“La antítesis pecado-delito parece ser el máximo problema en el proceder católico”
¿Cuál es la diferencia entre «pecado» y «delito»? Básicamente estos dos conceptos debaten el cambio crucial de mentalidad clerical, en la cual, un Papa insólito llamado Francisco, emite a través de trompetas chirriantes la «Nueva Gran Reforma de la Iglesia».
El Papa «rojo»(apodado por simpatizantes derechistas) ha sido colocado como el negativo punto de partida hacia el final de la Iglesia. Claro está, que dentro de las sagradas puertas y paredes de la Basílica de San Pedro, todo un corrompido orden de corrupción y lascivia arremete contra la credibilidad y responsabilidad divina.
El escándalo homosexual o el llamado «lobby gay» que se arrastra en toda Italia, ha hecho de esta circunstancia una de las mayores guerras contra la Iglesia, se ha abierto para el resto, la chatarra clandestina que coloca a esta institución como algo que ya nos deja totalmente desairados.
Fréderic Martel, autor de «Sodoma: Poder y escándalo en el Vaticano», efervescente éxito editorial, ha caracterizado a la comunidad del Vaticano de la siguiente manera: «A medida que fui avanzando con la investigación, descubrí que el Vaticano es una organización gay al más alto nivel, una estructura formada en gran medida por personas homosexuales que durante el día reprimen su sexualidad y la de los otros, pero que en la noche, en muchos casos, toman un taxi y se van a un bar gay».
En ello, afirma bases con testimonios de primera mano y hasta un flecha satisfactoria que imposibilita arrastrar a Francisco a tales corrupciones, quedándonos así el desabrido sentir de la lengua pensante: ¿Lo hará por veracidad, o por miedo al poder máximo?
Llegamos a la pregunta central:
¿Necesita la Iglesia Católica una reforma ideológica desde sus bases?
Es un asunto complejo, en primer término nos enfrentamos al mundo cambiante, las modas, las idolatrías genéricas, nacientes, y el ansia de la diversidad que se ha enmarcado como la visa libre al futuro de la humanidad, éstos aspectos, politizados en la nueva y falsa carrera democrática coronada como «renovada izquierda» tienen ya el timón de la humanidad al penetrar, cual Caballo de Troya, en la interna y profunda cultura de los más jóvenes. En segundo lugar, los constantes escándalos que vienen ya desde sus dos antecesores papales. Y en tercer término, la clara inclinación política que ha sentado cara a cara, y no con malas ganas, al Santo Pontífice con dictadores, totalitaristas y polémicas figuras actuales. La reforma vaticana nos conduce a un punto en el cual prima el pensamiento: «Cambiar para sobrevivir» No es suficiente una Meloni en el poder itálico, cuando la gran empresa católica cada día pierde el apoyo filosófico necesario para sustentarse. El problema de los derechos religiosos inducen la pérdida real, incluso en los países del primer mundo se arrestan cristianos por rezar en plena calle, y en el infortunio africano son asesinados fríamente a manos de grupos terroristas que se financian con armas de las mayores potencias.
Toda reforma es un intento, una voluntad de último minuto ante un peligro palpable y sucedido. Por ello, los próximos diez años serán cruciales. Francisco ya no sólo se ha aventurado en la más difícil tarea, sino que ha empeñado su propio cuello en pos de un propósito político. Sería, antes mis ojos, el nuevo Papa político. Sabemos de los últimos acontecimientos mundiales, conocemos la fina cuerda que cuelga y nos trae en penurias, la geopolítica, la balanza que ya no sabe de qué lado permanecer: Nos encontramos ante una Iglesia para nada neutra, y a su vez, un poco desorientada.
Hace unos pocos días Francisco emitiría la última gran opinión crucial que rebaja la estricta legislación cristiana hasta las puertas de una gestante revolución:
«Todos somos hijos de Dios, y Dios nos ama como somos y por la fuerza que cada uno tiene para luchar por su dignidad. Ser homosexual no es un delito. No es un delito. ‘Sí, pero es un pecado’. Bueno, sí, pero hagamos primero la distinción entre pecado y delito. Pero también es pecado la falta de caridad de unos con otros, así que ¿qué pasa con eso?»
La antítesis pecado-delito parece ser el máximo problema en el proceder católico. En el año 2011, en celebración y dedicación de la Pascua (raíz de la fe cristiana) el anterior Papa Benedicto XVI, quién posteriormente renunciaría, afirmaba: «En nosotros debe morir el deseo insaciable de los bienes materiales y el egoísmo, la raíz de todo pecado« ¿Entonces? Existe para la nueva Iglesia, una selección de pecados, un escalafón, y dicha «selección» sería la medicina que mantendría la antigua religión al menos un siglo más. Es la tendencia, pero debemos recordar que al torcer la mano aparecerán grandes oposiciones que a priori no serán las menos nefastas.
Es descriptible el sistema de leyes morales que naturalmente ha legislado el Vaticano profundo. Los pecados se van condensando, endulzando y normalizando, existe, para la profesión asceta, todo un nuevo mundo por delante, ellos, los gays que matriculaban en seminarios en los años anteriores, temerosos e ineptos, ya han encontrado su aceptación, muchos (y no exagero) han salido del clóset, liberado de la claustrofobia moral que los aturdía y en cuantiosos casos los corrompía, alimentando así el horrible monstruo de la pederastia.
¿Quién nos asegura que la draconiana cadena de leyes ocultas del catolicismo, no cobra más víctimas?
Francisco lo sabe, conoce perfectamente su posición: La Iglesia está en medio de una reforma que se sucede a través de la depuración, que a su vez se efectúa como renuncias y salidas del clóset. El escándalo está hiriendo a la Iglesia, y ella misma está dispuesta a dejar viejos pellejos y resucitar, cual anfisbena brotar de la sangre, resurgir desde las cloacas de la moral y justicia humana.
Genial