El ocaso de la derecha ilustrada

“[A la derecha iletrada] le pasa como al célebre personaje de Papini cuando trata de leer a los clásicos: aquello que no comprende le parece inútil y encuentra desagradable y ofensivo lo poco que logra comprender”.


Tras asistir por primera y última vez a una audiencia del Juicio a las Juntas, Jorge Luis Borges escribió una crónica acerca del cruento testimonio de Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico que permaneció secuestrado por la ESMA durante más de cuatro años. “La rutina del infierno” llamó el autor de El Aleph a la tortura sufrida por Basterra y otros miles de argentinos durante la última dictadura. “…no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice”, sentenció Borges.

¿Qué tendría de extraño que el mayor escritor del siglo XX, un ser humano dotado de las facultades de pensar y sentir, manifieste su horror ante las atrocidades cometidas por los militares argentinos? En la Argentina de 1985 y en la América Latina que abandonaba de a poco las dictaduras militares, probablemente sorprendiera muy poco que incluso un conservador y recalcitrante antiperonista como Borges reclamara la condena de los responsables de la tortura y desaparición de 30.000 seres humanos. Para los latinoamericanos que asistían al renacimiento de la democracia, ésta tenía un valor intrínseco que trascendía las diferencias ideológicas; el valor que tiene no ser sometido por el poder político a ese pecado capital que es la crueldad.

Cierto es que ya en aquellos años existían quienes, mutilados de razón y sensibilidad, lamentaban el fin de las dictaduras —sobre todo en Chile. El trabajo no estaba hecho, decían; todavía quedaban zurdos por exterminar. Sin embargo, en esos tiempos de ingenuo optimismo democrático, la opinión pública no toleraba tales muestras de desvergonzada inhumanidad.

Lejos ha quedado ya aquella época.

Son días, los nuestros, en los que la derecha política es devorada por un irracionalismo reaccionario. Para esta derecha iletrada, la empatía es un lloriqueo progresista; el Estado de derecho es un invento de zurdos terroristas; el arte y la cultura son instrumentos de adoctrinamiento marxista; la ciencia y las universidades públicas son pozos inútiles que el Estado alimenta con los impuestos que roba a quienes producen.

En ese muladar anti, se revuelven ultraliberales con ultraconservadores, fundamentalistas del libre mercado con apologistas del terrorismo de Estado, cinturones de castidad con celibato involuntario, adultos madurativamente retrasados con adolescentes solitarios e iracundos. Su bandera es el resentimiento; su divisa, el odio.

Incapaz de crear, la derecha iletrada es experta en destruir. En ella no tienen cabida los Durán-Ballén, los Sanguinetti ni los Belaúnde Terry; su espacio ha sido ocupado por Rodolfo Hernández, Jair Bolsonaro y Javier Milei.

La sombra inacabable de su secular ambición económica ha engullido su inquietud intelectual; Arturo Uslar Pietri, Victoria Ocampo y Aurelio Espinosa Pólit han sido vilmente desplazados por Agustín Laje, “El Temach” y Gaturro.

Lo único que esta derecha desprecia más que la democracia es la libertad de pensar. Le pasa como al célebre personaje de Papini cuando trata de leer a los clásicos: aquello que no comprende le parece inútil y encuentra desagradable y ofensivo lo poco que logra comprender.

***

El filósofo alemán Immanuel Kant comenzaba su respuesta a la pregunta “¿qué es la ilustración?” con las siguientes palabras:

“La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración”

La derecha iletrada experimenta un perverso goce de su ignorancia. No saber nada del otro es su mayor triunfo; servirse de su propio entendimiento, su peor derrota.


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Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

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