El presidente Iván Duque Márquez posee las competencias, la formación humanística y un gran estilo para desempeñarse en el cargo con novedad y suficiencia. Su estilo de liderazgo, desde la campaña, se me antoja parecido al liderazgo de la escuela de los jesuitas, los hijos de Loyola, que es el que a mí me gusta por su contenido, práctica y resultados.
En las contadas semanas que lleva al frente de la presidencia ha reivindicado el nombre de Colombia en el concierto internacional, asumiendo el protagonismo que habíamos perdido en la región latinoamericana, en desuso por el mal desempeño del anterior presidente y de su Canciller, erráticos a más no poder en diversos temas de externos.
La carrera política del doctor Duque viene marcada por su proximidad al expresidente Álvaro Uribe Vélez, quién dio pábulo e impulso definitivo a sus aspiraciones presidenciales. Pero está claro que Duque no es la reencarnación de Uribe sino su discípulo en su personal estilo, estilo que lo lleva a ir despacito, muy despacito en la conformación del gobierno todavía exornado por el álbum de las figuras políticas y administrativas del régimen depuesto en las urnas.
Incluso hay por ahí personas que están al borde de chiflarse a la espera de unos nombramientos que no llegan, ni en jet ni en burro, llegándose al caso de un aspirante que está tan entrado en años, que es posible que no alcance a presentar cartas credenciales, llegándole a caber entonces el título precario de embajador a título de tentativa.
Hasta el presente, el presidente resulta convincente en su discurso, en la manera de relacionarse con los ciudadanos y las comunidades y hacia afuera de las fronteras patrias, no así la mayoría de sus ministros que se ven como perplejos y todavía en estado germinal, salvo trabajo, transporte y relaciones exteriores. Por tanto, el presidente va muy bien, lo mismo la señora vicepresidente y los ministros de regular a menos y, ni culparlos, porque no tendrán completos sus equipos de trabajo, superintendentes, gerentes, directores y viceministros hasta comenzar el 2019.
Hay que apostarle al buen suceso de la administración Duque, porque es lo que le conviene a la Nación siendo tantas las dolamas y desafueros que ha heredado, en especial en materia fiscal y ese monumental desorden del postconflicto y la carencia de Justicia que no ha llevado a algunos a ser abogados sin ejercicio.
Tiro al blanco: celebro vivamente que al ilustre jurisperito, doctor Manco, ya el gobierno nacional le haya tendido una mano. De lo contrario el gobierno habría entrado en estado de desestabilización.