“Pero y qué pasará cuando el Gobierno le falle al pueblo por primera vez; o, más bien, qué sucederá cuando las personas que estaban esperanzadas por la llegada de un presidente de izquierda se den cuenta de que ya les han fallado más de diez veces.”
Con la esperanza y la pasión, pero también con la incertidumbre y el temor, cincuenta millones de personas reciben al primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia. Nadie lo imaginó, ni siquiera los propios simpatizantes del Presidente recién posesionado; no obstante, lo imposible llegó, y llegó en un momento crítico a nivel nacional, en donde la extrema pobreza, la extrema violencia, la extrema polarización, y, cómo no, la extrema corrupción no dan tregua en una nación cuya historia se ha mantenido en un nudo constante.
Es arrogante afirmar que el nuevo Gobierno de Colombia solo tiene malas intenciones y no tiene como objetivo llevar a cabo un cambio positivo. Que la mayoría de la población colombiana, tan violentada y discriminada, se sienta por primera vez representada en el cargo más importante del Estado –ese cargo que ha gobernado para unos pocos– es uno de los triunfos más significativos de la democracia colombiana. Aun así, idealizar este hecho histórico, pretendiendo que ya se tiene una entrada asegurada al paraíso, es cometer el peor de los errores.
Lo importante en los cuatro años que vienen no es que se quiera hacer un cambio, sino cómo se va a manejar el cambio. Y es que los medios, más que el fin, son las piezas más relevantes a la hora de emprender un proyecto determinado.
El Presidente tiene un sinfín de asuntos que lidiar, los cuales deben tratarse con la mayor cautela y sinceridad posible. Uno de los medios más pertinentes para que sea efectivo el cambio, o por lo menos para que sea armonioso, es que el Gobierno le transmita y le reitere al pueblo, sobre todo a los más vulnerables, lo complicado que será cumplir cada una de las tareas propuestas en la campaña. De lo contrario, las más temidas y siniestras tempestades arribarán sin compasión alguna.
No es un secreto que una de las características principales de Colombia sea la violencia; es más, la violencia se ha convertido en cultura, por lo cual gran parte de la población posee un animal salvaje que está dispuesto a atacar, de la forma que sea, a quien se meta con sus intereses. La euforia, el temor y la extrema esperanza que tienen los colombianos, en tal caso, representan una alta amenaza a vivir una guerra nunca antes vista en el país de las guerras nunca antes vistas.
Lo anterior lo afirmo porque es normal y humano fallar. El Gobierno, al recibir un país hecho añicos, tiene altas posibilidades de no lograr ciertos puntos esenciales de la agenda progresista propuesta. Y, reitero, es normal. Sin embargo, el equipo presidencial se ha vendido como un gabinete que no tendrá margen de error, que hará realidad sin ninguna excepción el cambio…
Pero y qué pasará cuando el Gobierno le falle al pueblo por primera vez; o, más bien, qué sucederá cuando las personas que estaban esperanzadas por la llegada de un presidente de izquierda se den cuenta de que ya les han fallado más de diez veces. Es en ese momento cuando la euforia y la dicha se convertirán en odio y resentimiento, ya que la gente se sentirá traicionada y engañada por el que supuestamente era su amigo.
No lo digo yo, ya la Primera Línea, un grupo de jóvenes manifestantes, lo advirtió: “Si el Presidente la embarra, vamos a estar criticando, vamos a estar protestando”.
A lo que quiero llegar es a que, a pesar de que la polarización política de Colombia este en su nivel más alto –hecho comprobado en las reñidas elecciones presidenciales celebradas hace tan solo unos meses–, personas de izquierda y de derecha estarán de acuerdo en juzgar y crucificar “las embarradas del Presidente”. Como debe ser, pero ya se sabe que en Colombia cualquier asunto se lleva al extremo y, por lo tanto, al caos. Además, al país no le hacen falta los actores para causar una nueva violencia extrema: por el lado de la derecha se encuentra una nueva disidencia de la corriente uribista, ruda y extremista, liderada por una mujer que no le tiembla la mano si tiene que combatir; mientras que por el lado de la izquierda se ha originado un grupo militar civil que no le teme a revelarse.
Ya sería lo último que nuevos grupos violentos surjan en los próximos años, pues es ahí cuando el Presidente decide utilizar fórmulas autoritarias para proteger su poder. Un clásico colombiano.
Ahora, es cierto que cada gabinete presidencial entrante sufre el mismo riesgo de ser vencido por la violencia; sin embargo, el Gobierno recién electo, mediante hermosos discursos, ha mantenido al pueblo entusiasmado hasta más no poder, lo que conlleva que cuando haya un error haya más decepción. La realidad es que si se sigue ilusionando a la sociedad, tan desesperada por querer vivir dignamente, será más fácil que esta se sienta decepcionada y dispuesta a luchar cuando el régimen no cumpla sus intereses de inmediato.
Probablemente me llamarán loco por exponer una teoría tan absurda como la que he desarrollado en este texto; pero yo me pregunto, ¿acaso lo absurdo no es lo cotidiano en Colombia?
Por lo pronto, es oportuno evitar obsesionarse con los posibles futuros negativos. Eso sí, no se deben ignorar. Es indispensable confiar en la capacidad y la experiencia de los distintos ministros designados; asimismo, debe celebrarse que las comunidades maltratadas históricamente se sientan representadas y esperanzadas. Con el trabajo de todos se construirá un mejor país. Pero es primordial recordar que los errores son normales e inevitables. De no ser así, hay que prepararse para ser testigos del boom de la violencia en Colombia. El Presidente y su equipo, entonces, deben comprender que el pueblo colombiano no puede sentirse desilusionado y traicionado.
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