Hace poco tuve una conversación con un amigo italiano que desde hace unos años se encuentra radicado en Medellín. Dialogamos en su restaurante de comida italiana. Un pequeño pero acogedor lugar en el que se puede comer platos con las recetas autóctonas de ese país del sur de Europa. El lugar es tan bueno que no es inusual encontrar fila para poder ingresar.
Como era de esperarse, hablamos de gastronomía. En su opinión, quizás no tan humilde, pocos restaurantes en Medellín autoproclamados italianos poseen platos que conservan la originalidad y el sabor tradicionales que los hace dignos de ser visitados). Pero también hablamos de deportes y de política.
Me decía que observa con preocupación lo que viene ocurriendo en Colombia. Que es un guion que ya él ha presenciado en su país de origen y que tiene la sensación de estar viviendo nuevamente, ahora en tierra latinoamericana. Un gobierno popular que dice defender los intereses del pueblo (de la plebe, en términos de los antiguos romanos) pero que termina por no resolver los problemas de injusticia social y de desigualdades materiales, pero que además destruye la clase media, la iniciativa privada y el empresariado, con una inflación incontrolable y crisis de corrupción e ineficiencia en todos los niveles del Estado.
Pero de esa conversación una idea me llamó profundamente la atención. Me decía que su experiencia en Italia y Europa le permitía afirmar que la izquierda y la derecha no son muy diferentes sino una expresión similar, con diferente nombre, del mismo fenómeno. Buscar el favorecimiento de sus intereses de partido, el de sus miembros y el de las personas que los habían apoyado y financiado. Y que en consecuencia ambos bandos terminaban defraudando las expectativas que la sociedad les había depositado al elegirlos como opción de gobierno. Hasta ahí, una idea sensata pero no muy novedosa. Pero terminaba diciendo que lo realmente peligroso para un gobierno, más allá de su ideología (por las razones lógicas expresadas) era la tozudez de sus gobernantes, que los llevaba a actuar atendiendo no más que a sus prejuicios y caprichos.
Creo no poder estar más de acuerdo con esa posición. Lo que nuestro amigo italiano llama tozudez, que también podría ser reemplazada por terquedad, un defecto muy humano que observamos todos los días en nuestros profesores, jefes, padres, amigos y en nosotros mismos, es lo que en contextos políticos y sociales denominamos sectarismo. Fundamentalmente se trata de considerar de manera errada (porque siempre es errada) que la visión que uno tiene de una cosa, o de las cosas, es la única verdadera y posible. Por lo tanto, cualquier otra visión o postura al respecto es equivocada y debe desecharse.
Comparto con gran convencimiento la tesis de nuestro amigo. El peor vicio que puede padecer un régimen político en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento histórico es el sectarismo. Si un gobierno considera que su visión del sistema educativo, o pensional, o de salud o de cualquiera de la realidad social es la única verdadera y posible no admitirá ninguna forma de disenso ni critica. Lo que lo conducirá, primero, a tomar malas decisiones, siendo esto quizás la consecuencia menos grave. Se convertirá en un régimen de terror, de corte autoritario, en el que no se respetarán garantías y libertadas individuales y se dará con casi completa seguridad (porque así nos lo ha demostrado la historia) un estallido de violencia que podrá perdurar en el tiempo cíclica e indefinidamente. Colombia es el vivo ejemplo.
Es que la realidad humana es tan compleja que no tolera una sola visión del mundo y de las cosas.
Siguiendo esa lógica y trasladándola al ámbito político nacional, la crisis de confianza y gobernabilidad que hoy sufre el gobierno de Gustavo Petro no se debe tanto a su ideología de izquierda ni a su ánimo reformista, sino al sectarismo con que viene actuando, principalmente en los últimos meses.
Al fin y al cabo, ese programa de cambio fue el que votó más de once millones de colombianos. Y si hay algo claro es que este país tiene muchas deficiencias en todos los niveles e instancias, lo que hace necesario la implementación de cambios (la controversia gira en torno es en dónde deben producirse esos cambios y a qué intensidad). El problema real radica en la forma en que viene comportándose el gobierno para lograr efectuar sus reformas, especialmente su jefe y algunos de sus ministros: con aires autoritarios, sin un solo resquicio para admitir el disenso y la crítica. La prueba de ello es que en los últimos meses han salido algunos de los ministros más técnicos y preparados por haber expresado sus objeciones y reservas a algunas iniciativas y propuestas del gobierno.
Debo expresar que percibí con optimismo los primeros meses del gobierno actual en el que se conformó un gabinete diverso y técnico y se apreciaba un Petro con tendencia a la concertación y con apertura para escuchar y comprender ideas que provenían de sectores diferentes al suyo. Pero he observado con preocupación lo ocurrido en los últimos meses en los que se advierte un gobierno cada vez más intransigente en sus posturas, con un gabinete menos técnico y más adoctrinado y un jefe de Estado que parece dejarse seducir nuevamente por antiguos fantasmas del pasado de contornos autoritarios que lo han perseguido siempre.
Gustavo Petro tiene la oportunidad histórica de demostrar que un proyecto político alternativo y de izquierda es aplicable en Colombia con éxito. Pero si continúa actuando con sectarismo, o con “tozudez” como diría nuestro amigo italiano, puede fracasar estrepitosamente. La historia le ha otorgado una gran responsabilidad: la posibilidad de abrir o cerrar puertas futuras. Aún queda camino por recorrer y tiempo para enderezar, pero hasta ahora los síntomas no son buenos.
Todas las columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/joseroman-arredondo/
Comentar