Es cierto que el presidente venezolano hizo de la institucionalidad un circo. Modificó la Constitución y anuló cualquier escenario de mínima democracia. Su posesión institucional fue un sainete respaldado a medias aguas por otros regímenes a quienes poco o nada le importan los límites constitucionales. Es cierto que nos duele Venezuela porque la crisis humanitaria que padecen sus habitantes y migrantes es un acto despiadado y pusilánime de un gobierno que destila el horror de la indolencia. Es cierto que el socialismo bolivariano terminó siendo un esperpento de corrupción y de diatribas en las que pueblo, soberanía y Chávez dicen cada vez menos de lo que debería entenderse como igualdad y libertad. Es cierto que el régimen nunca aseguró la legitimidad y validez de su triunfo electoral al hacer públicas las actas que refrendaran su victoria. Secuestraron la democracia, la legitimidad y la institucionalidad. Venezuela cooptada por sátrapas disfrazados de revolucionarios.
Ahora bien, Venezuela no es el único lugar en el que se saltan las reglas de juego. Colombi no ha sido ejemplo ni de decencia, ni de pulcritud institucional; a Rojas Pinilla le robaron las elecciones; la seguridad se instaló sobre un río de sangre de inocentes disfrazados de combatientes; la firma de la paz se saltó los principios del Derecho Internacional Humanitario. Israel arremete sin clemencia contra los palestinos. Rusia invade a Ucrania. Corea del Norte tiene una dictadura a puerta cerrada. Irán no renuncia a su carrera militar nuclear. Ortega-Murillo diseñaron en Nicaragua un régimen marital de derecho. Bukele cooptó la Constitución salvadoreña para perpetuar un régimen de estado de excepción y alterar la relección presidencial proscrita. Noboa asalta embajadas y ningunea a su vicepresidenta. Miley desguaza al Estado con una motosierra que le da espalda a la salud, a la educación y a la ciencia. Trump se posesionó creyendo que Canadá, Groenlandia y Panamá serán sus próximas provincias. Las mujeres afganas no tienen derecho de ir a la escuela. En Haití se anuló la posibilidad de convocar a elecciones. En Corea del Sur se impuso intempestivamente una ley marcial. Sudán, Benín y el Congo atraviesan la más frágil institucionalidad política. En el Estado vaticano encubren pedófilos. Todo esto es para decir algo muy simple: un mundo patas arriba. Un poder político en manos de desquiciados indolentes. Una guerra hecha paisaje en el extremo europeo. Un kamikaze en la Casa Blanca y una hambruna sistemática en África.
Pero al mundo, a la prensa internacional y a la comisión europea de derechos humanos le preocupa Venezuela. Y le duele tanto la democracia como la institucionalidad afectada por Maduro. Esto, en sí mismo, es una paradoja propia de la forma en que se hace política a nivel global. Yo quisiera que fuera cierto el dolor ajeno que produce la falta de democracia y el irrespeto por la voluntad popular asaltada en las urnas. Pero me temo, que la única razón por la que interesa Venezuela, es la despensa petrolera ajena a la península arábiga. Pues de no ser así, Venezuela, como el resto del mundo, seguiría siendo aquella tierra de nadie en la que los gobernantes hacen cuanto les da la gana y a nadie pareciera resultarle relevante.
Comentar