Mucho me gusta el Nobel de Economía de 2022, otorgado a Ben Bernanke, Douglas Diamond y Phillip Dybvig, por sus investigaciones sobre bancos y crisis financieras, las cuales, según indica el Jurado, mejoraron “nuestra comprensión del papel de los bancos en la economía, especialmente durante las crisis financieras” y aclararon “por qué tenemos bancos, cómo hacerlos menos vulnerables en las crisis y cómo los colapsos bancarios exacerban las crisis financieras”. Me gusta que se vuelvan a premiar contribuciones significativas en el campo de la macroeconomía después de varios años en los que fue otorgado por trabajos de microeconomía – o será mejor decir, microeconometría – sin mayor significación teórica.
Vistas las cosas en perspectiva, hoy parece claro que la profundidad, amplitud y duración de la crisis de los años 30 se explica, en buena medida, por una combinación de: i) el escaso desarrollo institucional en el campo del control monetario en los Estado Unidos, ii) la poca influencia de las opiniones de los economistas sobre los tomadores de las decisiones y iii) la falta de comprensión cabal de cuestiones fundamentales por parte de los economistas.
No es inútil recordar que el sistema de la Reserva Federal tenía 16 años de existencia cuando enfrentó el que, hasta hoy, por sus desastrosas consecuencias, es el peor desafío de la política monetaria en toda la historia del capitalismo. De ese desastre salieron importantes enseñanzas que le quitaron toda respetabilidad intelectual al proteccionismo y a la tesis de que hay que dejar quebrar los bancos para no favorecer a los ricos o inducir el riesgo moral.
Cuando se produjo el colapso de la bolsa de Nueva York, el 24 de octubre de 1929, el famoso jueves negro, en lugar de actuar con rapidez aumentado la oferta monetaria en un mayor porcentaje que el habitual para compensar el efecto depresivo del colapso bursátil, la FED dejó que la cantidad nominal de dinero disminuyera a lo largo de los dos o tres años siguientes. Más tarde, en 1931, dejaron quebrar el famoso Banco de los Estados Unidos, quiebra a la que seguirían las de 9.700 bancos más. Todo eso está documentado en la monumental obra de Milton Friedman y Anna Schwartz, Historia monetaria de Estado Unidos 1867-1960, y resumido en el capítulo tercero de Libertad de elegir[1].
En su libro El valor de actuar, dedicado a la crisis de 2008 – 2010, que le tocó enfrentar desde la presidencia de la FED, Bernanke reconoce la importancia decisiva de la obra de Friedman y Schwartz en su orientación intelectual:
“Después de pasarme casi todo el primer año de doctorado absorbiendo modelos matemáticos, el enfoque histórico de Friedman y Schwartz me entusiasmó. Los autores estudiaban más de cien años de historia económica estadounidense para tratar de comprender los efectos de la política monetaria en la economía. En particular documentaban tres episodios en que la contracción de la masa monetaria por parte de la Reserva Federal – una anterior al crac bursátil de 1929 y dos en los primeros años de la depresión – había contribuido a que la depresión fuera tan terrible. Después de aquella lectura, supe a qué quería dedicarme. Durante toda mi carrera académica me centraría en cuestiones macroeconómicas y monetarias”[2]
Sin duda alguna las afirmaciones tajantes de Friedman que culpabilizan a la FED de colapso monetario y a fortiori del agravamiento de la crisis por su renuencia a realizar operaciones de compra de mercado abierto a gran escala[3] han debido estar presentes en la mente de Bernanke cuando tomó las decisiones de compras masivas de toda clase de títulos de deuda.
En su estudio de la crisis de los treinta, Bernanke se orientó hacia el papel de los bancos y las consecuencias desastrosas que siguen a la quiebra de algunos de ellos:
“El colapso de un banco, con la consiguiente destrucción de toda su experiencia, información y red de contactos puede ser muy costoso para las comunidades y negocios a cuyo servicio se encuentra. Multipliquemos ese daño por más de 9.700 quiebras de entidades bancarias y enseguida comprenderemos los motivos de la que la interrupción del crédito contribuya a explicar la severidad de la depresión”[4]
El ensayo histórico de Bernanke sobre el colapso bancario que pudo haber sido evitado se publicó en junio de 1983 en la American Economic Review. Ese mismo año Douglas Diamond y Phillip Dybvig publicaron un hermosísimo artículo en el que vinculan, como debe hacerse con todo en economía, la actividad de los bancos de depósitos a las elecciones racionales de los individuos. También queda claro en ese artículo que las corridas bancarias ocasionan severos daños en la economía real[5].
Pero no son los trabajos de Bernanke, Diamond y Dybvig los que atraen la atención del gobierno y la agremiación de los banqueros colombianos que se encuentran embelesados con las ideas de Mariana Mazzucato, una economista italiana que, sustituyendo la teoría económica por la teoría de la conspiración, ve el sistema bancario y financiero como una especie de mafia que impone su voluntad a individuos y gobiernos del mundo entero y cuya actividad no agrega ningún valor a la economía al tiempo que extrae todo el que se le antoja.
Otras columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/luisguill/
[1] Friedman, Milton y Rose (1980, 1983). Libertad de elegir. Ediciones Orbis S.A. Barcelona, 1983. Páginas 105 a 131.
[2] Bernanke, B.S. (2015, 2016). El valor de actuar. Editorial Planeta, Bogotá, 2016. Página 47.
[3] “A lo largo de los años 1929, 1930, y 1931, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York pidió repetidas veces que se iniciara una operación de compra a gran escala de mercado abierto, es decir, la medida clave que el sistema debería haber tomado pero que no adoptó”. Friedman, Milton y Rose (1980, 1983). Página 126.
[4] Bernanke, B.S. (2015, 2016). Página 51.
[5] Diamond, D. y Dybvig, P. (1983) “Bank Runs, Deposit Insurance, and Liquidity” in Journal of Political Economy 1983, vol. 91, no. 3.
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