Con el título El país que me tocó, Enrique Santos Calderón entregó sus memorias como periodista y protagonista de los últimos 50 años. Ya otros se han ocupado de ponderar este libro que es de buenas, porque hasta las plumas más envidiosas se hincaron respetuosas ante el esfuerzo editorial de Enrique, y de malas, porque una autobiografía que sirve de excusa para que Plinio Apuleyo Mendoza sostenga que él es tan de centro como el autor, es una desgracia. Y, como dicen, lo malo de Plinio es que escribe muy bien.
Para empezar, el título del libro debió ser algo parecido al que encabeza esta columna o El país que me almorcé, porque desde el primer recuerdo hasta el último están cruzados por almuerzos, comidas y fiestas. Honró la fama merecida que ganó Santos de rumbero, sumada a la de Rubirosa de sus años mozos que exhibe bastante orgulloso.
Los primeros recuerdos de Enrique se sitúan en un almuerzo en una finca en Sopó, el mismo día del ataque conservador en 1952 a las residencias de los dirigentes liberales y a El Tiempo y El Espectador, y de allí en adelante todo su periplo ha estado surcado por el ambiente gozoso de reuniones sociales. Así, por ejemplo, relata su encuentro con los intelectuales Eduardo Mendoza Varela y Jaime Paredes Pardo, que le parecen a Enrique “largas tertulias literarias y bien irrigados almuerzos en la Candelaria”; o sus recorridos con Gabo y sus esposas en Europa, “bebiendo el vino rosado de la región y viendo el mejor cine del mundo”. Hasta sus pequeñas guerras con César Gaviria en los tiempos de su presidencia, “en una de las novenas bailables que organizaba la primera dama”. O su reconciliación en Madrid con su colega y amigo de siempre, Daniel Samper Pizano, luego de sus columnas durante el gobierno de su hermano y el tempestuoso Proceso 8.000, “en el curso de un largo almuerzo con nuestras señoras Pilar y Gina, en compañía de Roberto Posada, ‘D’Artagan’”. Y también el reencuentro que les puso fin a las diferencias familiares, pues “el pleito se arregló con un largo almuerzo que tuvimos Hernando Santos y yo en el restaurante La Red, en el barrio Teusaquillo”. Lo propio puede decirse de sus remembranzas de las iniciales tratativas con las Farc en La Habana, en las que Enrique y sus acompañantes adelantaron conversaciones secretas durante las cuales lograron “furtivas escapadas nocturnas a algunos ‘paladares’, los discretos restaurantes familiares” y sus trasnochadas en “El Gato Tuerto, un restaurante donde gozamos de una insólita presentación de célebres ancianas cantantes de bolero”, y sus almuerzos también en La Habana con opositores a Chávez y Maduro, como “Teodoro Petkoff, Miguel Enrique Otero y Roberto Giusti”.
En fin, no ha habido acto importante de la vida agitada de Enrique en el que no haya estado presente el placer. Es, por supuesto, una costumbre muy bogotana y además del mundo periodístico, donde son célebres los almuerzos de tardes enteras que concluyen bien entrada la noche, cuando algunos comunicadores deben ser sacados arrastrados por la borrachera, que continúan al día siguiente los mismos en las mismas.
El ameno libro de Enrique da cuenta de episodios de interés para reconstruir la memoria del país, más que la suya, y desde esa perspectiva es un acierto. Aunque es consciente de la corrupción en los medios y de muchos periodistas, pasa de largo sobre tan espinoso tema que, tarde o temprano, habrá que discutir abiertamente, porque algunos comunicadores influyentes están volviendo habitual vender como propias las consejas de empresarios y litigantes.
Guardadas proporciones, las memorias de Enrique pueden compararse con las del sociólogo francés Raymond Aron o el periodista británico Christopher Hitchens, porque, como ellos, logró dejar afortunado testimonio de su tiempo.
Adenda Nº 1. Bien por la ministra de Minas por merecer las críticas de José Obdulio y por no temerles a los peligrosos ambientalistas intolerantes y atreverse a ejecutar la fase exploratoria del fracking.
Adenda Nº 2. ¿Cuándo se extravió el otrora discreto Carlos Holmes Trujillo, hoy canciller dispensador de la corruptela en el servicio diplomático?