El sector del alma, corazón y vida

«En el sector floricultor las mujeres son las que lideran con su experiencia, muchas son madres cabeza de familia, guerreras, que, por muchos años han estado en el sector y por consiguiente han construido un techo, llenan una mesa y visten a un hijo”.


San Valentín es una fecha especial para todos los enamorados del mundo; para todos los amigos; para todos los corazones y, en especial, para todos los floricultores colombianos, por ello, permítame querido lector, elogiarlos.

Cada año, Colombia espera exportar más de 600 millones de flores a muchos países del mundo, de los cuales, Antioquia, aporta 175 millones de tallos. Cada tallo representa el sudor, esfuerzo y compromiso de los floricultores que cada día le entregan a cada cultivo colombiano, para cosechar las mejores flores del mundo.

Este esfuerzo, dedicación, esmero, comienza cada mañana en las manos, mirada, postura. Comienza, pues, antes del alba en el Oriente Antioqueño, lugar donde les escribo, allí existen varios cultivos de flores; allí cada floricultor llega desde diferentes municipios, tales como, la Ceja, el Carmen de Viboral, Marinilla, Rionegro, entre otros, donde muchos de ellos llegan en motos, otros pedaleando y otros caminando. Una vez ingresan a los cultivos, se dirigen a los diferentes invernaderos de estilos góticos, asimétricos, entre otros, que se visten de plástico transparente para que el sol atraviese y caliente el ambiente, todo en beneficio de las flores.

Para que una flor genere ese sentimiento de armonía con la vida, esa sonrisa mágica de una mujer enamorada; esa solemnidad y paz en un funeral, ese simbolismo espiritual en una catedral, se necesitan de varios procesos; procesos que, por supuesto llevan a cabo diferentes mujeres y hombres en diferentes áreas de producción: propagación, preparación de camas, siembra, labores culturales, corte, postcosecha y empaque. Aquí resalto el compromiso de muchos floricultores que por esta época de pico se quedan hasta muy tarde en campo y en las diferentes postcosechas recibiendo y empacando hasta la última flor para ser transportada al aeropuerto.

Sigo, pues, en los invernaderos, donde por estos días el trabajo constante es primordial para sacar el pico de San Valentín adelante. Las camas de crisantemos tienen todos los colores, blanco, rojo, morado, amarillo; y formas, texturas y, además, la mayoría de los que están cortando son mujeres.

En el sector floricultor las mujeres son las que lideran con su experiencia, muchas son madres cabeza de familia, guerreras, que, por muchos años han estado en el sector y por consiguiente han construido un techo, llenan una mesa y visten a un hijo; esas experiencias, especialmente las de ser madres, son las que las llevan a tener el arte de ser cuidadosas, delicadas y pacientes para realizar un buen corte. También, están los que ya se jubilan, en su mayoría son hombres, los de la vieja escuela, los que ningún director de producción quisiera que se jubile, tal parece, porque a diferencia de alguien joven, es el que mayor rendimiento tiene, es el que no falta, es el que está en el cultivo desde antes del alba.

En los invernaderos no falta la música, no falta esa radio parlante, siempre es necesario cohesionar las flores con los boleros, rancheras, vallenatos. Sería una pena prohibirle a un floricultor la melodía, el ritmo, la esencia, el arte de las musas.

Hace algunos meses, dos grandes floricultores se jubilaron después de trabajar por casi cuarenta años, Darío Alonso Gil y Leonardo de Jesús Monsalve, ambos del proceso de diversificados; conversé con ellos en muchas ocasiones, en muchas mañanas, y ambos curiosamente coinciden en la conclusión:  han ofrecido alma, corazón y vida.

Kevin Abad Ríos Miranda

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