El país de las encuestas

Colombia es un lugar sui generis, tierra de imposibles, de realismo mágico. Como dijo un gran sociólogo alguna vez, coexisten en imperfecta armonía la barbarie de la edad media y los desafíos de la modernidad.

Nuestra historia reciente nos ha convertido en un país  un tanto esquizofrénico, con graves traumas y cuyas hondas heridas tardarán mucho tiempo en cerrarse y comenzar a cicatrizar. Somos diversos, heterogéneos a un extremo tal que categorizarnos por regiones, por cultura, por clases y hasta por preferencias políticas es todo un dolor de cabeza para los expertos.

Lo más curioso es que en realidad no conocemos nuestra composición demográfica. Un censo desactualizado de hace más de 13 años, realizado en un país en guerra con zonas inaccesibles  y en medio de complicadas dificultades técnicas, es el único testimonio estadístico de quienes somos. ¿Es posible que sin conocernos podamos descifrar hacia dónde vamos?

Las flamantes encuestas que sirven de base al análisis del actual escenario electoral, tienen como marco de referencia ese mismo censo del año 2005. Para quienes no lo saben, el diseño de la muestra de una encuesta requiere  el conocimiento de la composición de la población, esto a fin de poder delimitarla de manera tal que sea representativa.

Así es, tal y como lo oyen, tenemos un marco muestral antiguo y cuestionable que hace imposible proyectar en  la miniatura de una encuesta estándar (entre 1000 y 2000 individuos), la estructura de la población del país. ¿Porque? Sencillamente porque no la conocemos.

La falta de fiabilidad de las encuestas  en Colombia no es en absoluto algo nuevo. En la previa a la votación del plebiscito por la paz, las encuestas vaticinaban el triunfo del SÍ con alrededor del 60% de los votos, todos sabemos lo que sucedió a continuación. La elección presidencial que enfrentó a Santos y Zuluaga en segunda vuelta se preveía apretadisima, empate técnico dijeron los sondeos de aquel entonces, y Santos conquistó con relativa facilidad la presidencia, y así sucesivamente no solo en Colombia sino en el mundo. En estados Unidos con la victoria de Trump, en Reino Unido con la derrota de la permanencia en la UE que posibilitó el BREXIT, y más recientemente en Costa Rica, donde ninguna de las encuestas pronosticaron una segunda vuelta entre los candidatos que finalmente entraron en la contienda; y volvieron a fracasar cuando ganó la presidencia en el segundo round Luis Guillermo Solís, quien aparecía en el cuarto lugar de la carrera apenas una semana antes de la primera vuelta.

Las encuestas han fallado, fallan y lo seguirán haciendo, sencillamente porque constituyen apenas un indicador de opinión, una tendencia desactualizada al momento de su publicación, y ante todo porque son un pronóstico, no una predicción, que goza de un amplio margen de error y se encuentra sujeto inexorablemente a la volatilidad del elector. Volatilidad que  si se quiere, es aún mayor en estas tierras tropicales de amores y odios, donde el poder de las maquinarias y el fraude electoral – que no es un cuento -, están presentes amenazando la democracia, en este país del sagrado corazón donde si llueve el Domingo el abstencionismo puede ser la constante, donde no hay actores políticos estables y definidos, donde el voto de opinión abarca apenas a un selecto 40% de la población y eso en los sectores urbanos. Aunque usted no lo crea, un groso de la masa potencialmente votante define su voto apenas en la última semana. Puede que por falta de cultura política, puede que por la apatía y la indiferencia resultantes de que nada cambiara para su dura realidad ganen unos u otros – En determinadas regiones/sectores donde es nula la confianza en las instituciones -. Lo único cierto es que como dice Eduardo D’Alessio: “El caudal electoral es un ser vivo de alto nivel de inestabilidad”. Todo eso sin siquiera considerar otros fenómenos como el rumor de última hora, el creciente poder de las redes que no se puede comparar de un año a otro, el “voto oculto” o “el voto vergonzante”, y otros que no son tenidos en cuenta por esas encuestas que ciegamente hemos aceptado durante estos meses como  la verdad absoluta.

Para que una encuesta tenga cierto nivel de fiabilidad se necesita además de un correcto diseño de la muestra, que la misma sea amplia y con ello capaz de representar un potencial de votantes de millones de personas, y de un muestreo  (recolección de la muestra) que considere incluso los lugares con más difícil acceso. Complicado entonces creer en la precisión de las encuestas, que interpretan en los canales y emisoras de mayor audiencia como reflejo exacto de la realidad y son presentadas sin cuestionamientos al público.

¿Que si debemos confiar en las encuestas?

Apenas a unos días de la primera vuelta la realidad es que cualquiera de los cuatro candidatos más opcionados puede pasar a segunda vuelta.

Es grave y peligroso para nuestra democracia la capacidad de influencia de las encuestas, con base en ellas mucha gente se decanta por el celebré voto estratégico que apunta a evitar que gane el extremo opuesto de sus preferencias, sacrificando incluso el voto por convicción.

El cambio es una constante, nuestra sociedad evoluciona a un ritmo vertiginoso que difícilmente podrá ser plasmado en encuesta alguna, experimentamos un esperanzador proceso de democratización que nos permite soñar con un país capaz de escoger acertadamente su rumbo en las urnas. Se vale soñar, se vale votar a conciencia por quien sea que creamos la mejor opción.

Nuestra esperanza es que en esta tierra sui generis, de imposibles y de realismo mágico la rebeldía natural del colombiano nos devuelva la actitud reflexiva, la capacidad crítica, la independencia y el derecho a decidir que nos quisieron quitar a punta de encuestas.

Julián Andres Ortiz

Ciudadano comprometido con la transformación social. Independiente de extremo centro. Políticamente incorrecto.