“Querámoslo o no, seamos conscientes o no de ello, la Filosofía forma parte de nuestra vida”
Imaginemos que una investigadora llamada María ha vivido durante toda su vida encerrada en un cuarto accediendo al mundo únicamente a través de una pantalla en blanco y negro. Supongamos que todas las experiencias visuales que María ha tenido en ese cuarto a lo largo de su vida han sido en blanco y negro. A pesar de esto, María ha conseguido especializarse en neurofisiología de la visión hasta el punto de que, podemos decir, posee toda la información física existente al respecto del proceso de la visión. Así, aun cuando María nunca ha visto nada azul, esta podría explicarnos exhaustivamente el proceso por el que experimentos tal color. Imaginemos ahora que, un buen día, nuestra científica consigue salir de su cuarto encontrándose finalmente con el cielo azul. La pregunta es: ¿ha aprendido María algo acerca de la visión del azul cuando ha visto el cielo? El lector que sirviéndose de su intuición responda afirmativamente a esta cuestión, tendrá que enfrentarse a una incómoda consecuencia: no todo lo que se puede saber sobre un fenómeno reside en la información física que se dispone de él puesto que, recordemos, María disponía de toda esa información.
Experimentos mentales como el anterior (denominado el “Cuarto de María” y formulado por el filósofo Frank Jackson para criticar al fisicalismo) procuran hacernos reflexionar, tanto en filosofía como en ciencias como la física, acerca de un argumento o fenómeno de la realidad. Nos impelen a adoptar una determinada posición y -ahí viene lo difícil- a justificarla racionalmente.
En sus diferentes versiones dentro del sistema educativo español en formato de materia de Educación Secundaria y Bachillerato (“Valores éticos”, “Filosofía”, “Historia de la Filosofía”…), la Filosofía no tiene otro fin. Se trata, a través de ella, de ofrecer al estudiante la capacidad de formarse un punto de vista propio acerca de diversas materias. Desde cuestiones vinculadas a la identidad personal -aun cuando hayan variado nuestros deseos, creencias, miedos… ¿somos la misma persona a través del tiempo?- hasta la epistemología -¿cuáles son los límites del conocimiento?-, pasando por la estética -¿qué es la belleza?-, la filosofía del lenguaje -¿es posible pensar sin lenguaje?- y un dilatado etcétera. Un punto de vista, este, pertrechado con argumentos válidos y sólidamente conformados.
Más allá del, en cierta medida, mantra acerca de la formación crítica que propicia la enseñanza de la Filosofía (¿acaso la Historia o la Biología, por ejemplo, no ayudan a los estudiantes a conformar un pensamiento crítico?), es de vital importancia recordar, en tiempos dominados por el cientificismo, el necesario cimiento filosófico del que cualquier disciplina científica parte.
En una línea semejante a la del experimento mental descrito previamente, el filósofo Ortega y Gasset afirmó en su obra ¿Qué es la filosofía? que la verdad del científico “posee la admirable cualidad de ser exacta, pero es incompleta y penúltima. No se basta a sí misma”. En otras palabras, cualquier disciplina científica parte de una serie de supuestos necesariamente asumidos sin ningún tipo de problematización; puesto que, de otro modo, no serían disciplinas científicas, sino filosóficas. De hecho, al igual que sucede en la ciencia, todas las personas cobijamos una miríada de supuestos –de base filosófica- asumidos sin una reflexión previa en nuestro día a día.
La Filosofía no se contrapone a la ciencia, sino que la complementa. De la misma manera, aquella no consiste en un conjunto de extravagantes elucubraciones situadas en las antípodas de la vida práctica de los mortales. Querámoslo o no, seamos conscientes o no de ello, la Filosofía forma parte de nuestra vida. En la medida en que la propia aseveración de su “inutilidad” presupone un sinfín de asunciones filosóficas, no podemos evadirnos de esta especie de telaraña que es la Filosofía guareciéndonos en ninguna caverna.
Aprobada en el año 2013 en las Cortes Generales de España, la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) sí procuró, ingenuamente, alejar a futuras generaciones de adolescentes de la Filosofía tornándola en una asignatura cuasi-anecdótica. Hasta tal punto será esto así que ciertas generaciones ya han terminado la Educación Secundaria sin ningún contacto directo con esta disciplina -caso de aquellos que no han realizado el Bachillerato- o, si acaso, con uno mínimo -la Filosofía de 1º de Bachillerato es la única materia obligatoria-. El 17 de octubre de 2018 se ha acordado por unanimidad en el Congreso que esta disciplina recobre el peso perdido con la LOMCE. Este es un importante paso que anticipa el retorno de la Filosofía como materia que recupere su ineludible papel en la educación. Un paso no sólo necesario para el sistema educativo español, sino para todos aquellos, inclusive el colombiano, que aspiren realmente a forjar una verdadera formación intelectual y moral de las personas.