A días de saber el resultado del plebiscito de salida por la nueva constitución en Chile, han aparecido distintos análisis sobre las causas del triunfo aplastante de la opción rechazo por sobre la del apruebo, las cuales si bien son múltiples, hay un tema que desde el principio generó un profundo rechazo en la sociedad chilena, como lo fue la idea de plurinacionalidad.
Ante esto, varias personas que estuvieron por el apruebo han planteado que el problema justamente ha sido la incorporación de la plurinacionalidad en el nuevo texto constitucional, como si Chile no debió incorporar un concepto de esa índole, considerando que el rechazo incluso ganó ampliamente en las zonas con presencia indígena.
No obstante, el problema no debiera ser la plurinacionalidad como tal, muy por el contrario, debiera ser el racismo histórico no solo del Estado de Chile, sino de la sociedad chilena, que pareciera querer rechazarse a sí misma al negar la diversidad existente, ya que los pueblos originarios han estado por siglos en el país y seguirán estando, más allá de que tengan o no reconocimiento constitucional.
En consecuencia, el problema de fondo es que la identidad chilena se construyó históricamente desde la idea de un mestizaje neutro, como si fuéramos un mero resultado de la mezcla entre indígenas y europeos, dejando afuera además cualquier tipo de rasgo africano.
En otras palabras, se construyó una idea de chilenidad homogénea con el paso del tiempo, en donde lo indígena se vio como algo que dejó de existir y que fue superado por esta nueva identidad, la cual ha generado, como bien ha a dicho la socióloga Macarena Bonhomme, una superioridad criolla frente a lo demás países de la región, desde una blanquitud cultural e institucional (1).
No es casualidad por tanto, no sólo la negación de lo indígena como sujetos políticos, por ser seres del pasado, sino también el desprecio e inferiorización hacia migrantes latinoamericanos, vistos con más rasgos indígenas (peruanos, bolivianos y ecuatorianos) y afrodescendientes (colombianos, dominicanos, haitianos), sino también hacia otros países de la región (Argentina, Venezuela), vistos por tener instituciones subdesarrolladas y corruptas.
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De ahí que el Estado de Chile actual, sea heredero del Estado creado por Diego Portales bajo la constitución centralista de 1833, ya que sigue suponiendo que estamos por sobre el resto de los países de la región, lo que ha derivado en que siempre nos hemos creído más cercanos a Europa y Estados Unidos, al difundir ideas racistas y xenófobas como que somos los ingleses de la región, las jaguares de Latinoamérica o que estamos en un mal barrio.
Es decir, el rechazo a la plurinacionalidad no solo es negarse a aceptar que existen distintas naciones en el país, sino también un rechazo hacia los países vecinos, como Bolivia y Ecuador, que impulsaron también ese concepto en sus nuevas constituciones, por lo que sería una palabra tercermundista y por ende no sería apropiada para Chile.
Bajo este escenario, a las elites más nacionalistas y neoliberales, que controlan los grandes poderes económicos, los grandes medios de información y que han hecho muy buen uso de las nuevas formas de comunicación digital, les fue bastante sencillo instalar una dicotomía entre chilenidad y plurinacionalidad, en donde la plurinacionalidad no era más que una idea indigenista, particularista, separatista y que solo traería división y destrucción de lo que conocemos como Chile.
Además, se instaló fuertemente que la plurinacionalidad era una idea meramente identitaria de unos pocos y anti-chilena, ya que supuestamente le entregaba privilegios a los pueblos originarios, en desmedro de los chilenos, que serían de segunda clase, lo que sería perfecto para alimentar el malestar y la rabia contra aquellos que nos querían quitar ahora el país y nuestros derechos.
Pero también hay que mencionar la arrogancia y vanidad de muchos constituyentes, indígenas y no indígenas, extremadamente confiados del éxito del proceso en curso, encapsulados y desconectados completamente de la sociedad chilena existente, que creyeron que solamente instalando y aprobando la plurinacionalidad y los distintos derechos indígenas en el pleno de la Convención Constitucional, les bastaría para borrar un racismo de la sociedad chilena que lleva siglos.
No hay que olvidar las múltiples torpezas que realizaron, como cuando no se dejó escuchar el himno nacional en la instalación de la Convención, cuando se dijo que se podría cambiar la letra del himno nacional, cuando se señaló la posibilidad de pedir visa para territorios indígenas, cuando no se invitó a los expresidentes de Chile en la ceremonia de cierre, evidenciando así una falta de criterio completo y de una irresponsabilidad gigantesca frente al país, que nos costó muy caro y dejó a la plurinacionalidad como una palabra maldita.
En definitiva, el rechazo a la nueva constitución y a la plurinacionalidad, nos cierra la posibilidad de reencontrarnos y reconciliarnos en paz como país, lo que seguramente tendrá consecuencias negativas para el conflicto del Estado de Chile con el Pueblo Mapuche, ya que saldrán fortalecidos los sectores extremos que no quieren dialogar ni ver al otro como un igual, sino como un enemigo, por lo que el racismo, la discriminación, la violencia, los atentados, la represión, la desconfianza y el miedo serán los grandes vencedores de todo este fallido proceso constituyente institucional.
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