“Creo que sería mejor preguntarnos por qué nunca nadie entiende lo que el señor Arauz quiere decir. Si cada vez que Arauz hace una declaración debe salir una horda de correístas a explicar lo que quiso decir, probablemente el problema no está en quienes reciben un mensaje mal formulado, sino en quién lo emite”.
Uno de los grandes desafíos, sino el más grande, que enfrenta un movimiento populista es el de la sucesión. Cuando la política se modela a partir de un gran personaje, la ausencia de éste en el ejercicio directo del poder puede suscitar crisis dentro del movimiento.
En 2017, tras diez años de mandato, Rafael Correa hubo de enfrentar este desafío, y aunque su confianza estaba depositada en su último vicepresidente, Jorge Glas, su impopularidad ponía en riesgo la permanencia del correísmo en el poder, por lo que el buró político de Alianza País tuvo que optar por un entonces todavía popular Lenin Moreno.
Primer vicepresidente de Correa, Moreno representaba los años dorados de la revolución ciudadana, y su labor al frente de la “Misión Solidaria Manuela Espejo” (cuyo objetivo era el monitoreo y la entrega de ayudas técnicas y vivienda a personas con discapacidad) le había granjeado una imagen favorable entre amplios sectores de la sociedad, máxime cuando se mantuvo alejado de la política durante los años de mayor tensión entre el correísmo y la democracia.
Su perfil menos confrontativo, su imagen de tierno padre de familia y su tendencia irreprimible a recurrir al humor —no siempre de buen gusto— para comunicarse con la ciudadanía contrastaba con la desgastada imagen de un Rafael Correa cada vez más autoritario. Lo que vino tras la elección de Lenin Moreno es de sobra conocido, y expresa de forma manifiesta los riesgos que acompañan a la sucesión populista.
En virtud de esto, en 2021, Correa optó por un perfil menos conocido, más técnico, pero también más fiel a su causa. El ungido fue Andrés Arauz, a quien su absoluta falta de carisma y su incapacidad crónica para mostrarse como algo más que un mero títere le costó la elección contra un banquero tan falto de carisma como él.
En las elecciones anticipadas de este año, el correísmo vuelve a enfrentarse al problema de la sucesión, y el binomio elegido deja más dudas que certezas.
En primer lugar, porque la candidata presidencial es tan desconocida como lo era Arauz en 2021. Si bien el correísmo goza de un voto duro importante que le garantiza entre un 25% y un 30% de la votación, el margen de crecimiento se reduce conforme la ciudadanía conoce a la candidata. A esto hay que agregarle que su binomio es el propio Arauz.
Es evidente que el éxito en las elecciones seccionales de febrero de este año tuvo como corolario la pérdida de cuadros políticos para las elecciones presidenciales anticipadas. Todos los presidenciables de la revolución ciudadana están hoy ejerciendo como alcaldes o prefectos.
Se podría argumentar —y con razón— que la falta de carisma no debería ser un problema en una elección como esta, en la que la ciudadanía busca a alguien capaz de resolver el problema de la inseguridad, más allá de sus características como orador. Cierto, pero las declaraciones del binomio correísta no parecen ser muy halagüeñas en este sentido.
Partamos del hecho de que su única “propuesta” en seguridad es “nosotros ya lo hicimos y sabemos cómo hacerlo”. Cualquier ecuatoriano de buena fe recordará que, en 2007, cuando Rafael Correa subió al poder, el narcotráfico y el crimen organizado no eran una preocupación como lo son ahora. Aun reconociendo que la tasa de homicidios se redujo sustancialmente durante la década correísta, ¿podrá atacarse el problema actual de la violencia, suscitada por factores desconocidos en 2007, con estrategias de 2007? Permítaseme dudar de esto.
Pero la falta de propuestas concretas en seguridad —carencia que afecta a todos los candidatos, dicho sea de paso— no es la única preocupación que generan las intervenciones del binomio correísta.
Pensemos, por ejemplo, en el hecho de que Luisa González está más preocupada por el retorno de Correa que por presentarse como presidenciable. Es casi como si supiera que, en caso de ganar, su única misión sería mantener caliente la silla presidencial para cuando el Amado Líder regrese a poner las cosas en orden.
Ahora bien, si Luisa peca de ser demasiado explícita en sus aspiraciones, Arauz peca de lo opuesto; es absolutamente incapaz de explicar sus ideas.
Durante esta semana ha recorrido en redes sociales el audio de una entrevista en la que Arauz propone la “ecuadolarización”, una suerte de convertibilidad argentina, pero con medios electrónicos, cosa que ha generado alarma entre los economistas.
No es mi objetivo —ni tengo la experticia para— discutir los aspectos técnicos de la propuesta de Arauz. Lo que me interesa poner de relieve es el hecho de que no es la primera vez que una declaración de este candidato genera miedo y controversia. Ya hace algunas semanas anunciaba que se “sentaría con los diez más buscados” para dialogar. Se trató, ciertamente, de un lapsus brutus, pues lo que pretendió decir es que se reuniría con las autoridades competentes para hablar sobre los diez más buscados.
La respuesta del furibundo correísmo tuitero fue denunciar una campaña sucia en contra de Arauz y, como no, tratar de ignorantes a quienes osamos malinterpretar las palabras del candidato. He de decir que llamar estúpidos a los que no entienden lo que quiso decir el candidato no parece ser la respuesta más adecuada.
Creo que sería mejor preguntarnos por qué nunca nadie entiende lo que el señor Arauz quiere decir. Si cada vez que Arauz hace una declaración debe salir una horda de correístas a explicar lo que quiso decir, probablemente el problema no está en quienes reciben un mensaje mal formulado, sino en quién lo emite. Posibilidad que los seguidores del correísmo no parecen contemplar. Más factible les resulta la explicación de que todos son estúpidos menos su candidato.
Vale decir que no creo que la situación sea la misma en el buró del movimiento. Es difícil pensar que alguien como Rafael Correa (al que se puede acusar de todo, menos de ingenuo o estúpido) compraría ese relato. Seguramente al ex presidente no le entusiasma la idea de tener a un colador de votos como binomio de Luisa González, pero la falta de perfiles lo obliga a ello.
Que en sus primeras declaraciones Luisa González anunciara que su asesor económico sería Rafael Correa da cuenta de la consideración que se le tiene a Arauz —magíster en economía— dentro del movimiento.
Sea de esto lo que fuere, la conclusión que se extrae de todo esto es que el movimiento de Rafael Correa ha debido pagar un alto precio por priorizar la lealtad en esta elección. A los recursos que ha consumido para dar a conocer a su candidata presidencial, ha debido agregarle los gastos que implica corregir los continuos pasos en falso de su aspirante a vicepresidente.
El correísmo aspira a ganar en primera vuelta, no sólo porque una segunda vuelta puede reactivar el voto anticorreísta que llevó a Lasso al poder en 2021, sino porque ello implicaría dos meses más de exposición al público por parte de González y Arauz.
Para evitar el balotaje, el correísmo depende de que el voto nulo supere el promedio histórico —en Ecuador, el voto nulo se computa como voto no válido, otra joyita de nuestra ley electoral—, pues encomendarse a las virtudes de sus candidatos es, cuanto menos, arriesgado.
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