El palabrero mayor. Una semblanza de Nicanor Restrepo Santamaría

Pertenezco a ese partido de oposición que es la vida». Quizá esta frase de Balzac, su autor predilecto, describe de cuerpo entero a Nicanor Restrepo Santamaría. La usó de epígrafe en Derecho a la esperanza, que aquí les presentamos. Es un texto sobre la violencia que Colombia padeció desde la mitad del siglo XX, y una prédica, con sustento, sobre la necesidad de una salida negociada del conflicto con las guerrillas que actuaron desde los años sesenta hasta inicios del nuevo milenio. En este, como en otros escritos suyos, abundan las referencias autobiográficas porque hablan de momentos y procesos en los que tuvo rol protagónico.

Yo no lo llamaría, por todo lo que hizo, un Profeta de la Paz, aunque sería una expresión justa, porque a él no le gustaría. Pero no cabe duda de que por los beneficios de los que gozamos por el acuerdo que dio fin a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) como guerrilla, tenemos una deuda con el doctor Nicanor (Así lo nombraré en este texto. Doctor Nicanor es al mismo tiempo acorde con la formalidad y con la cercanía que quiero que ustedes sientan en este relato y que él me habría permitido)

Publicado en: Lecturas Comfama – Colección Pensamiento y opinandotodavía.blogspot.com

Él, que definió el proyecto de la paz como una sinfonía cuya partitura debía ser una construcción colectiva, se sentiría a gusto con el reconocimiento de que él fue uno de los autores de esa partitura. Se dedicó a componerla desde 1984, cuando acompañó, en la búsqueda de la esquiva paz, al presidente Belisario Betancur y lo hizo hasta el momento de su muerte cuando acompañaba en igual propósito, treinta años después, al presidente Juan Manuel Santos. Toda una vida, a pesar de que durante mucho tiempo los instrumentos no lograron sonar afinados.

Todas las personas cercanas, al preguntarles por él, me respondieron que fue, ante todo, un humanista. Una primera definición que explica por qué mantuvo un compromiso progresista con temas sociales diversos, siendo, al mismo tiempo, el empresario más sobresaliente en la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Porque la mayoría de la gente lo conoce por eso, porque lideró la formación del mayor grupo económico de Colombia, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA). Y es por eso que recibió reconocimientos de los colombianos y de diversos gobiernos extranjeros. No abordaremos aquí, más que brevemente, su rol de empresario. Él simplificó ese liderazgo definiéndose como mayordomo, para subrayar que el GEA no erauna propiedad de familia, sino un conjunto de sociedades con miles de accionistas y que él no era un potentado, sino un administrador. Sus coequiperos en la mayordomía han dicho que más que empresario fue un estratega, un hombre visionario que marcó la ruta para que un conjunto de empresas, en tiempos en que el proteccionismo quedaba atrás y se anunciaba la quiebra por la globalización, se transformaran en multilatinas y llegasen a tener inversiones incluso en Estados Unidos, Europa y Asia.

Parece paradójico que en varias ocasiones insistiera en lo simple, como una manera de ser y de relacionarse, porque miraba el mundo —perdónenme el símil— con ojos de mosca que al mismo tiempo leía el entorno parroquial y el global, el tiempo presente y el devenir, lo público y lo privado. Esta posibilidad, continuando con lo paradójico, la derivaba de una actitud casi contemplativa pero también de un abordaje disciplinado de los temas. Aunque se le veía siempre tranquilo, actuaba con pasión, con «ardor en la sangre».

Él habló con la periodista Ana María Cano sobre las influencias recibidas y su visión de la vida:

En mi generación se da el fenómeno de personajes que tienen una filosofía existencial cálida, humana, poética, evocadora y musical. Gracias a Dios se mantiene el amor por los libros, el arte y la música y gracias a Él los escritores, los músicos y los artistas no se han muerto. El amor por la belleza, el delirio por lo simple y lo elemental, permite sacarle gusto a cada instante, gozar con el color, la forma, el sonido, el sabor y en general conservar la vigencia de los cinco sentidos.

Esa descripción de sí mismo no se parece a la idea convencional de un empresario. Y, en realidad, él no fue convencional a pesar de la imagen que proyectaba en las fotografías publicadas en medios impresos, para las que posó muy célebre, muy puesto, con el pelo fijo, partido en el lado izquierdo, apenas medio insinuando una sonrisa, para la posteridad. En esas publicaciones cuidaba con rigor sus palabras, hablaba con una corrección política aprendida seguramente de su padre.

Cuando ya era un cacao —como empezó a llamarse a los grandes empresarios— se relacionaba con todo tipo de prójimos, hablando en tono bajo y pausado, sin ínfulas ni estridencias; y, cuando se presentaba la ocasión, como un gran conversador, con un fino sentido del humorque fue, sin duda, una de sus armas más poderosas en todos los campos. Así lo hizo con presidentes, hacendados y campesinos; generales y comandantes guerrilleros; con todo el mundo.

También habló con Ana María Cano sobre las cosas simples que le daban gratificación:

Mantengo viejas tertulias con entrañables amigos con los que se puede seguir siempre la conversación aunque se interrumpa por años. Me siento inmensamente feliz en la carnicería compartiendo con los filósofos de Fredonia, hablando con mis sabios amigos de las Islas o abusando de la métrica con los poetas de Sonsón. En fin, busco en el hombre, en el campo, en la mar, y en general en la naturaleza, la dimensión infinita que Dios le dio a la belleza. No cambio una lectura de Amado, Durrell, Hesse, De Greiff o Mutis por nada. Mis amigos de Medellín y Bogotá son una dicha. Mi familia, numerosa y afectuosa, es otra gran fortuna.

Fumó casi toda su vida dos cajetillas de cigarrillos al día, le gustaba la ebriedad del aguardiente, pero en medio de su hedonismo mantuvo una férrea disciplina para manejar el conglomerado empresarial y participar en causas diversas.

José Alberto Vélez recuerda que el «filósofo de Fredonia» era un habitante de este pueblo que le servía de anfitrión en su carnicería, con quien el doctor Nicanor pasaba horas hablando y tomando aguardiente. Como también lo hizo con Fredy Serna, uno de los jóvenes artistas que adoptó, con quien se sentaba a conversar en una tienda en Castilla, su barrio, contigua a su taller de pintor.

Clara Pérez, su esposa, me cuenta que en París conocieron a Rubiel Ramírez, un colombiano que había llegado del eje cafetero a desempeñarse como pintor de brocha gorda hasta llegar a tener cierto patrimonio. Con él construyeron una estrecha relación y el doctor Nicanor le dedicó, a este paisano, su tesis doctoral, su obra intelectual más importante.

Con ese doctorado, también de manera atípica, cerró en parte su ciclo vital y cumplió un viejo sueño. Una vez retirado de la presidencia de Suramericana, a los 62 años, en lo que llamó una tardía adolescencia, se fue a París a estudiar con Clara, a quien él describió como compañera incondicional de sus travesías. Primero se graduó en una maestría con una tesis sobre el proceso de paz en el gobierno de Andrés Pastrana y, luego, en un doctorado, producto del cual es Empresariado antioqueño y sociedad 1940-2004. Transformación e influencia de las élites patronales de Antioquia sobre las políticas económicas y sociales colombianas a partir de 1940, una obra calificada como «seminal» por los especialistas. En ella encontramos reflexiones sobre lo que su título anuncia, la historia de empresas y empresarios y su rol en la política y en el Estado y cómo, en la segunda mitad del siglo XX, se replegaron a su mundo privado, dejando la política a políticos de profesión. También describe aspectos de la escena en la que esta dirigencia actuó: una sociedad impactada por el tráfico de drogas y el conflicto armado —que con paramilitares, además de guerrillas, generaron la crisis humanitaria que Colombia conoció entre el final y el inicio del nuevo milenio—; también su visión de la paz, que entonces todavía no llegaba (a lo largo de este artículo citaré su escrito de doctorado llamándolo simplemente tesis).

En 2017, dos años después de su muerte, varias personas que fueron entrañables en su vida escribieron perfiles sobre él para homenajearlo, y que, prologados por David Bojanini, publicó Sura. Los títulos son elocuentes. Demócrata practicante y luchador por la paz, escribió Álvaro Tirado Mejía; El gran empresario, José Alberto Vélez; Líder social, Cecilia María Vélez White; Semblanza de un empresario ilustrado, Juan Luis Mejía; Un amigo entrañable, Marta Elena Bravo de Hermelín. Ana María Cano resaltó su responsabilidad pública y su hijo, Tomás Restrepo, facetas de su vida personal y familiar que terminan de enriquecerlo como persona. Estos retratos sorprenden por lo que describen de su intenso trasegar y sus innumerables realizaciones en el mundo público y privado.

Nicanor Restrepo Santamaría nació en Medellín, el 25de agosto de 1941. Fue el primogénito de los 14 hijos de Juan Guillermo Restrepo Jaramillo y Elve Santamaría. La impronta familiar fue trascendente. Una prueba curiosa y contundente del apego a las tradiciones y a los ancestros fue el extenso nombre con que lo bautizaron: Juan Guillermo Luis Pedro Nicanor. Tomás, su hijo, explica las razones de estos nombres: Juan Guillermo por su padre, Luis por ser el día de san Luis, Pedro por su abuelo materno y Nicanor por su abuelo paterno. Los Restrepo —incluido su tío abuelo Carlos E. Restrepo, un librero que llegó a ser presidente de Colombia— oscilaban entre el mundo público y el empresarial. Su padre había sido alcalde de Medellín, dos veces ministro de Estado y presidente de Avianca. Eran godos liberales, formalmente adscritos al Partido Conservador y de espíritu republicano como lo anotó el historiador Álvaro Tirado Mejía.

En una ciudad industriosa, pero pueblerina, en la que, según las palabras del doctor Nicanor, había un «puritanismo latino», era costumbre de algunas familias tener una monja de niñera para garantizar la formación católica de los hijos. Criado entre rezos se sintió motivado a ingresar al seminario. Cosa que entusiasmó a sus padres que consideraban un regalo de Dios tener un cura en casa. Juan Sebastián Betancur,uno de sus grandes amigos, lo recuerda entrando a la Catedral Metropolitana con su madre Elve, vestido de sotana y el roquete blanco, con un aire de santidad que daba envidia a todas las madres que querían que sus hijos lo imitaran. Pero, como se vería, el espíritu de este joven era demasiado díscolo y abandonó la carrera en la que con seguridad hubiese llegado, por lo menos, a cardenal. Después de una urgencia decidió salir del hospital para la casa, como si con el apéndice le hubieran extraído también la vocación. Sin duda esa impronta cristiana y el compromiso de su madre Elve con la doctrina social de la Iglesia, marcarían su sensibilidad para con los humildes. Aunque sería agnóstico, sorprendía a sus amigos persignándose cada vez que abordaba un avión.

Los Restrepo Santamaría vivían, como la élite de entonces, en Prado, un barrio central de enormes casas con patios interiores. Del seminario pasó al Colegio San José de la Salle donde se hizo bachiller en 1959 y luego ingresó a estudiar a la prestigiosa Facultad de Minas de la Universidad Nacional. Facultad donde fue profesor tanto recién egresado como en los años finales de su vida.

Por la costumbre de reírse de sí mismo, sus amigos y familiares se sintieron con la libertad de burlarse de él públicamente. Su hijo Tomás, en la bella crónica con la que lo reconoce como excelente padre, hermano e hijo, lo califica como un ser absolutamente torpe para lascosas cotidianas, y explica que debió cambiar de Ingeniería Civil a Administrativa porque un profesor le dijo algo así como que el puente que había diseñado no se sostendría, sino que las fuerzas que había dibujado derrumbarían todo el edificio que ya de por sí estaba al revés.

Él hacía chanzas sobre el esfuerzo de una tía Santamaría para demostrar que su apellido no era de judíos, «de esos que asesinaron a Cristo». Clara recuerda que:

Nicanor disfrutó cuando un taxista madrileño les explicó el origen de los apellidos que empezaban con “San”. Eran hospicianos, hijos de madre soltera, de cura, de relaciones adúlteras que al salir ya mayores tomaban el nombre del hospicio, Santo Domingo, Santamaría, San Juan, etc.

Él, en cuanto pudo, feliz de haber encontrado una versión irreverente del origen de su segundo apellido, llamó a sus familiares para decirles: «Somos hijos de puta». Decía que sus familiares eran indolentes al usar el más feo de los cinco nombres con los que fue bautizado, cosa que le implicó soportar que lo llamaran con raros derivados como Atanor, en el colegio, y Nicastro, como le dijo un taxista en Roma. Él tenía estas historias en su repertorio para hacerreír a los contertulios, cosa en la que era maestro, pero, creo yo, sobre todo, para definirse como una persona poco pretenciosa, para nivelarse frente a los otros.

Fue en 1969 cuando se casó con Clara Pérez, quien fue su compañera de la vida, de sus empresas disímiles. Ella no se resignó al habitual rol de ama de casa, tan común en aquel tiempo; decidió estudiar Sociología en la Universidad Nacional y se mantendría activa como lectora, estudiosa del arte y la historia, lo que les permitió vivir en pareja una búsqueda intelectual permanente. Él repetía que su corazón era bicultural para referirse a su apego a Colombia, a Antioquia, y a su devoción por Francia en todos los campos. Su generación no miró tanto hacia Estados Unidos como a Francia, país al que Nicanor quiso con fervor y que llegó a conocer en profundidad sobre todos a través de sus escritores. Leyó a Émile Zola y admiró con tal devoción a Honoré de Balzac, que escribió un ensayo sobre su obra y lo leyó en la Universidad Nacional en junio de 2000. En él desmenuza La comedia humana el gran fresco de la Francia del siglo XIX. Escribió de Balzac:

Su capacidad analítica, basada en el conocimiento de los hombres, le permitió avanzar en un vigoroso estudio de la sociedad francesa de su época de la cual pretendió ser el historiador, admitiendo claramente que su fin no era describir un grupo, una camarilla, una clase, o incluso una sociedad, sino un periodo y una civilización.

Balzac lo logra, dice, por su mezcla de sociólogo y poeta insigne. Parecería que en su obra el doctor Nicanor hubiese encontrado una metodología del conocimiento de la sociedad y de los caracteres humanos.

También me dice Clara Pérez que, cuando lo conoció, él ya se había leído todos los autores del boom latinoamericano, que cuando descubría un autor, como le sucedió con el brasileño Jorge Amado y el poeta cubano Nicolás Guillén, devoraba toda su obra. Nunca dejó de buscar autores que lo hicieran vibrar, y compartirlos le daba gran placer. Los libros llegaron a ser siete mil, rigurosamente catalogados, en diversos cuartos de la casa de Medellín y de la finca. Si no hubiese sido empresario, o un pescador de Bahía Solano, en el Pacífico, como lo anheló a lo largo de su vida, podría haber sido escritor, cuestión para la cual tenía lo esencial, una habilidad narrativa extraordinaria. Quienes compartieron con él en espacios íntimos lo recuerdan como un «cuentero» que mezclaba realidad y una imaginación sorprendente, llena de picaresca. Una habilidad heredada de su padre.

A los 28 años salió para Bogotá. Su paso por empleos públicos relacionados con el campo le ampliaron la visión del país. Empezó presidiendo Emcoper, una de las empresas creadas por el Ministerio de Agricultura para organizar el mercadeo de los productos del campo. En esta empresa dio una muestra temprana de su heterodoxia política, cuando vinculó a un exministro de agricultura del gobierno de Salvador Allende, asilado en Colombia, después de que la CIA y las Fuerzas Armadas de Chile dieron un golpe de Estado al gobierno socialista… Al poco tiempo, cuando sus jefes, copartidarios conservadores, lo obligaron a despedirlo, con Clara lo ayudaron a salir a Venezuela.

En 1968 lo nombraron vicepresidente de la Caja Agraria, un banco público, el más grande del país, con presencia en todo el territorio nacional. Rafael Aubad, quien trabajó con él desde aquel tiempo, recuerda que cada fin de semana visitaban municipios para inaugurar sedes de la Caja o para mejorar su operatividad. Fue testigo de su empatía con los campesinos, de la naturalidad con que los escuchaba, de su interés por comprender sus necesidades, y de cómo daba órdenes «amigables pero perentorias para mejorar la actuación de la Caja». Aubad cree que esa relación temprana con las necesidades del mundo rural lo marcó en su compromiso de siempre con el bienestar del país sin que ningún obstáculo, por poderoso que fuera, lo alejara de ese ideario. En fotografías que registran su paso por la Caja Agraria, aparece a veces de traje formal y corbata montado a caballo, o con pinta de cocacolo, con pantalón bota campana, camisa psicodélica y patillas de prócer, conversando con campesinos en pueblos remotos, de difícil acceso, que los colombianos no sabían que existían, como Berruecos, Yalí y San José de Pare. Coincide Cecilia María Vélez en decir que con esos recorridos el doctor Nicanor amplió su conciencia sobre la inequidad, la pobreza y la violencia presentes en todo el territorio nacional. Y añade que, desde entonces, echaba discursos en los que casi que actuaba, cuentos reales o inventados con los que se conquistaba a los campesinos, habilidad que explica recordando que, de joven, Nicanor participó en un grupo del conocido teatrero Gilberto Martínez.

En 1976 empezó su carrera en el Grupo Suramericana. En 1982 llegó a la presidencia de la subsidiaria Corporación Financiera Nacional, y un par de años después sucedió a Guillermo Moreno Uribe en la presidencia del grupo. El protagonismo que como empresario y gobernante tuvo en los años ochenta se dio en un contexto de acción violenta de los narcotraficantes contra la sociedad y altos funcionarios del Estado, crecimiento de grupos armados irregulares, pérdida de la eficacia de las instituciones en el control social, auge de la criminalidad y la violencia urbana. Él escribiría que en esa época los empresarios terminaron de perder el poder, casi omnímodo, que tenían en los directorios de los partidos políticos tradicionales y en los que fueron reemplazados por políticos profesionales o emergentes, y que ya poco ocuparon los cargos del Estado, como alcaldes, gobernadores o ministros, para los cuales hasta entonces habían sido nombrados por los presidentes de la república y, en consecuencia, se distanciaron de temas trascendentales para el país.

El doctor Nicanor buscó la manera de complementar su habilidad para los negocios y su compromiso con los asuntos públicos. Aunque rechazó, con una sola excepción, ser nombrado como alto dignatario del Estado, o ser candidato, como tantas veces se lo propusieron; acompañó a varios presidentes en diálogos por la paz y a gobernantes locales apoyándolos en programas sociales, teniendo a los que buscaban mejorar la educación como sus predilectos. Fue el presidente Belisario Betancur (1982-1986) quien lo nombró primero como gobernador de Antioquia y luego comisionado para un inédito proceso de diálogo que adelantó con los grupos guerrilleros. Betancur, quien provenía del sector más ortodoxo del Partido Conservador, el llamado Laureanismo, sorprendió con una actitud abierta, podría decirse liberal, frente a los conflictos que vivía el país.

En aquel tiempo, Fabio Echeverri, presidente de la Asociación Nacional de Industriales (Andi), viajó de Medellín a Bogotá para advertirle al presidente de la cercanía de ciertos gobernantes locales con reconocidos narcotraficantes. Juan Sebastián Betancur dice que Belisario, frente a estas graves denuncias, produjo «un revolcón en el manejo del departamento de Antioquia en el que el problema central no era con la guerrilla sino con las mafias». Al nombrar a Nicanor Restrepo como gobernador y a Juan Felipe Gaviria, un liberal independiente, como alcalde de Medellín, conformó un binomio de su plena confianza.

En poco más de un año como gobernador elaboró el primer Plan de Desarrollo de Antioquia, mirando sobre todo las regiones bajas —Magdalena Medio, Urabá, Noroeste y Bajo Cauca—. Era una novedad que en un departamento que históricamente había concentrado su desarrollo en la alta cordillera, se mirara a las zonas bajas, de trópico, abandonadas desde siempre, en donde las guerrillas empezaban a crecer. Al final de su mandato había visitado 51 municipios.

Movió con agilidad y eficiencia el sentimiento solidario de los paisas. Tras un terremoto que devastó Popayán, en el sur del país, creó Antioquia Presente, una ONG con recursos públicos y privados, de empresas y ciudadanos, que permitieron un apoyo significativo en la reconstrucción de esa ciudad. Antioquia Presente permanecería en el tiempo como una entidad que ha apoyado a numerosas regiones que han sufrido tragedias.

Como lo narra Juan Luis Mejía, el doctor Nicanor ya había iniciado un programa cultural en la empresa Suramericana, en la que continuó una notable colección de arte a pesar del reclamo de algunos accionistas que consideraban costo inútil la compra de pinturas. Convocó a las personas dedicadas a la cultura que estaban en el entorno: Juan Luis Mejía, de la Biblioteca Pública Piloto; Marta Elena Bravo, de Extensión Cultural de la Universidad Nacional; Natalia Tejada, del Museo de Arte Moderno. La actividad desplegada en el sector conocido como Otrabanda fue frenética. Permitió el cineclub alternativo El Subterráneo, abierto al público en el teatro de la sede. De allí surgió Bazarte, un festival en el que la extensa zona verde que por entonces tenía Suramericana la tomaban teatreros, saltimbanquis, poetas, pintores…

Siendo gobernador nombró a Marta Elena Bravo como directora de Cultura del Departamento y como asesores al curador Alberto Sierra, al educador Gabriel Jaime Arango y al escritor Manuel Mejía Vallejo. Le pidió a Jorge Orlando Melo que escribiera una historia de Antioquia que fue publicada por fascículos en el periódico El Colombiano. Reencauzó la Colección Autores Antioqueños y celebró los 100 años del natalicio del poeta Porfirio Barba Jacob. Homenajeó a la pintora Débora Arango, una mujer que había permanecido varias décadas recluida en su casa de Envigado porque había sido proscrita por la iglesia, que la acusaba de impía por pintar desnudos, y por los ultraconservadores que la tildaban de comunista por ser ácida con el pincel contra los militares y la extrema derecha. Logró así que la colección de Débora permaneciera en Medellín y fuese la muestra más representativa del naciente Museo de Arte Moderno.

Esta acción cultural era bocanada de aire fresco en una ciudad que iba siendo enajenada por mafias diversas y sus violencias. En su tesis de doctorado cita a Daniel Pécaut para narrar lo que sucedía en Medellín:

El efecto del narcotráfico «no se limitó a ese terrorismo ni a la banalización de la corrupción y de la intimidación. Se tradujo igualmente en la irrupción de la violencia en el universo urbano: bandas de sicarios en Medellín, actuando o no por cuenta del cartel de Escobar y controlando numerosos barrios en presencia además de milicias o bandas armadas de jóvenes, grupos de “limpieza social” […]». (Pécaut, 2008, como es citado en Restrepo, 2009, pp. 249-250)

La angustia por lo que sucedía, por el desplome de las instituciones, lo llevó a proponer medidas extremas. Constatar que la policía estaba comprometida en masacres de jóvenes de barrios populares, y que algunos de sus agentes habían asesinado con una barra de dinamita adherida a su cuerpo a un militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), llevaría al doctor Nicanor a pedirle al presidente algo osado e imposible: retirar la policía de los barrios. Cosa que, desde luego, no podía aceptar y que terminó simplemente con un llamado al general Delgado Mallarino, director nacional de la Policía, para que controlara el comportamiento de sus hombres. Para ese momento las fuerzas destructivas eran ya incontrolables. Oficiales de aquí y allá se vendieron, el honor dejó forjar su vanidad que se reemplazó por el afán de dinero. Los políticos de gran caudal electoral y dudosos vínculos que miraban a este gobernador con desidia, que lo sentían como invasor de predios de los cuales ya habían desterrado a los empresarios, sintieron alivio cuando él dejó la gobernación el 26 de abril de 1984. Aunque no volvió a ser funcionario público, nunca dejó de servir a lo público.

En los artículos que aquí publicamos, Nicanor Restrepo analiza la génesis de la violencia y de los procesos de paz en Colombia. Cómo en los años sesenta nacieron guerrillas bajo el estímulo de la Revolución cubana y en los ochenta tuvieron un segundo aire, por el triunfo de la Revolución sandinista en Nicaragua y el avance de coaliciones guerrilleras en El Salvador y Guatemala. El presidente Betancur trazó una política para desactivar la oleada revolucionaria y jugó un papel importante en la búsqueda de soluciones negociadas en Centroamérica con el Grupo de Contadora. Y en el país contra los discursos dominantes que presentaban a las guerrillas como producto de la Guerra Fría, de la confrontación entre los bloques comunista y el capitalista, habló de que esas guerrillas se enraizaban en unas «causas objetivas de la violencia».

Desarrolló una estrategia de paz que incluyó la creación del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR) para atender las zonas campesinas y de colonización; el desarrollo de reformas constitucionales, como la que permitió la primera elección popular de alcaldes; la aprobación de la Ley de Amnistía que permitió la libertad de los guerrilleros detenidos y la convocatoria a un diálogo de todas las guerrillas. Solo el ELN se negó a participar en los diálogos. Lo aceptaron los otros tres grupos guerrilleros, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el Movimiento 19 de abril (M-19) y el Ejército Popular de Liberación (EPL).

La Comisión de Paz tuvo, en primer momento, el liderazgo del veterano político liberal Otto Morales Benítez y la conformaban notables como John Agudelo Ríos, el general Gerardo Ayerbe, el obispo José L. Serna y el empresario Alfredo Carvajal Sinisterra. Creó además la Comisión de Verificación para la cual nombró a cuarenta ciudadanos de diversa procedencia (Restrepo, 2009, p. 255).

Belisario Betancur logró despertar una euforia colectiva y se pintaron palomas en cada rincón de Colombia como símbolo de una paz que se suponía cercana. El doctor Nicanor había regresado a Suramericana cuando Betancur lo nombró comisionado en reemplazo del empresario Carvajal Sinisterra. Se aplicó con rigor a investigar la génesis de la guerrilla, como lo hacía con todos los temas que lo apasionaban. Publicamos aquí la conferencia Retrospectivas de paz en Colombia y perspectivas futuras, que leyó el 9 de junio de 2014 en la Universidad de Caldas. Una cronología analítica del conflicto y los procesos de paz que evidencian lo profundo que llegó a ser su seguimiento. Planteó que las autodefensas campesinas surgidas en el contexto de la violencia bipartidista de los años cincuenta habían evolucionado a guerrillas por la decisión del Estado de tratarlas solo con represión. Se convenció de que la solución integral de la violencia requería un Estado justo que incorporara al conjunto de los ciudadanos y de los territorios en una noción compartida de desarrollo.

En su tesis doctoral describiría cómo en los años ochenta el conflicto empezaba a hacerse más complejo.

A partir de los años 1980 se dan tres fenómenos que hacen más compleja la ecuación del conflicto armado interno colombiano: primero, se produce un cambio en la estrategia guerrillera que los lleva a intervenir militarmente en zonas integradas a la economía nacional como los cultivos agroindustriales, minería de oro y carbón, explotaciones de petróleo, gas, oleoductos y centrales de generación eléctrica; segundo se produce un crecimiento exponencial de la economía de la droga que se convierte en el principal ingreso de los actores armados ilegales y tercero, surgen los grupos de autodefensas o paramilitares, integrados para defender las propiedades de los terratenientes y financiados con recursos voluntarios o extorsivos de quienes se beneficiaban de la protección y luego de manera directa de la industria de la droga. (Restrepo, 2009, p. 247)

El 31 de mayo de 1983, apenas empezando las conversaciones, Morales Benítez escribió en su carta de renuncia a Betancur una frase que hizo historia: «Los enemigos de la paz están agazapados por dentro y por fuera del gobierno». Y añadió: «Esas fuerzas reaccionarias en otras épocas lucharon como hoy contra la paz». Sectores civiles, empresarios, narcotraficantes y algunos mandos militares conspiraron contra el proceso. Aunque el general Fernando Landazábal, su ministro de Defensa, uno de los principales opositores al diálogo, renunció, Belisario no logró contener la beligerancia de las Fuerzas Militares. Su rebeldía se explicaba en parte porque decenas de oficiales empezaban a ser investigados por nexos con grupos paramilitares. Como se vería después la actitud de las guerrillas frente al diálogo no fue sincera. Los desafueros de unos y otros precipitarían el fin del proceso.

Las comisiones trabajaron por varios años apagando incendios, bajo la dirección de John Agudelo Ríos. En 1985 se produjeron varios encuentros entre los delegados del gobierno y los mandos de las Farc. Juan Sebastián Betancur —nombrado en la Comisión de Verificación en representación de los empresarios— acompañó al doctor Nicanor en las visitas que los comisionados realizaron a Casa Verde. Viajaban en avión hasta el llano y de ahí ascendían en helicóptero al campamento de casas de madera y techos de zinc, ubicado en el municipio de Uribe, Meta, en las alturas de la cordillera Oriental, desde donde Manuel Marulanda, comandante general de las Farc, y Jacobo Arenas, jefe político e ideólogo, dirigían la extensión lenta pero constante de sus unidades por todo el país.

El doctor Nicanor era recibido con simpatía en ese mundo guerrillero porque allí, como en cualquier otro escenario, hizo gala de sus buenas maneras. Era cuidadoso, se acercaba prudentemente y les daba chocolates del Astor a las guerrilleras, casi niñas que, con fusil al hombro, les servían tintos; e identificó los gustos de los comandantes y les llevaba el licor de su preferencia. No era una pose, era su manera de ser. En su casa o en el jet de la compañía, le gustaba atender, servir. Su presencia era fuerte por esa actitud y su don de la palabra pero, además, obviamente, por ser el líder de un grupo económico. Marulanda se dejaba ver por ratos en las conversaciones, el vocero permanente era Jacobo Arenas. Había un ambiente positivo. Por primera vez, después de veinte años de haberse conformado esta guerrilla, se dio este encuentro entre representantes del gobierno y de la sociedad con estos personajes que, como Marulanda, se había convertido en mito. Ni ellos, ni su guerrilla, tenían el desgaste que acumularían por sus excesos prolongados en el tiempo. Aún muchos los percibían como héroes de causas nobles. Tuvieron largas tertulias animadas con coñac, el trago preferido de Jacobo Arenas, en las que participaban, entre otros, Enrique Santos Calderón y Alberto Rojas Puyo. «Parecíamos reunidos en un café de la ciudad, engañados con la idea de que esa afabilidad significaba la disposición al cambio», dice Juan Sebastián Betancur.

El doctor Nicanor, en compañía de Roció Vélez de Piedrahíta, participó en reuniones con el mando del EPL que permitieron que se firmara el pacto de cese al fuego y diálogo nacional en agosto de 1984.

En Derecho a la esperanza van a encontrar una descripción del proceso de paz liderado por el presidente Betancur y las razones por las que se extinguió. Hechos como la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, el asesinato de voceros de las guerrillas y el crecimiento del paramilitarismo, llevaron a la ruptura.

El proceso con las Farc continuó hasta la formación de la Unión Patriótica, un partido que participó con relativo éxito en las elecciones de 1986. El exterminio de militantes de este partido a manos de paramilitares, con extendida participación de miembros de las Fuerzas Armadas, llevó a que la tregua formal se rompiera en abril de 1987.

En torno a la paz, desde entonces, la opinión de los colombianos se movió como un péndulo. A veces, en su mayoría, manifestaron acuerdo con los diálogos y luego reclamando acciones militares sin contemplaciones. El doctor Nicanor no modificó su posición. A pesar de los fracasos —que nunca quiso llamarlos así— mantuvo en alto la bandera de la paz. Y lo hizo aún en momentos en que se quedó solo hablando de diálogo, cuando la mayoría alzaba el hacha de la guerra y lo acusaba de comunista. Era una especie de profecía suya que el diálogo sería, al final, lo que superaría definitivamente el conflicto. Así sucedió.

Para esa época, años ochenta, su amigo Juan Camilo Ochoa le presentó la obra del filósofo colombiano Estanislao Zuleta. Desde entonces citó recurrentemente El elogio de la dificultad, una crítica a las ortodoxias y el facilismo para asumir la existencia, lo inútil de pretender «océanos de mermelada sagrada» como ideal social. Y para matizar las experiencias negativas repitió: «La frustración se produce, no porque no se realizan los sueños sino porque no se sabe soñar […] Entonces después de un proceso tan especial como ese, se aprende a soñar con la realidad tal cual es».

A estas alturas Nicanor Restrepo ya conocía las diversas caras del conflicto, había estado frente a frente con víctimas y victimarios, y ya nunca consideraría posible una solución, definitiva para todos, que no pasara por el diálogo. Volvió a ser protagonista de primera línea en el tema de la paz cuando el presidente Pastrana (1998-2002) lo convocó a participar en el proceso con las Farc en la zona del Caguán.

A José Alberto Vélez, quien lo acompañó como su secretario privado en la gobernación y luego en su equipo de Suramericana, le pregunté sobre la inquebrantable vocación de su jefe. Me dio una respuesta sencilla:

Conversar era su manera natural de ser y de dirigir y de dirimir conflictos, incluso de hacer negocios. Nicanor tuvo un gran sentido político para visualizar las problemáticas, manejar todos los temas dentro del diálogo, del convencimiento de las ideas, teniendo como única arma la palabra, sin usar la fuerza ni la violencia. Era infatigable en eso.

«Adoro la palabra y a quienes la adoran», diría él mismo, confesando su encanto por la lectura y la conversación. Estas expresiones me hacen recordar la tradición de los palabreros de los indígenas wayuu en La Guajira colombiana, que se dedican a peregrinar por sus territorios solucionando con diálogo conflictos disímiles. Para los wayuu la palabra es la mejor creación humana para explorar las profundidades del mundo y preservar los valores de la vida, una eficaz herramienta para preservar la paz.

El doctor Nicanor maduró un estilo, un método, una capacidad que David Bojanini resume así: «Tenía sensibilidad para entender la esencia de cualquier situación, capacidad de estructurar un discurso alrededor de ello con humor, imaginación, y la habilidad para conquistar, casi de inmediato, la amistad de cualquier persona de cualquier rango».

La década de los noventa: resistencia al narcotráfico

Rafael Aubad sintetizó en tres aspectos la tarea que debió asumir el doctor Nicanor al iniciar los noventa: (i) fortalecer la defensa del Patrimonio Industrial de Antioquia; (ii) formar una masa crítica de nuevos líderes para el Desarrollo Empresarial; y (iii) convertir el sector privado en parte sustantiva de un proyecto colectivo incluyente y de largo plazo.

Las empresas antioqueñas habían logrado superar la quiebra de los años setenta cuando especialmente la industria textil colapsó por fenómenos como el contrabando. Las ayudó una fortaleza peculiar, que describe en muchas páginas en su tesis el doctor Nicanor. No eran propiedades familiares sino sociedades anónimas cuya formación seremonta a finales del XIX y la primera mitad del siglo XX —la relativa pobreza de la región obligó a quienes tenían iniciativas industriales a buscar socios—. Estas empresas seguían siendo propiedad exclusiva de los paisas hasta que, entre el final de los años setenta e inicios de los ochenta, grupos empresariales familiares de otras regiones se tomaron algunas de ellas. En su tesis contaría cómo primero se tomaron de manera hostil las industrias de gaseosas y cervezas. Y cómo buscaban controlar el conjunto de las empresas antioqueñas.

Otras operaciones especulativas con acciones de empresas que cotizaban en la bolsa, como Suramericana, banco Industrial Colombia no, BIC, Nacional de Chocolates, Corfinal, Coltejer, Fabricato, Banco Comercial Antioqueño y Argos. En estos intentos participaron diversos inversionistas y especuladores entre los que figuraron Jaime Michelsen por intermedio del grupo Grancolombiano y los grupos familiares de Julio M. Santodomingo, Carlos Ardila, Eduardo Holguín, Félix Correa y Jaime Mosquera. (Restrepo, 2009, pp. 227-228).

Diecisiete empresarios conformaron lo que en primer momento se llamó Sindicato Antioqueño, una estrategia para defender las sociedades que estuvieran en la mira de los especuladores. Un sistema de propiedad cruzada que resultó, más adelante, «ser una poderosa coraza protectora que impidió la presencia de dineros de origen criminal acumulados alrededor de la economía de la droga» (Restrepo, 2009, p. 234).

El doctor Nicanor me diría, cuando lo entrevisté en 2010:

No puede ocultarse que la economía de la droga ha traído, por los ingresos que genera al conjunto de la economía nacional, un cierto beneficio desde el punto de vista de los ingresos. Los norteamericanos decían que son tres mil millones de dólares anuales que entran a la economía nacional, eso es dinero. Pero de lo que no hay tampoco duda es de que la economía de la droga ha sido uno de los fenómenos corruptores de la sociedad colombiana, en todos los aspectos: públicos, privados, religiosos; es una fuerza que nutre el conflicto colombiano. Todos los frentes, llamémoslos que están fuera de la ley, no solamente las bandas y las bandas que están al servicio del narcotráfico, también organizaciones paramilitares, organizaciones guerrilleras, de alguna manera se nutren de la economía de la droga.

El llamado cartel de Medellín desafió al Estado y causó graves estragos a la sociedad hasta la muerte de Pablo Escobar en 1993. Y sus sucesores, en una mezcla de narcotráfico y paramilitarismo, alimentaron el conflicto violento en Colombia y de manera especial en Antioquia. Los narcos habían cooptado una parte significativa de la clase política, se hicieron propietarios de millones de hectáreas en las mejores tierras y pretendían tener la propiedad de empresas tradicionales. «Podían comprar con su menuda las empresas», es la expresión que uso José Alberto Vélez para explicar el poder económico de los narcos. El Sindicato, que ahora empezaba a llamarse Grupo Empresarial Antioqueño, decidió atajar estos capitales. El doctor Nicanor contaría que los empresarios corrieron riesgos, sufrieron atentados, pero lograron mantenerse firmes frente a este «fenómeno corrosivo ». Las circunstancias y el deseo de permanecer en Medellín los obligó a adoptar medidas extremas como usar carros blindados y moverse en medio de escoltas.

Él, en este momento, tuvo una doble vulnerabilidad. Por un lado, no lo querían estos narcotraficantes y, por el otro, sectores de la extrema derecha y los paramilitares lo calificaban como aliado de los guerrilleros, por su insistencia en la solución negociada y la necesidad de implementar reformas sociales y de construir un Estado justo. El GEA, con el liderazgo del doctor Nicanor, no solo retomó el control total de las empresas, con altos costos económicos, sino que además, a petición del presidente César Gaviria, compró el hotel más importante de Pereira antes de que quedara en poder de los narcos. Y como una apuesta al progreso regional, creó nuevas empresas como Tablemac y Setas de Colombia. Luego el doctor Nicanor —por su capacidad de prever un futuro que «empezaba a llegar muy rápido»— condujo con éxito al grupo en el proceso de globalización. Tuvo la capacidad de vislumbrar cómo esas empresas debían llegar internacionalizadas al 2040 y trazar las líneas de acción para lograrlo.

Su estilo de ejercicio de poder se caracterizó por no confrontar públicamente, por exponer de manera razonada, sin beligerancias, sus posiciones y evadir conscientemente la figuración pública. Pero hizo un paréntesis en esa forma de ser cuando hizo parte de manera abierta y beligerante de un movimiento de oposición al presidente Ernesto Samper. En las elecciones presidenciales de 1994 el candidato liberal Samper derrotó al conservador Andrés Pastrana. Al poco tiempo de posesionarse los funcionarios de su campaña reconocieron que el triunfo estuvo apalancado por dineros del cartel de drogas de Cali. Ante este hecho se generó la resistencia de sectores que consideraban que, aunque ya se sabía de la injerencia de los narcos en la política, aceptar el mandato de Samper implicaba pasar un límite moral extremo. El doctor Nicanor consideraba una ignominia que Colombia tuviese un presidente sin visa para Estados Unidos y que, por su cuenta, apareciera en la lista de países descertificados por Estados Unidos, al lado de Myanmar, Nigeria, Siria, Irán y Afganistán. Promovió declaraciones públicas pidiendo el retiro de Samper de la presidencia. Se unió a un grupo que llamaron «los conspiretas», integrado por empresarios, personajes de izquierda y de derecha, que según dijo intentó un«golpe democrático», para el cual buscaron un pacto de paz entre guerrillas y paramilitares, que conllevaría a su desarme, reemplazar a Samper por el vicepresidente, y convocar a elecciones y una constituyente. Tiempo después, el presidente Juan Manuel Santos, en un homenaje nacional que le rindieron al doctor Nicanor como empresario del año, recordaría aquel momento:

Hablar de Nicanor es hablar de una época dorada en el liderazgo empresarial de Colombia y, en mi caso, es hablar de un gran amigo, de un estupendo consejero, con quien hemos compartido proyectos e ilusiones, trabajando siempre, desde cuando nos acusaban de «conspiretas».

A pesar de la cantidad de parlamentarios detenidos por el llamado Proceso 8000, de una variada oposición, en la que hubo quienes incluso promovieron un golpe de Estado militar, Samper terminó su mandato.

Empresarios, política y sociedad

Él impulsaría, sobre todo a partir de los años noventa, un compromiso de los empresarios con la sociedad en el que resaltaba cuatro aspectos. Primero: la necesidad de superar la debilidad del Estado y de la Justicia, que permitía el surgimiento de la justicia particular, el irrespeto por la vida y los derechos humanos y el crecimiento del crimen organizado. Segundo: una responsabilidad empresarial que superara la noción de caridad y se comprometiera con un desarrollo con perspectiva de equidad y el cumplimiento de los derechos de las personas. Asuntos que además se habían convertido en una condición para entrar en la economía mundial —entre sus herencias dejó la Fundación Empresarios por la Educación para la cual logró una participación de empresarios de todo el país—.

El tercer aspecto: al constatar que las normas morales se pisoteaban, que el dinero rápido corrompía muchos corazones, insistió en que una sola normatividad ética debía regir los actos de las empresas y de las personas entre sí, frente a la sociedad y frente al Estado. El cuarto aspecto: asumir constructivamente los conflictos que de manera natural se presentan en la sociedad, aceptando el derecho a las divergencias sin que estas deriven en confrontaciones violentas. Sobre este asunto les habló a los estudiantes de la Escuela de Minas en un acto de graduación:

La vida del hombre se recorre en medio de controversias y conflictos cotidianos. ¿Qué sería de nuestra existencia si todos los obstáculos, las dificultades y las diferencias no se dieran? Sería una especie de limbo insípido y no tendríamos la satisfacción de superarlos y de zanjarlas, desconociendo así la característica esencial de nuestra condición humana. Lo grave entonces no son los conflictos, sino la falta de mecanismos oportunos y accesibles para dirimirlos.

Es nuestra obligación luchar sin descanso para convertir a Colombia en una nación para todos, desterrando el odio, la incomprensión y la injusticia y propiciado las condiciones para que germinen la inclusión, el amor y el pluralismo. (Restrepo, 2013)

Es poco probable que el doctor Nicanor, por su temperamento y espíritu abierto, y por su habilidad para formar equipos de trabajo, sufriera de algo parecido a la soledad del poder. Pero sí sintió soledad, con frecuencia, en los asuntos específicos de la paz y el compromiso social. Por eso fueron tan significativos para él Juan Camilo Ochoa, José Alberto Vélez, Juan Sebastián Betancur, Carlos Piedrahíta, Antonio Celia y Carlos Enrique Cavelier, que además de ser dirigentes empresariales notables, fueron coequiperos suyos en las causas que con frecuencia irritaban a otros sectores del empresariado.

Retomaría la experiencia de la Asamblea Constituyente para ejemplificarme la indiferencia de la élite empresarial con asuntos trascendentes de la sociedad. En Colombia, por la profunda crisis de finales de los años ochenta, el asesinato de tres candidatos presidenciales y el auge del narcoterrorismo, el presidente Virgilio Barco aceptó que varios millones de votos con los que se pedía una constituyente fuesen tenidos en cuenta. Y la Corte Suprema de Justicia le dio el visto bueno a su convocatoria. Nicanor Restrepo resalta la coincidencia de la Constituyente con los diálogos que culminaron con el EPL y el M-19 entre el final del gobierno del presidente Virgilio Barco y el inicio de la presidencia de César Gaviria.

La Constituyente tuvo entre sus virtudes haber sido presidida por dos líderes de los llamados partidos tradicionales, el conservador Álvaro Gómez, el liberal Horacio Serpa y Antonio Navarro, líder de la Alianza Democrática M-19; y haber tenido una composición plural. En ella participaron, entre otros y por primera vez en nuestra historia, representantes de grupos étnicos, como indígenas y afrodescendientes, y dirigentes sociales y sindicales.

Explica el doctor Nicanor que las élites patronales imbuidas en los afanes de la acelerada globalización, concentradas en la atención de los crecientes riesgos de seguridad, no se prepararon para la Constituyente. Algunos empresarios acordaron formar un equipo, coordinado por Juan Sebastián Betancur, para participar con apoyo técnico a los constituyentes y presentar las iniciativas que velaran por los intereses generales del sector privado. El propio Betancur presentaría un balance agridulce. Aunque su equipo produjo insumos técnicos para los constituyentes, como tablas comparativas de diferentes artículos y constituciones, con el paso de los días algunas empresas establecieron su propio lobby buscando el cuidado de sus intereses sin preocuparse por que la nueva Constitución incluyera los derechos de los empresarios de manera global (Restrepo, 2009, p. 266).

Por ello Nicanor Restrepo me diría, a manera de conclusión:

En la Constitución del 91 y en el tema los diferentes ensayos que se han hecho en Colombia por encontrar caminos de reconciliación por la vía política y negociada, los empresarios en general no solamente los antioqueños han estado un poco al margen, han pensado que son asuntos de otros, que los procesos de reconciliación eran un problema de los gobiernos.

Desde Proantioquia —una ONG empresarial creada en los años setenta— insistió en su visión y lideró la ejecución de acciones sociales. Con Juan Sebastián Betancur, como presidente de la corporación, y sus socios más allegados, conversaban largamente sobre cómo venderle al mundo empresarial el tema de la llamada justicia social «que sonaba a majadería o poesía». Hacerle entender que el progreso general de la sociedad, una población con mejores ingresos, tanto en el campo como en la ciudad, beneficiaría a las empresas en cuanto conllevaría el crecimiento de la capacidad de consumo.

Y eso que, como aclara Cecilia María Vélez, el doctor Nicanor, «más que una posición ideológica frente a lo social, tenía una visión estratégica que aplicaba en la búsqueda de las alternativas para superar los problemas». Tenía conciencia de que las empresas venían de una visión paternalista, religiosa, y que el nuevo contexto obligaba pasar a un concepto de responsabilidad entendida como «la integración voluntaria de las preocupaciones sociales y ambientales a las actividades comerciales de las empresas, así como a las relaciones de estas con los diferentes sectores de la sociedad (garantizando los resultados económicos y financieros)».

De los diálogos del Caguán a la seguridad democrática

Las esperanzas de la nueva Constitución se vieron empañadas por el crecimiento militar de las guerrillas ELN y Farc y por el creciente protagonismo del paramilitarismo y la corrupción en la política. La situación de 1998 la describió como una de las más difíciles de las últimas décadas.

En un panorama de desconfianza y pesimismo se produjo la elección del conservador Andrés Pastrana enfrentado al candidato del gobierno, el liberal Horacio Serpa. Las fuerzas armadas se encontraban debilitadas por su ineficacia y sus comandantes cuestionados; la guerrilla y los paramilitares avanzaban peligrosamente sobre las ciudades; la economía estaba en recesión, se vivía una profunda crisis financiera y se presentaban altas cifras de desempleo y el país sufría el aislamiento internacional, creando un panorama sombrío para las empresas y las actividades económicas. (Restrepo, 2009, p. 282)

También escribió que hasta el final de los años noventa los empresarios estuvieron desatentos al tema del conflicto armado y les preocupó cuando empezaron a ser afectados directamente por los grupos guerrilleros.

Andrés Pastrana, electo en 1998 con la consigna de la paz, sin siquiera posesionarse, tuvo la primera reunión con Manuel Marulanda, comandante de las Farc. La esperanza revivió en el país agobiado por la destrucción de infraestructura, la toma de poblaciones y el secuestro que se masificó con lo que se llamó eufemísticamente «las pescas milagrosas». Pastrana lo nombró como negociador para aprovechar su experiencia. La tarea la desempeñó al lado de María Emma Mejía y Fabio Valencia, y bajo la coordinación del comisionado de Paz, Camilo Gómez. Fue tal vez el único momento en el que el doctor Nicanor, quien se desempeñaba como presidente de la junta de la Asociación Nacional de Industriales, sintió que representaba al conjunto de los gremios empresariales.

El proceso tuvo como sede San Vicente del Caguán, en la zona del sur del país donde las montañas de funden con las planicies selváticas, donde la Orinoquia se une con la Amazonia. Una Colombia profunda, la de colonización guerrillera. La política de paz de Pastrana incluía: solución negociada del conflicto interno, fortalecimiento de las instituciones del Estado, presencia y cooperación internacional y el Plan Colombia. El doctor Nicanor volvió a jugar a fondo. Motivó el viaje de los líderes y dueños de los más importantes grupos económicos del país a entrevistarse con Manuel Marulanda. Varios de esos empresarios lideraron la formación de la fundación Ideas para la Paz, que tendría en adelante un papel protagónico en el diseño de propuestas para la negociación con las guerrillas y la reconciliación nacional.

También viajó a La Habana, en compañía de Antonio Celia, Luis Carlos Villegas y Sabas Pretelt, a una reunión exploratoria con el ELN, en un intento que, como tantos otros con esta guerrilla, resultó fallido. En esa ocasión se reunió con el presidente de Cuba, Fidel Castro, quien se mostró interesado en conocer al empresario colombiano que demostraba tanto interés en la paz con las guerrillas. También se reunió en Medellín con el nobel Gabriel García Márquez a instancias de María Elvira Samper, su socia en la revista Cambio. Fue en esa reunión que acordaron que la revista publicaría, en formato de libro, Derecho a la esperanza, un texto que el doctor Nicanor escribió para esa coyuntura.

Dio la «vuelta a Colombia» diciéndole a todo tipo de públicos por qué era válida una salida negociada. Enumeraba los costos del conflicto, empezando por los éticos y morales, y dando cifras sobre los costos económicos. Colombia invirtió el 2,7 % del producto interno bruto (PIB) en 1999 en temas de seguridad. E insistía en que en un contexto de cese del conflicto Colombia podría llegar a tener un crecimiento anual del 9 % en el PIB. En San Vicente del Caguán visitó comunidades campesinas, tuvo largas conversaciones informales en las que sorprendió a los mandos guerrilleros por su conocimiento del país, y en las que él se sorprendió, por ejemplo, del conocimiento del comandante Joaquín Gómez sobre la obra de Balzac y del conocimiento de Iván Ríos sobre asuntos económicos.

Pero se fueron quedando solos. Se distanciaron no solo los empresarios sino además la opinión nacional. Para referirse al desenlace de los diálogos, tituló un acápite de su tesis: El fin de la esperanza colectiva.

La ausencia de propuestas concretas de las Farc y de los representantes del gobierno en las comisiones de negociación; el recrudecimiento de actos violentos por parte de la guerrilla como tomas de poblaciones, secuestros, obstrucción de carreteras, voladuras de redes eléctricas y oleoductos; de parte de los paramilitares las continuas masacres, secuestros, desapariciones y desplazamientos forzosos y la debilidad del gobierno que registraba un índice de aceptación del 17 %, hicieron insostenible el proceso que finalmente se rompió en febrero de 2002, abriendo nuevamente la puerta a la solución militar. Las asociaciones patronales expresaron su respaldo al gobierno cuando este tuvo que dar por terminado el proceso y retomar militarmente la zona desmilitarizada donde se realizaron los diálogos. (Restrepo, 2009, p. 295)

En la mañana del 20 de febrero de 2002, un comando de las Farc secuestró el avión HK 3951 de la aerolínea Aires que cubría la ruta Neiva-Bogotá con 30 pasajeros a bordo, y lo hicieron aterrizar en una carretera en Hobo, Huila. Secuestraron al senador Jorge Eduardo Géchem Turbay que viajaba en el avión. En ese momento también secuestraron a la candidata presidencial Ingrid Betancur.

El presidente Pastrana no tuvo más opción que dar por terminado el proceso. Como balance de la estrategia global de Andrés Pastrana logró, en este periodo mediante el Plan Colombia, el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas sobre todo con enormes recursos del gobierno de los Estados Unidos. Y sin que fuese un propósito claro también logró una derrota política de la guerrilla, que desde ese momento perdió cualquier credibilidad que tuviera en el conjunto de la población.

El doctor Nicanor reconoció que hubo ingenuidad, agendas ocultas, que hubo quienes buscaban tomar un aire para luego continuar la confrontación armada. Pero valoraba que se hubiese puesto en evidencia, como nunca antes, un conflicto que no se había podido resolver militarmente.

El péndulo marcó en el extremo derecho. El fracaso de la paz empujó a Álvaro Uribe a la presidencia. Con su propuesta de seguridad democrática que buscaba someter a las guerrillas por la vía militar, resultó electo en la primera vuelta en mayo de 2002 con el 53 % de los votos.

El doctor Nicanor se ratificó como un crítico severo pero discreto del presidente Uribe. Las desavenencias pueden resumirse en tres aspectos: involucrar civiles en el conflicto; el trato generoso que el gobierno Uribe ofreció a los paramilitares para su reinserción; y la exclusividad de la vía militar que impulsó durante su gobierno, creando un ambiente en el que se hizo propicia la violación de los derechos humanos y el cierre de la posibilidad real de diálogos con las guerrillas, porque les planteaba exigencias que implicaban en la práctica una rendición.

Juan Sebastián Betancur recuerda que:

El doctor Nicanor asistía a unas reuniones que convocaba Álvaro Uribe cuando ejercía como gobernador de Antioquia. Uribe impulsó la creación de asociaciones civiles llamadas Convivir para que ayudaran a la Fuerza Pública en la lucha contra los grupos guerrilleros. El doctor Nicanor le dijo en privado que le preocupaba que a las Convivir se le entregaran armas cortas. «No se preocupe, hay que hacerlo con todo cuidado», le respondió Uribe. Sin embargo, más adelante, se autorizó que algunas de las Convivir además pudieran portar armas largas. El doctor Nicanor se distanció, no volvió a esas reuniones.

El doctor Nicanor registró en su tesis que, en contraste con lo sucedido con la guerrilla, el gobierno Uribe inició conversaciones con los grupos paramilitares que concluyeron, entre 2005 y 2006, con el desmonte de la mayor parte de esas estructuras armadas. Pero en su opinión los primeros desarrollos fueron seguidos con preocupación porque muchos de los miembros de esos grupos irregulares se «reinsertaron » sin que se desarrollaran simultáneamente estrategias claras para garantizar el éxito y la perdurabilidad de los acuerdos (Restrepo, 2009, p. 284).

Tampoco compartió la decisión de dar un tratamiento benévolo a los paramilitares como el que se propuso en el proyecto de ley que, en condición de presidente, presentó Uribe al Congreso. El proyecto, tras arduos debates en el Congreso, sufrió cambios, creando condiciones más estrictas para la reinserción, incorporando la exigencia de verdad, justicia y reparación. Al final la Corte Constitucional terminó de modular la ley aprobada negando el carácter político de estas autodefensas.

En medio de la euforia colectiva que producían los éxitos militares contra las Farc, con niveles de popularidad del presidente Uribe de hasta el 80 %, el doctor Nicanor persistió en su punto de vista.

Yo tengo la convicción de que la legitimidad del Estado —que no solamente es el monopolio de la fuerza, sino también el respeto y el cumplimiento de las obligaciones con los ciudadanos— es el camino para recuperar el orden y la convivencia. No me cabe la menorduda de que un conflicto de esta naturaleza pasa por una mesa de negociación, en algún momento pasa por una discusión política. No la veo tan remota ni tan lejana como parece.

El sueño de estudiar en París

El Grupo Empresarial Antioqueño, por iniciativa de Nicanor Restrepo, había establecido la edad de retiro forzoso a los 62 años. Él se apegó a esa norma y planeó con juicio su retiro. Teniendo como objetivo suviejo sueño de estudiar en Francia, el país de sus grandes afectos intelectuales, se preparó durante diez años, perfeccionando su francés. Con Clara, su esposa, empacó maletas y se acomodaron en un apartamento de 50 metros cuadrados en una calle comercial del Distrito 7, a tres cuadras de la torre Eiffel. Se equiparon de morrales y bicicletas para moverse como estudiantes mientras adelantaban sus cursos.

Dice Clara que:

Inicialmente Nicanor quiso estudiar humanidades, se imaginó una tesis sobre el escritor brasilero Jorge Amado. Incluso alcanzó a mencionar que le gustaría investigar sobre los cátaros, de quienes oyó hablar en una tarde de conversación a su amigo el escritor Álvaro Mutis. Le entusiasmó, desde ese momento y obsesivamente lo de los cátaros, un movimiento que creció en Francia en el siglo XII, que planteaba la democracia en «tiempos de feudalismo, permitían a la mujer ejercer autoridad, predicaban el ascetismo contra la arrogancia de la riqueza. A los Cataros la Iglesia los declaró heréticos y los exterminó con una cruzada».

Y recuerda Clara que, viviendo en Francia, visitaron la zona de Languedoc en búsqueda de los sitios importantes del catarismo, casi todos en ruinas y en colinas a veces inaccesibles. «Así era con algunos temas, obsesivo», concluye.

Su amigo Daniel Pécaut —un francés especialista en Colombia— lo convenció de no divagar sobre Amado o los cátaros, asuntos sobre los que había ya especialistas y, en cambio, estudiar Sociología. Pécaut sabía que Nicanor era una veta, era «una oportunidad de oro tener a un tipo como él, con una trayectoria tan amplia en diversos campos, que quisiera someterse a trabajar con ellos». Por eso terminó matriculado en L’École des Hautes Études en Sciencies Sociales. Clara asistió, entre tanto, al College de France a cursos sobre historia del Islam, Grecia y Roma, y continuó su vida de lectora incansable. Visitaban, como en culto, los mausoleos de Balzac y Voltaire, los museos, acogían a sus amigos y hacían pícnic con hijos y nietos en los Campos Elíseos.

Cuando el doctor Nicanor regresó a Colombia con el título de doctorado, traslucía un orgullo especial que dejó ver sin el pudor que lo había caracterizado en las actividades en las que se había destacado en el pasado. En sus intervenciones habló, como casi nunca lo había hecho, en primera persona, en singular, con el orgullo propio de un joven.

Ya no abandonó ese estilo de jubilado feliz. Mantuvo una intensa vida con su esposa Clara y sus hijos, Camilo y Tomás, y sus nietos. Se escapaba a una cabaña de la isla remota, en medio del mar Caribe, a bucear, a recibir amigos. Hacía realidad las palabras que empezó a reiterar en diversos auditorios.

Saber recorrer el camino de la vida significa verla con alegría, respirar profundo el aroma del mundo, trabajar intensamente por la familia y el país, resistiendo las tentaciones del despilfarro, entregar lo mejor de sí y alentar el progreso de la sociedad, para que luego, cuando sean viejos, no tengan que buscar afanosamente los amores perdidos en el tiempo.

Mantuvo su curiosidad literaria. Y no me explicó de dónde sacaba tiempo para tener el detalle de regalar a los amigos libros de autores recién descubiertos. Nos compartió varios títulos de Irene Nemirovsky, una escritora que lo sorprendió quizá porque describe, en Ardor en la sangre, la dualidad de la vida, el juego de las apariencias de los adultos y las realidades de la pasión de la juventud. Pero contaba además con entusiasmo los detalles la propia historia de Nemirovsky: la fama que alcanzó en Francia, la huida por su condición dejudía tras la invasión nazi y la urgencia con la que escribió hasta el último suspiro aún en retazos de papel, tras ser llevada a un campo de concentración.

La terquedad con la paz

En el aspecto político el doctor Nicanor se alejó del Partido Conservador, militancia de la que provenía por tradición familiar, y apoyó nuevos movimientos como Compromiso Ciudadano, liderado por Sergio Fajardo en Antioquia. En las elecciones de 2010 votó por el profesor Antanas Mockus, un candidato independiente en lo que se llamó la Ola Verde, que competía con su amigo Juan Manuel Santos que se presentaba como sucesor de Álvaro Uribe.

Santos, electo presidente, decidió explorar una solución negociada con las Farc que conllevó la instalación de la mesa de La Habana, enfrentando una oposición radical del presidente Uribe. Desde cuando los contactos con esta guerrilla eran secretos, aunque no le aceptó al presidente hacer parte del equipo negociador, lo apoyó y aconsejó, y cuando el proceso se hizo público lo defendió, a pesar del ambiente absolutamente adverso.

Soy moderadamente optimista. Se está haciendo todo lo posible para no cometer los errores del pasado, parte de los cuales soy autor. Primero esto se hizo por fuera del país, algo que antes era ni imaginable. Se ha manejado con discreción. Durante casi 18 meses conversaron en silencio absoluto. Se vino a filtrar luego. La agenda tiene como propósito central acabar con el conflicto. Eso es algo que por primera vez sucede. La agenda no supone ninguna reforma al Estado, no el cambio del régimen de propiedad ni nada. Las Farc deben de tener una salida para sus bases, algunos ideales por los que han luchado toda una vida. La profundización en los temas rurales, profundizar en la ley de víctimas y restitución de tierras.

«Las oportunidades para la paz no son ilimitadas», insistía. Medía la voluntad de paz de las Farc por la manera que fue integrando a sus líderes históricos a la mesa de La Habana y por haber accedido a una agenda factible.

David Bojanini subraya que para el doctor Nicanor el desarme de las guerrillas no era el equivalente a la paz, sino solo un paso para lograrla con un desarrollo integral. En específico le movía su sensibilidad, en especial el tema del campo y los campesinos, con los que se tenía una deuda histórica. Así lo explicitó, el 14 de agosto de 2014, en el prólogo que leyó en el auditorio de Suramericana para la presentación del libro La cuestión agraria: tierra y posconfiicto en Colombia, escrito por Juan Camilo Restrepo y Andrés Bernal Morales. En ese prólogo se alineó al lado de quienes piden acciones de cierta radicalidad sobre el asunto. En especial valoró

[…] el compromiso político del gobierno Santos en reconocer y reparar a las víctimas del despojo de tierras que, en magnitudes de 4 millones de hectáreas afectadas por abandono forzoso y 2 millones de hectáreas por usurpación violenta, se produjeron a partir de 1991, año fijado como punto de partida del escalamiento del despojo en diferentes regiones y por diversos agentes como guerrilla, paramilitares y narcotraficantes. (Restrepo, 2014)

Cuando, por estas convicciones volvían a tildarlo de comunista, él contestaba: «¿Y cómo les parece la participación en el PIB en el que les quedó el grupo a mi retiro?». Se refería a que el Grupo Empresarial Antioqueño aportaba el 5 % del producto interno bruto de Colombia.

En el proceso de La Habana participó como negociador, por másde tres años, Gonzalo Restrepo, empresario, expresidente del Éxito, y parte de la generación con la que compartió ideales. El doctor Nicanor no alcanzó a estar en la firma del acuerdo pero, quizá, esquivo como era para las figuraciones, no habría asistido, aunque tenía asegurado un puesto de honor.

La agenda del doctor Nicanor fue intensa hasta el final. Hacía parte del consejo superior de la Universidad Eafit, participaba de juntas de grandes empresas, daba conferencias aquí y allá, dictaba clases en la Facultad de Minas, de donde había egresado como ingeniero. Allí, en un acto de graduación, les dijo a los estudiantes:

Es importante que ustedes sean conscientes de las enormes responsabilidades que adquieren; de la obligación de entregar a la sociedad mucho más de lo que recibieron de ella; de su compromiso frente a la ética para permitir el desarrollo de una moral individual y colectiva que presida todas las acciones de la vida social; de la urgencia de rescatar la civilidad y el pluralismo para cimentar una sociedad justa; y de profundizar en los conocimientos para aportar al avance del hombre que se hace siempre de la mano de la ciencia. (Restrepo, 2013).

Gonzalo Pérez, actual presidente de Suramericana, quien se siente orgulloso de ser su discípulo, repite lo que muchos otros:

Qué falta que hace Nicanor, un hombre que por su coherencia ética era capaz de mirar los intereses superiores de la sociedad más allá de los balances económicos, en los que de todas maneras siempre presentó buenos resultados. Extraño a ese maestro que leyó pocos libros de administración y que logró una visión holística, sensibilidad en su conocimiento apasionado de literatura.

Una evidencia de que ser buenos administradores a secas es necesario, pero insuficiente. Y se preocupa Gonzalo Pérez de que no sean capaces de mantener la visión integral con la que forjó el éxito de las empresas del GEA y su proyección social. «Hay cosas de su manera de ser y dirigir que no se aprenden ni en Harvard ni en ninguna otra escuela de negocios».

Y hace falta, agrego yo, como referente en el tema ético en el que no solo predicaba sino que cumplía. La última vez que vi al doctor Nicanor me contó su molestia por un viejo narcotraficante legalizado que le insistía en comprarle una finca de propiedad familiar en el municipio de Sonsón. «Me ofrecen el oro y el moro, pero no sabe ese señor que no todo se vende, siento que me quieren comprar a mí. Yo no estoy en venta».

Y hacen falta sus palabras, a veces livianas y traviesas, o serenas y comprometidas. Hace mucha falta un palabrero como el doctor Nicanor.


Bibliografía

Restrepo, J. y Bernal, A. (2014). La cuestión agraria: tierra y posconflicto en Colombia. Bogotá: Penguin Random House Grupo Editorial S. A. S.

Restrepo, N. (2009). Empresariado antioqueño y sociedad 1940-2004. Transformación e infiuencia de las élites patronales de Antioquia sobre las políticas económicas y sociales colombianas a partir de 1940. París: Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales.

Recuperado de https://www.las2orillas.co/wp-content/uploads/2015/03/TEXTO-final-espan%E2%95%A0%C3%A2ol-Editorial-U-de-A-20-10-2010.pdf.

Restrepo, N. (2013). Intervención en la Facultad de Minas. Medellín.

Restrepo, N. (2014). Presentación del libro La cuestión agraria: tierra y posconflicto en Colombia. Medellín.

Restrepo, N. (2014). Retrospectivas de paz en Colombia y perspectivas futuras. Caldas.

Alonso Salazar J.

Alonso Salazar nació en Pensilvania (Departamento de Caldas) y pocos años después su familia se radicó en la ciudad de Medellín. Es comunicador social-periodista egresado de la Universidad de Antioquia, profesión que ha ejercido desde 1987 de distintas maneras: inició como codirector del Noticiero El Mundo (en el canal local Teleantioquia); fue socio fundador de la Corporación Región (ONG), donde se desempeñó como investigador y posteriormente subdirector; entre el 95 y el 97 fue consultor del Viceministerio de la Juventud y luego ejerció como investigador para el Programa Presidencial para la Reinserción.

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