El virus nos está hablando, ojalá lo escuchemos.

En una reciente rueda de prensa, Manuel Elkin Patarroyo, uno de los científicos inmunólogos más reconocidos y controversiales de Colombia, utilizó una curiosa expresión para hacer referencia a toda la información que científicos alrededor del mundo han podido recopilar, estudiar e interpretar sobre el virus; sus características, forma de transmisión, sintomatología, etc.

“El virus ya nos habló”[1], dijo Patarroyo al iniciar su intervención. Y más allá de las acertadas o desacertadas afirmaciones que hizo a continuación, la expresión de que el virus pudiera hablarnos de alguna forma me llamó la atención.

Entre más avanza la pandemia más información tenemos sobre el virus, más lo conocemos. Aunque todavía los retos por descifrarlo y combatirlo son grandes y en el corto plazo pareciera no haber una vacuna o tratamiento definitivo frente al mismo.

De los aspectos del virus de los cuales tenemos más certeza es de los síntomas que ocasiona en quienes infecta. Usando los términos del Dr. Patarroyo, si hay algo de lo que el virus nos ha hablado es de su sintomatología. Sabemos en efecto que este virus genera primordialmente fiebre y dificultades respiratorias. Fue lo primero que nos dijo desde que apareció en los primeros pacientes infectados en Wuhan y lo que nos sigue contando, cada vez en más países y a una velocidad vertiginosa. Si el COVID19 nos hablara, estaría gritando en todo el mundo que a los humanos que contagia les causa fiebre y dificultades para respirar.

A Bogotá este virus llegó en un momento paradójicamente coincidente, en el que los bogotanos ya estaban teniendo dificultades para respirar debido a la polución en el aire, ocasionada, entre otras cosas, por el aumento de material particulado PM2,5[2] proveniente de incendios que se vienen presentando en el Guaviare, una región de Colombia que se encuentra a más de 350 km de distancia de la capital del País. Sin embargo, los incendios que ocurren allí tienen la capacidad de afectar la calidad del aire que se respira en Bogotá.

Algo similar ocurrió con los incendios en el Amazonas brasilero, boliviano y paraguayo a principios del año 2020. Millones de hectáreas del llamado pulmón del mundo ardió en fuego y el humo proveniente de estos incendios opacó el cielo de varias ciudades del estado de Sao Paulo en Brasil, convirtió el día en noche[3] y afectó la calidad del aire de todos los suramericanos y, probablemente, de todo el planeta.

El planeta tierra pareciera estar sufriendo de fiebre y problemas respiratorios, con sus pulmones en llamas y con incendios que se multiplican y alcanzan dimensiones que baten récords históricos en Latinoamérica, Estados Unidos, Australia, Siberia o Indonesia, incluso en lugares que tradicionalmente no sufrían de incendios forestales masivos[4], como en Alaska.

 

Desde hace más de 50 años se identificaron los primeros impactos del calentamiento global ocasionado por la emisión de CO2 ocasionado por la industrialización de la actividad humana y ya desde inicios del siglo XX aparecieron los primeros modelos que predecían cómo la utilización de combustibles fósiles podría tener consecuencias para el clima del planeta.

Desde que los primeros estudios adelantados por Svante Arrhenius, hace más de 100 años, sugerían que las altas emisiones de CO2 causadas por la actividad industrial humana podían intensificar el efecto invernadero en la capa atmosférica terrestre.  Para la época dichas afirmaciones no eran más que teorías, seguramente no había suficientes evidencias científicas que las sustentaran y en todo caso parecería irracional introducir cambios al creciente aparato productivo global por la eventualidad de que el mismo pudiera causar cambios en el clima que terrestre.

No obstante, lo que hace más de 100 años eran teorías difícilmente comprobables, a partir de los años setentas empezaron a convertirse en preocupaciones actuales de la comunidad científica mundial. Syukuro Manabe y James Hansen[5] fueron los primeros climatólogos en diseñar modelos que predecían el aumento de la temperatura terrestre ocasionada por la emisión de CO2 derivada de la actividad humana. Las teorías de Arrhenius adquirieron una nueva vigencia y los estudios de Manabe y Hansen, al principio criticados y poco aceptados, hoy constituyen la base de la inmensa mayoría de modelos climatológicos que evidencian los cambios en el clima global durante los últimos 50 años y predicen los aumentos que se avecinan y las consecuencias para toda la vida en el planeta.

Lo que en principio eran teorías descartables y poco aceptadas, hoy constituyen el consenso de la comunidad científica en todo el mundo. No solo no se discute la existencia del calentamiento global, sino que no hay controversia científica frente a que la actividad humana sea la principal causante del aumento de casi un (1) grado centígrado en clima del planeta que se ha evidenciado desde principios desde el siglo XX a la fecha.

Las consecuencias que se predecían nefastas hoy ocupan los titulares de todos los diarios del planeta. Deshielos en los polos, aumentos en el nivel del mar, aumentos de la acidez de los océanos, récords en oleadas de calor en todo el globo y aumentos de incendios forestales que ponen en riesgo la vida de miles de especies, incluida la nuestra.

El calentamiento global y la influencia de la actividad humana hoy es incontrovertible científicamente. Solo personas y corporaciones motivadas por intereses particulares, económicos o políticos, son capaces de negar o minimizar estas advertencias que desde hace más de 100 años viene haciendo la comunidad científica.

Los riesgos del aceleramiento en el efecto invernadero para la vida como la conocemos son inmensos. El desequilibrio medioambiental al que nos enfrentamos puede conllevar, sin mayores especulaciones, a la sexta (o séptima) extinción masiva que ha conocido el planeta tierra.

Nuestros sistemas de producción y consumos globales, gracias a los desarrollos tecnológicos y a la globalización, han alcanzado crecimientos que nunca antes la humanidad ni el planeta habían conocido. La explotación y el consumo de recursos renovables y no renovables avanzan a niveles que superan la capacidad de regeneración de la naturaleza.

En los últimos 50 años la población mundial se ha duplicado y para el 2050, el planeta tendrá 10.000 millones de personas. A la par de este crecimiento, solo queda un 23 por ciento del planeta intacto y en los próximos años 1 millón de especies estarán en peligro de extinción[6]

Necesitaríamos aproximadamente dos planetas para poder satisfacer todas las necesidades que nosotros mismos nos hemos creado. Necesidades que producimos y satisfacemos a través de la explotación de recursos que produce la naturaleza y que, como bien nos ha enseñado el modelo capitalista de libre mercado, son escasos.[7] Los recursos, siempre son escasos y algunos de ellos no solo son escasos, sino que no son renovables. Una vez consumidos no pueden volver a producirse o se necesitarían miles de años para lograr su producción.

No obstante, sabiendo plenamente lo que climatólogos y científicos nos advierten sobre los riesgos inminentes para la continuidad de la vida como la conocemos, y lo que los principios económicos más básicos nos han enseñado sobre la escasez de recursos y los límites en la producción y explotación de los mismos. Nuestra ambición y codicia por consumir no conocen los mismos límites que sabemos que la producción sí tiene.

La naturaleza no puede producir ilimitadamente todos los recursos que se necesitarían para saciar la codicia humana, ese apetito voraz por tener, tener y tener.

El consenso científico mundial nos alerta, a través de muchos medios (documentales, películas, artículos científicos, prensa, etc.), que estamos al borde de una nueva extinción masiva, causada por nuestros sistemas de producción y consumos masivos que no conocen límites, y que es necesario y urgente introducir cambios radicales en dichos modelos para salvar, no el planeta, sino nuestra supervivencia como especie.

Sin embargo, mantener la economía y el mercado funcionando, evitar una parálisis del aparato productivo mundial y cualquier crisis económica se han impuesto a la ciencia, a la vida, a la supervivencia. Prevenir el riesgo económico se ha preferido hasta ahora a prevenir los riesgos para la vida humana. Como si salvar el modelo económico actual fuera la única opción posible, como si solo de dicho modelo dependiera nuestro bienestar como especie. Como si el híper consumismo global basado en la explotación de combustibles fósiles fuera una condición dada, apolítica, no histórica e inherente al ser humano. Como si no fuera el producto de la historia, de la victoria de los intereses de unos por encima de los de otros.

El COVID19 ha logrado, por primera vez en la historia desde que surgió el sistema capitalista y mercantilista a principios del siglo XIX, frenar casi por completo el aparato de producción mundial, disminuir el consumo y el comercio globales. Cuestionar la inmensa cantidad de necesidades artificialmente creadas por el sistema económico en el que vivimos y reducirlas a lo esencial, salud, vivienda y comida. Lo indispensable para asegurar eso que hasta ahora se ha desdeñado en favor de la economía: La vida.

Este virus ha puesto en jaque lo que hasta hace poco se daba por sentado, por incuestionable, por imbatible. Paradójicamente, esta pequeñísima criatura de la naturaleza está haciendo tambalear los cimientos del poder de la más poderosa, la única que no tiene un depredador natural y que se reproduce, consume y destruye más que ninguna otra. La que está llevando al borde de la extinción a tantas otras. La única que no había conocido un límite en su actividad depredadora. Hasta ahora.

La pandemia y los efectos para la salud humana y para la economía, sobre todo para los millones de vidas humanas cuyas necesidades básicas se verán inmensamente afectadas por la destrucción de riqueza y empleos que se avecina, son nefastos. Sin embargo, lo que el virus nos puede enseñar de cara a nuestra supervivencia como especie puede ser mucho más valioso que sus efectos en el corto y mediano plazo para la economía[8].

Este virus puede ser la última oportunidad que tengamos como especie de poner en cuestión y replantear las causas de nuestra posible extinción como especie. De la extinción de la vida como la conocemos.

El virus nos está hablando, nos está mostrando lo que significa ser un riesgo para otras especies, nos está mostrando lo que se siente estar indefenso y sin salida frente a los embates de otra, nos está mostrando lo que podría pasar si cambiamos, si frenamos nuestros híper producción y consumismo.

La calidad del aire ha mejorado en todo el mundo gracias a la reducción en el uso de motores de combustión, la paralización de fábricas y otras actividades contaminantes. En Bogotá, por ejemplo, luego de los primeros días de cuarentena se registró, por primera vez en semanas, que el aire era nuevamente respirable. Aunque para la fecha que se escribe este artículo los incendios en el oriente del país no han disminuido y ello sigue afectando la calidad del aire que respiramos.

En varios centros urbanos se avistan anímales salvajes que deambulan libremente conviviendo con el ser humano, (delfines, osos, pumas, zorros, venados, entre otros). Especies que normalmente se encuentran relegadas y su supervivencia amenazada en sus hábitats naturales. Y la calidad del agua mejora en costas, ríos y canales alrededor del mundo[9].

Los efectos para el equilibrio medioambiental de esta parálisis mundial parecieran, sin embargo, estar pasando desapercibidos, como simples anécdotas de los efectos colaterales de lo que realmente importa: La pandemia y sus consecuencias en los sistemas económicos y de salud pública.

El COVID19 no es altamente letal, la humanidad no se va a extinguir por este virus, pero la codicia y la avaricia humana que ponen a la economía por encima de la vida nos están llevando al borde de la extinción y lo van a hacer, a menos de que escuchemos lo que los científicos, la naturaleza y ahora un virus nos están diciendo: Somos vulnerables, no somos invencibles y si no cambiamos nuestro modo de vivir, podemos simplemente dejar de vivir.

Estamos inundados de información sobre lo inmediato, el número de infectados y la inminente recesión. Pero pareciera que lo inmediato nos nublara de lo importante, de la imagen completa. La recesión no nos deja pensar en la extinción. Los principios que nos unen como sociedad están basados en lo perene, en lo fungible, a tal punto que no en pocos países, aún ante la amenaza más grande de muerte que haya enfrentado la humanidad en las últimas décadas, ha sido más importante salvar la capacidad productiva del país que las vidas humanas que sostienen dicha capacidad productiva.

Estamos al borde de una extinción masiva, sabemos que nosotros mismos la estamos generando y sabemos que nosotros mismos podemos frenarla. Sabemos que está en nuestras manos, esa frase que tanto se ha popularizado con el Coronavirus nunca había sido tan cierta.

Y sí, está en nuestras manos, el COVID19 nos lo está diciendo, entre otras cosas, nos está diciendo que la naturaleza entera tiene fiebre y problemas para respirar y que nosotros no somos ajenos a ello, que no somos superiores al resto de la naturaleza, que también vamos a sufrir de fiebre, de problemas respiratorios y que podemos morir por ello.

El virus nos está hablando, nos está diciendo que sí se puede parar para salvar la vida y que otra forma de vivir sí es posible. Nos está mostrando que todas nuestras necesidades se pueden reducir a lo verdaderamente esencial y nos está mostrando que las consecuencias de disminuir la codicia y avaricias humanas pueden ser positivas para el equilibrio medioambiental, que no es otra cosa distinta a nuestra existencia como especie.

El COVID19 nos hizo parar y probablemente está logrando más por la supervivencia de la raza humana que cualquier otra organización o gobierno en el mundo. El COVID19 nos está hablando y puede ser el último mensaje que Dios o la naturaleza nos esté enviando, antes de que sea demasiado tarde.

El coronavirus nos está hablando, ojalá escuchemos.

[1] https://noticias.canalrcn.com/salud/coronarespuestas-manuel-elkin-patarroyo-despeja-dudas-sobre-coronavirus-354373

[2] https://www.elespectador.com/noticias/bogota/por-incidencia-de-incendios-se-mantiene-alerta-amarilla-por-contaminacion-en-bogota-articulo-910019

[3] https://elpais.com/internacional/2019/08/19/actualidad/1566248656_245830.html

[4] https://www.nytimes.com/es/2019/08/30/espanol/mundo/incendios-forestales-mundo-amazonia.html

[5] https://ethic.es/2017/01/ellos-advirtieron-del-calentamiento-global-aunque-nadie-les-escuchara/

[6] https://uniandes.edu.co/es/noticias/ciencias-biologicas/hay-que-cambiar-el-modelo-de-desarrollo-para-no-seguir-destruyendo-el-planeta?fbclid=IwAR1KKSAY6v-HiLNw1RQDud7f_O2153j3AEq5G–sDWmOnaW5-FtIKoJJcmo

[7] http://inside.repsol.com/sabes-cuantos-planetas-consumimos-al-ano/

[8] https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/el-cambio-climatico-es-mas-mortal-que-el-coronavirus-onu/48951

[9] https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/fotos-de-la-bahia-de-cartagena-con-aguas-cristalinas-por-cuarentena-478526

Jorge Mario Rodríguez

Soy abogado, especialista en Legislación Financiera y Magíster en Derecho Privado de la
Universidad de los Andes. Curse también un MBA Internacional en la Escuela de Comercio de la Universidad Católica de Lille en París, Francia. He trabajado como investigador académico, como abogado en agencias gubernamentales, firmas de abogados y empresas privadas vinculadas al sector financiero y de servicios legales, en Colombia y Francia.