La política y las concepciones sobre el Estado terminan siendo binarias: uno o cero; Gobierno u oposición; democracia liberal o comunismo represivo; economía de mercado o estatización; miedo o esperanza; dos visiones dominantes y opuestas de país, buscando triunfar en primera vuelta o consolidar un consenso en la segunda. Es la eterna puja, o mejor, la necesaria coexistencia entre ese consenso mayoritario que sostiene a la democracia, y el disenso libre, respetuoso y respetado, no perseguido, a que se refiere Bobbio como condición para el ejercicio democrático.
De no lograrse el consenso mayoritario en primera vuelta, solo dos candidatos pasarán a la segunda. Entonces, en el escenario más probable, el país escogerá, de una parte, entre el candidato antisistema –Petro–, con banderas populistas que buscan canalizar el inconformismo por la degradación política, la corrupción y las expectativas de los más vulnerables, apelando a un peligroso discurso de lucha de clases que gana terreno en medio de la indefinición de algunos candidatos. Lo persiguen, aunque lo niegue, su clara alineación con el Socialismo Bolivariano y la proterva dictadura de Maduro, y su desastroso historial como administrador de Bogotá, lo más parecido al reto mayor de gobernar el país.
De otra parte, Iván Duque, que es el resultado de pasar, por la fuerza de las ideas, la cohesión de partido, la energía de la juventud y EL VALOR DE LA ESPERANZA, de un disenso minoritario bajo el estigma de ser “enemigos de la paz”, a un consenso mayoritario alcanzado en las urnas del plebiscito, validado en las de la consulta interpartidista, y ratificado -así será- en las del 27 de mayo.
Duque rescata los fundamentos de la democracia liberal: la recuperación de la legalidad, la seguridad como bien fundante, la defensa de la libertad en todas sus expresiones, el emprendimiento privado que genera riqueza y la promoción de la equidad como función sustantiva del Estado. Sin ocultar su vocación de izquierda, expresada en la alianza con un segmento del Polo –el de Clara López, porque otro se fue con Petro–, aparece el Partido Liberal, después de gastarse $40 mil millones para lanzar al candidato del “mejor acuerdo posible”, aunque rechazado en las urnas y “conejeado” tras el plebiscito. Vargas Lleras luce incómodo, atrapado en sus inevitables inconsistencias, que lo llevaron a lanzarse por firmas sin renunciar a su maquinaria, como no renunció a la del partido de la U, condicionada a no sobrepasarse en sus reparos al Acuerdo. Son encomiables, sin embargo, su recio carácter y la consistencia y totalidad de su ejercicio programático, un insumo valioso, sin duda, para el próximo presidente de la República.
El espectro se completa con la alianza de los verdes y el tercer pedazo del “despedazado” Polo Democrático. Fajardo y su intolerante fórmula vicepresidencial, pretenden adueñarse de la lucha contra la corrupción, una obviedad que no hace sino sumarle ambigüedad a sus ya desdibujadas propuestas. La decisión parece obvia, pero no lo es tanto. Frente al escenario más probable entre Petro y Duque, se palpa una minoritaria tendencia a votar en primera vuelta por Vargas Lleras, por De la Calle o por Fajardo, y en segunda, ahí sí, por Iván Duque. Juegan con candela. Cada uno de estos votos indecisos reduce la brecha entre Petro y Duque, y nos coloca frente al riesgo de terminar bajo un régimen matriculado en la aventura socialista.
Aun así, no hay que votar por miedo; es mejor VOTAR POR LA ESPERANZA. Es mejor el voto persuasivo y eficaz. Si va a votar por Duque, hágalo de una vez.