sus estudios. Un anciano le compra maní.
Más adelante se sube un hombre con un par de cucharas y en su cuerpo toca el himno nacional; el himno que, en particular no me identifica como colombiano, pero en el cuerpo de ese hombre me despierta cierto patriotismo tardío.
Por último, están los “primates enjaulados”. Son los hombres que padecen la soledad como una deformidad en el rostro. Van en la mitad de los buses con los ojos en busca de una mujer atractiva. Quieren un fantasma más para su harem interior. Alimentan la fantasía sexual para escapar de la miseria de sus masturbaciones a final del día. En el bus del frente va un hombre mostachudo, calvo, escruta el interior del bus en el que voy.
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